
Sin Maldad / José García Abad
La clase política se ha convertido en un club exclusivo

EUROPA PRESS
En mi modesta opinión, lo de los másteres y convalidaciones son sólo manifestaciones de corruptelas que hemos considerado hasta el momento como la cosa más natural del mundo. Me refiero a las deferencias de trato, que más allá del respeto debido a quien ejerce una función tan noble, obtienen los cargos públicos, que a veces no lo reclaman pero que se dejan querer.
Entre unas cosas y otras se va convirtiendo a la clase política –nunca ha estado más justificada su condición de clase, independientemente de los partidos en los que militan– en un club exclusivo.
Ante el espectáculo de la guerra de los másteres, un observador extranjero colegirá probablemente, “hombre, si este es el mayor problema, este país debe estar en la gloria”.
Desde dentro deberíamos reconocer que quizás nos estemos pasando un poco en el rasgado de vestiduras. Caricaturizando el asunto de moda podríamos concluir que es malo estudiar demasiado, que es insensato ampliar estudios y que, desde luego es suicida obtener máster.
En estas circunstancias los partidos políticos podrían reclutar para sus cuadros a partir de ahora a iletrados o al menos a los que acrediten mayor número de suspensos, a aquellos que puedan jurar que han aprobado sus estudios raspando el aprobado y que jamás han obtenido un máster.
En todo caso habría que admitir que no es mala cosa haber pasado del escándalo de los procesos políticos por robos, tráfico de influencias o financiación ilegal al de los plagios en tesis, tesinas y recomendaciones para conseguir diplomas sin ir a clase y convalidaciones al mayoreo. Por cierto, creo que nadie se escandalizó en su día cuando Rodrigo Rato, vicepresidente con José María Aznar, hiciera su tesis para conseguir el doctorado de Económicas con un tema sublime: La Política Económica de Rodrigo Rato.
La clase política como club exclusivo
El asunto no es para tomárselo a cachondeo. No podemos admitir alegremente que los que ostentan cargos públicos nos engañen sobre sus méritos y se aprovechen de su condición.
En mi modesta opinión lo de los másteres y convalidaciones son sólo manifestaciones de corruptelas que hemos considerado hasta el momento como la cosa más natural del mundo. Me refiero a los privilegios y deferencias de trato, que más allá del respeto debido a quien ejerce una función tan noble, obtienen los cargos públicos, que a veces no reclaman pero que se dejan querer.
Estoy pensando en pequeños detalles, menores que los referentes a los másteres pero especialmente significativos, como el derecho de los diputados a tomarse unos gin-tonic a un precio envidiable y otras consideraciones que en la vida cotidiana reciben nuestros próceres.
Entre unas cosas y otras se va convirtiendo a la clase política –nunca ha estado más clara su condición de clase, independientemente de las diferencias ideológicas que les separan– en un club exclusivo.
¿Entramos en una nueva fase?
J. B. Priestley (1894-1984), un escritor y agitador político inglás mas independiente que de izquierdas, con las que siempre fue muy exigente, los tenía calados. Observaba el autor de la obra teatral Llama un inspector que encontraba menos diferencias entre un diputado laborista y uno conservador que entre las que separaba a votantes de uno y de otro. Prietsley prevenía además sobre “el abrazo aristocrático” , que estimaba era lo peor que podía pasarle a un sindicalista o a un hombre de izquierdas cuando era sentado a la mesa de los poderosos.
Espero no pecar de ingenuo al entender que el escándalo del máster, convalidaciones y tesis chapuceras puede llevarnos a una nueva fase respecto a los comportamientos exigibles a los cargos políticos, que deben ser no sólo los nuestros sino, simplemente, como nosotros.
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