Haber sido una de las personas más poderosas de Europa durante la friolera de 16 años, los que ha ocupado la cancillería alemana que ahora la despide, ha dejado huella en Angela Merkel.
O no. Al menos no tanto como para manifestar amargura o nostalgia en su retirada. Más bien parece disfrutar el momento, de la posibilidad de levantarse más de dos días seguidos sin tener que tejer alianzas con los socialdemócratas o arreglar una crisis.
“Me dedicaré a leer y a dormir”, declaraba hace unos días durante una entrevista con la Deutsche Welle. Habrá algo más, le preguntó sorprendido el periodista. Pero ella no quiere que le pongan plazos ni metas.
“No haré más política. No estaré como solucionadora de conflictos políticos”, dijo tajante. “Estuve muchos años ocupada con la agenda que me dieron, y siempre tuve que estar preparada”. Ahora, dueña absoluta de su tiempo, “voy a ver qué me gustaría hacer voluntariamente. Pero eso solo se hará evidente en unos meses”.
Mientras, la pillarán dormitando con un buen libro entre manos. ¿Acaso no es eso proclamarse vencedora?