
Alfonso Vázquez Atochero
«Le train sera le mode de transport du XXIe siècle, s’il survit au XXe siècle» anunció Louis Armand, director de la SNCF (Sociedad Nacional de Ferrocarriles Franceses) a mediados del siglo pasado. Axioma del universo ferroviario galo que podríamos traducir como «el tren será el modo de transporte del siglo XXI, si sobrevive al XX». Europa lo sabe y cuenta con una tupida red de infraestructura ferroviaria que interconecta ciudades y países, permitiendo una cultura de la movilidad impensable al sur de los Pirineos. Europa no sería lo mismo sin esta imbricada estructura, articuladora del territorio y generadora de oportunidades. Y si tal como recogen los postulados del materialismo cultural aceptamos que infraestructura-estructura y superestructura forman una dinámica que se retroalimenta constantemente, los que desconocemos las bondades de una red ferroviaria eficaz estaremos en clara desventaja con lo que disfrutan de una vida sobre raíles. Es evidente que no es la panacea, pero es más eficaz un tren que decenas de camiones o que cientos de coches. Está claro que cualquier medio de transporte ejerce una acción negativa sobre el medio ambiente, pero ante la realidad imperante en la que la movilidad de personas y mercancías es una tendencia alcista, el tren es una de las opciones más ventajosas, siempre y cuando se haga de manera sensata.

Tras años de trabajo se quiso presentar ante la opinión pública la renovación de las vías y la puesta en marcha de un Alvia desechado en otra ruta, consolidando el rol de la región como el hermano pobre del Estado
La Extremadura santoinocentista que salía de la dictadura era un claro ejemplo de territorio en el que el tren era un desconocido amigo. Poco a poco, la España de Felipe González comenzó a conectarse, con décadas de retraso, con el mundo civilizado y gracias a los fondos europeos se consiguió que a Extremadura le tocase una modesta autovía que conectara Madrid con la frontera portuguesa. Era la década de la Expo ‘92, las Olimpiadas de Barcelona, del primer AVE Madrid-Sevilla y de otras obras faraónicas y megalómanas que, lejos de articular la Península, crearían una serie de desigualdades, tanto coyunturales como estructurales de las que tardaremos aún décadas en sanar. La región extremeña quedaría fuera de los planteamientos y planes de desarrollo y sigue arrastrando esa lacra. No sólo no mejoró sus infraestructuras ferroviarias, sino que perdió líneas como la Ruta de la Plata, un eje Norte-Sur que era positivo para todo el oeste español. Pero el AVE era el hijo pródigo y el tren convencional una de las víctimas de su ego.
Tras el desdén de González con Extremadura, José María Aznar garantizó en 2002 un gran AVE Madrid-Cáceres-Badajoz, con trenes circulando a 350 km/h, independientemente de lo que decidiera Portugal. Y apuntó que «el paso natural entre Lisboa y Madrid es Extremadura y eso nadie lo duda». Pero pidió paciencia. Su ministro de Fomento, Francisco Álvarez-Cascos, dijo que es «una decisión firme y en marcha” y que el AVE internacional «no afecta» al regional. El entonces presidente regional, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, se unió a la euforia colectiva de las noticias que daba su rival político. José Luis Rodríguez Zapatero, menos prudente y más envalentonado, prometió en 2006 que para 2010 el AVE extremeño sería una realidad. Sin embargo, el tiempo pasó, las mentiras se enquistaron y las promesas incumplidas se acumularon.
En los últimos meses toda la trama se ha acelerado, dejando ver en los medios un relicario de noticias entre lo cómico y lo triste. Cómico por ser materia de chiste y meme. Triste por lastrar el desarrollo de la región extremeña. Tras años de trabajo se quiso presentar ante la opinión pública la renovación de las vías y la puesta en marcha de un Alvia desechado en otra ruta, consolidando el rol de la región como el hermano pobre del Estado. Para la absurda fanfarria de la inauguración del esperado tren extremeño se apuntaron este verano a la excursión Felipe VI y Pedro Sánchez. Ese día todo estuvo a punto, pero las irregularidades, los retrasos y las averías continuaron en las semanas siguientes. Se buscó una cabeza de turco, hubo algún despido y se cambió la denominación de retraso: acciones infructuosas para hacer ver que se hacía algo. Todo lo relacionado con el tren extremeño se ha convertido en un tragicómico ‘trending topic’ que ha sobrepasado nuestras fronteras. Hans-Christian Rößler corresponsal para Península Ibérica y el Magreb del ‘Frankfurter Allgemeine’, publicaba este verano «El Tren de la Vergüenza para la segunda clase española’l: https://twitter.com/FAZ_Politik/status/1556969501626884097.
Pasó 2010. Pasó 2020. El AVE no ha llegado. Ni siquiera ha llegado un tren efectivo con una rapidez aceptable: 4 horas 17 minutos del Alvia frente a las 4 horas y 34 minutos del anterior Talgo tirado por una 334 (¡¿Tanta fantarria por 15 minutos?!). Así que en Extremadura no nos queda más remedio que seguir usando el coche, olvidarnos de las vías que nos conecten con Madrid y mirar a las que ya están entrando desde Portugal. Siempre nos quedará Lisboa.
Antropólogo. Universidad de Extremadura @alfonso2punto0