Luis Carlos Ramírez
La decimocuarta legislatura se ha convertido es la más ingobernable y bronca de la democracia, con un hemiciclo dividido a cal y canto a izquierda y derecha, y la mayor polarización desde 1978. La descalificación y el enfrentamiento político ejercido por algunas formaciones -en especial VOX- hacen cada día más irrespirable el ambiente del Congreso donde los insultos más usuales son los de “golpista”, “fascista” o «filoetarra». El Parlamento hace tiempo que perdió la concordia de la Transición en la que la cortesía y las buenas formas eran norma de los debates. Los diputados ‘jabalíes’ o provocadores han proliferado en todas las épocas.
La agresividad verbal que vive la cámara desde hace meses, e incluso lo que algunos grupos denominan ‘violencia política’, hace más que necesario actuar, según el portavoz del PNV, Aitor Esteban, para conjurar el peligro de convertir el hemiciclo en ‘una tasca de mala muerte’. Maxime, con el tiempo electoral que se avecina y la precampaña inminente, previa a las elecciones locales, autonómicas y generales.
La agresividad verbal del Congreso hace necesario actuar, según el portavoz del PNV, para evitar que el hemiciclo se convierta en ‘una tasca’
Desde la irrupción de los 52 diputados de Vox en el Congreso, los debates no solo han devenido en un tono más duro, sino que se han multiplicado las provocaciones y falta de respeto hacia las diferentes bancadas, especialmente a las ocupadas por la izquierda, el nacionalismo y los grupos independentistas.
No es casual que los dos únicos diputados expulsados de la legislatura hayan sido precisamente integrantes de la formación de ultraderecha, su ex parlamentaria Macarena Olona (tras ocupar un escaño que no le correspondía) y José María Sánchez (por llamar “bruja” a una diputada socialista). La ex secretaria general de Vox llegó a acumular numerosas llamadas al orden después de calificar como “delincuente” al diputado Alberto Rodríguez (UP), “fea” a la vicepresidenta Yolanda Diaz, y “perros rabiosos” a los sindicatos.
El precedente de expulsiones, sin embargo, lo registra el republicano Rufián, conminado a abandonar el hemiciclo en 2018, tras llamar ‘hooligan’ e ‘indigno’ de la democracia al entonces ministro Borrell. El ex titular de Exteriores, llegó a acusar al diputado de ERC, Jordi Salvador, de amagar con escupirle al abandonar el escaño en solidaridad con su jefe de filas.
Los únicos expulsados en la legislatura han sido Macarena Olona y José María Sanchez, de VOX. El precedente lo ostenta el republicano Rufián en 2018
Batet, dispuesta a frenar la descalificación
La presidenta Batet está decidida a acabar con los insultos, exigiendo contención, respeto y responsabilidad en el uso de la palabra. La segunda autoridad del Estado, ha llegado a advertir a Vox que “no” será neutral en la defensa del Parlamento”, a sabiendas de que la libertad de expresión se utiliza de manera inadecuada en demasiadas ocasiones, con ofensas a personas e instituciones. Para su desesperación, las advertencias y hasta la supresión del Diario de Sesiones de algunas descalificaciones, apenas hace mella en sus señorías.
Lo que algunos consideran ‘macarrismo’ en la sede de la soberanía nacional, los portavoces parlamentarios están determinados a cortar unos comportamientos que dan mal ejemplo ciudadano. Algunas formaciones señalan la falta de determinación de la presidencia de la cámara a la hora de abordar estas situaciones, por lo que exigen mayor firmeza y ejercer la responsabilidad que le corresponde. Tras reprochar un ‘vacío de poder y de autoridad’ el presidente del grupo de Unidas Podemos, Jaume Asens, pide reformar el código ético para sancionar a los diputados que insultan y humillan y además son reincidentes.
La presidenta Batet asegura que no será neutral en la defensa del Parlamento, pero los grupos exigen sanciones y reformar el código ético
‘Violencia’ verbal
El último episodio de ‘violencia verbal’ de la diputada de Vox, Carla Toscano, tras tildar de ‘libertadora de violadores’ a la ministra de Igualdad, se suma a la sucesión de acusaciones proferidas en la cámara como “dictadores”, “asesinos” , “filo etarras” y otras más ‘suaves’ como “imbécil”, “canalla”, “corrupto”, ”matón” o «gilipollas», expresiones que brotan con demasiada frecuencia en el calor del debate. A su vez, Irene Montero, provoca la ira del PP tras acusar esta semana a sus diputados de promover “la cultura de la violación” que pone en cuestión la credibilidad de las víctimas.
Los insultos más repetidos de ‘fascistas y golpistas’ se suman a los de ‘filo etarras, dictador o matón’. Las descalificaciones del rey emérito se llevan la palma
Los ejemplos de fuego cruzado se hacen interminables por parte de las distintas formaciones: desde la acusación de “hijo de terrorista” de la popular Álvarez de Toledo (PP) a Pablo Iglesias, las invectivas de este contra Vox por “querer un golpe de Estado”, o las críticas de Rufián al ‘Psoe iscariote’ por llevar “40 años dando una de cal y otra de arena”, y sus diatribas contra Aznar en sede parlamentaria, al calificarle de “ladrón” y ‘carcelero’. Apenas han pasado dos años, desde que el entonces vicepresidente del Gobierno defendía la necesidad de “naturalizar la crítica y el insulto” a “cualquier persona pública” en una democracia avanzada. Iglesias tampoco era partidario de perseguir “las cosas desagradables que vemos en las redes sociales”.
Fuera del parlamento nacional, quizás el exabrupto más condenable haya sido el proferido por el vicepresidente de Castilla y León al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, al considerarlo como “líder” de una “banda criminal”. Con todo, son las descalificaciones a la monarquía y la Casa Real las que se llevan la palma. La última, a cuenta de los presupuestos, la expresaba el portavoz del BNG, Néstor Rego, acusando a la institución de anacrónica y ‘corrupta’ como los Borbones, además de una “excrecencia” del pasado. El Congreso ha llegado a rechazar hasta cinco intentos de investigar al rey emérito, a quien el ministro Garzón llama “ladrón” y “delincuente acreditado”. La diputada republicana, Carolina Telechea, extiende sus ataques al gobierno, acusándolo de orquestar «una operación con Zarzuela» para «blanquear» a Juan Carlos I y granjearle la «impunidad», retirado del diario oficial.
El exvicepresidente Pablo Iglesias ya defendió “naturalizar la crítica y el insulto” en 2020
Voladura de la cortesía
Nuestro Parlamento hace tiempo que perdió las formas y la concordia de la Transición a medida que se han ido alejando también las mayorías de los respectivos gobiernos. Ello incluye la cortesía parlamentaria que impulsaron presidentes de las Cortes como Álvarez de Miranda, Lavilla o el hierático Félix Pons, que logró imponer de manera estricta, sin amonestar, llamar al orden o levantar siquiera el tono de voz.
Eran los tiempos de Suárez, González, Carrillo, Fraga, Abril Martorell, Arzalluz o Pujol, en los que el consenso y la discrepancia de los debates quedaba registrada en un Diario de Sesiones acotado con paréntesis sin mayor precisión que los “aplausos”, “abucheos” o reproches que “no se perciben bien”, para definir el ambiente de las intervenciones. Todos ellos tuvieron presente la salida de una dictadura tenebrosa y la convulsión política de parlamentos pasados.
El Parlamento hace tiempo que perdió la concordia de la Transición con voladura de las buenas formas como norma de los debates. Diputados ‘jabalíes´o provocadores ha habido en todas las épocas
En la segunda República ya se encargaron de caldear los debates hasta una decena de diputados ‘jabalíes’ de todas las tendencias, a quienes el ilustre Ortega y Gasset conminaba a no hacer ni ‘el tenor, el payaso o el jabalí’ en sede parlamentaria. Ejemplo de jacobinos en las legislaturas de principios del siglo XX fue el republicano Blasco Ibáñez, martillo de herejes contra la monarquía, el clero y la milicia, cuyos intervenciones a punto estuvieron de costarle la vida. Su enfrentamiento con un ‘tenientillo’ que reprimió la manifestación no autorizada a las puertas del Congreso en 1904 -en la que salió a saludar a sus correligionarios- acabó en duelo con el jefe de la milicia, que le disparó a muerte en el cinturón que le salvó la vida.
Ejemplo de diputado jacobino fue el escritor Blasco Ibáñez, cuya locuacidad estuvo a punto de costarle la vida.
El peligroso juego del insulto y la descalificación que hoy practican sus señorías superan la rebeldía de diputados más recientes como José Antonio Labordeta, al enviar “a la “mierda” a los parlamentarios del PP que le increpaban durante su intervención. La dureza de los oradores no era menor a cuenta de la economía, corrupción, el terrorismo de ETA o los Gal, aunque sin llegar al insulto personal o sobrepasar los límites de la descalificación. Ayer como hoy, los ataques incluían desaires como “ignorante jurídico” o “señorito de pesebre” -cruzados entre el popular Álvarez Cascos y el socialista Mohedano– junto a expresiones como “estalinista”, “fascista”, «traidor”, “sinvergüenza” o “chulo de barrio”. De la crítica mordaz se encargaba el todopoderoso vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, al zaherir a sus rivales con epítetos como “Tahúr del Mississippi”, dirigido a Adolfo Suárez, o el de “monja alférez”, a la popular Loyola de Palacio. Los debates, eso sí, nunca llegaron a las manos como en el parlamento italiano o a las injurias de Margaret Thatcher al líder de la oposición llamándolo ‘cerdo’.
Preocupación ciudadana
Casi cuatro décadas y media después de la segunda Constitución más longeva de la historia, los ciudadanos continúan preocupados por el comportamiento de nuestra clase política, que para un 12 por cien es el tercer problema nacional, incluido el ‘mal comportamiento’, según el CIS. El Eurobarómetro muestra además que el descrédito es mayor en España que en el conjunto de la Unión Europea. La desconfianza en los partidos alcanza el 90%, frente al 75% en la UE.