
Empar Pablo
No dejo de pensar en lo sucedido hace unos días en Brasil y no puede hacerse otra cosa que repudiarlo enérgicamente. El ataque que se produjo al Congreso, el palacio presidencial y el Supremo por parte de seguidores de Bolsonaro fue un evidente intento de quebrantar la democracia y la voluntad del pueblo brasileño.
No es la primera vez que un sistema de libertades contemporáneo tiembla por la acción de los enemigos de las sociedades libres, igualitarias, modernas, abiertas, inclusivas y solidarias. Pero no nos engañemos: el nombre del inspirador en cuestión no importa. Bolsonaro o Trump no son la causa, sino el síntoma. Y me explico: creo que no podemos perder de vista que el objetivo de la estrategia internacional de los totalitarismos y los nuevos fascismos es deslegitimar un sistema que busca amplias reformas sociales avaladas en las urnas por la mayoría de la ciudadanía.
Parte del capitalismo y quienes lo encarnan, han abierto un nuevo y peligroso espacio político que no duda en sacrificar la democracia para mantener la codicia corporativa buscando nuevos marcos institucionales más próximos a la autocracia
Es decir, parte del capitalismo y quienes lo encarnan, han abierto un nuevo y peligroso espacio político que no duda en sacrificar la democracia para mantener la codicia corporativa buscando nuevos marcos institucionales más próximos a la autocracia. Orden frente a libertad. Explotación contra derechos. Barbarie sobre civilización. Y su capitalismo, en continua expansión depredadora e incontrolada, en una permanente huida hacia adelante.
Como sugiere el filósofo Daniel Innerarity, “la democracia necesita unos buenos perdedores tanto o más que buenos ganadores”. Asegura que un buen perdedor es aquel que reconoce la legitimidad de quien ha ganado y protege los procedimientos establecidos que le permitirían, a él mismo, recuperar el poder. Pero creo que no podemos ignorar que la democracia no interesa demasiado a una parte de los capitalistas-dirigentes porque ya no sirve a sus intereses. Y se afanan en extender por tierra, mar, aire y medios, como una mancha de aceite nihilista, la extendida idea de que el Gobierno no tiene derecho a estar ahí y de que quienes detentan el poder traicionan a la nación. Tras años de políticas neoliberales auspiciadas por ese difuso Gran Capitalismo Mundial, una no desdeñable porción de los ‘nadie’ opta por estas soluciones ideológicas porque se sienten abandonados por la izquierda, disfrazada tantas veces de lo que nunca debió ser. No encontraron políticas consecuentes con sus demandas de pan, seguridad y futuro.
Antes, en la época dorada de solidificación de las democracias, el capitalismo que se llamó “de rostro humano” transaccionó importantes dosis de protección social con esas partes más débiles de las sociedades occidentales, a cambio de orden y de la parte del león de la riqueza. Acabábamos de salir de una Guerra Mundial y había que poner el tenderete en el mercado. Y normalizar los Estados modernos. Hacía falta logos frente al caos. Y claro, personas que consumieran.
Ahora ocurre que gana el corto plazo como si no hubiera un mañana. Hay urgencias y parece que el margen de lo tolerable por el sistema se ha estrechado. En la década de los años 20 y 30, el capitalismo creó a Mussolini, Hitler y Franco por este orden. Y hoy una parte de estos grandes conglomerados industriales y financieros a los que me refería dan por amortizados los sistemas de libertades de ciudadanía libre e igual porque no sirve a su interés. No es que no toleren el comunismo, es que no transigen con la socialdemocracia y parece que quieren quedarse con todo. Y digo todo. Hablamos, en mi opinión, del penúltimo y quién sabe si definitivo estadio de la pugna capital-trabajo, que muta a dicotomía capital-civilización. Deslegitimar opciones políticas más sociales, feministas o ecologistas, bajo las siglas de los partidos de izquierda, es la voladura de cualquier sistema democrático. Pero puede que la democracia tal y como la conocemos no sea una prioridad. Y no pregunten qué pasará después. Ni por un segundo crean que les hace especial gracia un mundo ‘Mad Max’ en permanente desorden y caos. Lo primero es orden. Pero claro, su orden y no el de las mayorías sociales.
Es evidente que son absolutamente inadmisibles los intentos golpistas de sectores que se niegan a reconocer la voluntad soberana de los pueblos. Así pasó en EE UU y, lo dicho, en Brasil. Esperamos que no cundan más ejemplos en Europa. En España, mensajes como que el Gobierno es ilegítimo, no tiene derecho a estar ahí y de que quienes detentan el poder traicionan a la nación, que son ‘okupas’ de la Moncloa, se repiten casi desde el inicio de la legislatura. Es común entre la derecha escuchar que en España tenemos un gobierno de delincuentes. La acusación usual que también se dedica a Lula da Silva en Brasil. ¿Qué vendrá después? ¿Estamos tan lejos de Washington o Brasilia?
El sindicalismo de clase se solidariza con los pueblos y los Gobiernos democráticos, con todos los movimientos políticos y sociales que defienden la paz, la solidaridad y el Estado de Derecho. Hoy Bolsonaro, Trump o Abascal son un síntoma. La enfermedad tiene otro nombre: fascismo como fase del capitalismo.
Diplomada en Relaciones Laborales por la Universitat de València. Máster en Prevención de Riesgos Laborales (técnica superior en Ergonomía y Psicosociología) por la Universitat Politècnica de València. Máster en Género y Políticas de Igualdad por la Universidad Rey Juan Carlos I. Community Management por la Fundación UNED. Formadora Ocupacional por FOREM PV. Vinculada a CCOO desde 1996 de forma militante en la Secretaría de Juventud de CCOO PV. Se incorpora como miembro de la Comisión Ejecutiva Confederal de CCOO PV en el 8º Congreso como secretaria de Juventud del País Valencià. En el 9º Congreso asume la Secretaría de Comunicación y Política Lingüística en CCOO PV. En el 10º congreso se incorpora a la Dirección Confederal estatal de CCOO como secretaria de Movimientos y Redes Sociales. En el 11º Congreso es nombrada secretaria de Comunicación, cargo que mantiene actualmente en el 12º Congreso de CCOO.