
Sin Maldad / José García Abad.
Carlota Guindal dio a la luz el pasado martes un gran libro sobre el juicio al ‘procés’ en el que lo único que no encaja es el título: ‘Ni vencedores ni vencidos’, que recuerda sin venir demasiado a cuento la película de Stanley Kramer titulada con un interrogante significativo: ‘¿Vencedores o Vencidos?’, sobre el tribunal organizado que en Núremberg juzgó los crímenes contra la Humanidad cometidos por los dirigentes nazis.
Si hemos de fiarnos del título, de lo que uno no debe fiarse en muchos casos, parecería que Carlota Guindal, joven y brillante periodista, hija de brillantes periodistas no tan jóvenes, apuesta por un empate entre juzgadores y juzgados, entre jueces y delincuentes. En este proceso ha habido no sé si vencedores, pero sí vencidos que hoy están en la cárcel. Sostengo que los sediciosos pensaban que el Estado no se atrevería a condenarlos, entendieron demasiado tarde el implacable funcionamiento de la Justicia, lenta pero imparable. Echaron un pulso al Estado y lo perdieron.
Carlota Guindal dio a la luz el pasado martes un gran libro sobre el juicio al ‘procés’ en el que sostiene que fue “un fracaso colectivo”. O sea: un fracaso de la política pues, en efecto, la compleja cuestión catalana que moviliza a millones de personas en uno u otro bando no puede resolverse en los tribunales.
Pero no era el propósito de los juzgadores, que reconocen en una sentencia muy instructiva que el conflicto tiene “profundas raíces históricas”, sustituir a los políticos pues, como señala la autora: “Los jueces hicieron lo que saben hacer, dilucidar la verdad jurídica y aplicar la ley en consecuencia”. Fue, en su opinión, “un juicio del que todos esperaban algo que era inviable. Unos, los acusados, esperaban la comprensión política; otros, los demandantes, el regreso a la obediencia de los desobedientes. Entre todos, organizaron el desastre: años de reclusión para los condenados y un conflicto que sigue ahí, sin resolverse”.
Mi opinión personal es que la culpa de que no se avanzara en la solución del problema por medio del diálogo fue, mayormente, de los independentistas.
Faltó gallardía
Las lamentaciones se comprenden en el plano personal pero no son propias de veteranos de la política. Sorprende la falta de gallardía por parte de los procesados, que dieron a entender que no iban en serio, que no hubo rebelión ni sedición, sino que fue todo producto de una ensoñación; algo peor que una frivolidad, fue una burla a los que les creyeron.
Qué diferencia con el digno comportamiento de Companys, el antecesor en la proclamación de la independencia de la República Catalana que, cuando el fiscal del Tribunal de Garantías Constitucionales de la II República pidió para él la pena de reclusión perpetua por el delito de rebelión, se lanzó sobre él gritándole: “Usted ha querido humillarme al no pedir para mí la pena de muerte”.
Acierta Guindal en el subtítulo, en el que explica claramente su propósito: “El juicio al ‘procés’, la historia sin la venia de un fracaso colectivo”. O sea: un fracaso de la política, pues, en efecto, la compleja cuestión catalana que moviliza a millones de personas en uno u otro banco no puede resolverse en los tribunales.
Pero no era el propósito de los juzgadores, que reconocen en una sentencia muy instructiva que el conflicto tiene “profundas raíces históricas”, sustituir a los políticos pues, como señala la autora: “Los jueces hicieron lo que saben hacer, dilucidar la verdad jurídica y aplicar la ley en consecuencia”. Fue, en su opinión, “un juicio del que todos esperaban algo que era inviable. Unos, los acusados, esperaban la comprensión política; otros, los demandantes, el regreso a la obediencia de los desobedientes. Entre todos, organizaron el desastre: años de reclusión para los condenados y un conflicto que sigue ahí, sin resolverse”.
De acuerdo, fracaso de la política pero la culpa fue, mayormente, de los independentistas
Mi opinión personal, no necesariamente la de Guindal, que sobrevuela un tanto sobre la adjudicación de responsabilidades, es que la culpa de que no se avanzara en la solución del problema por medio del diálogo fue, mayormente, de los independentistas.
Los dirigentes del ‘procés’ sólo estaban dispuestos a sentarse en la mesa para plantear exigencias reñidas con la legislación vigente y se negaban a aceptar ninguna propuesta distinta a la independencia. El Govern se deslegitimó desde el momento en que incurrió en la falacia de la sinécdoque confundiendo la parte con el todo y gobernó solo para los independentistas que, siendo muchos, no son mayoría.
Ello no quita culpa al Gobierno Rajoy, especialmente a la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y de forma especialmente patosa al entonces ministro del Interior Jorge Fernández Diaz, unas culpas sobre las que se extiende la autora con interesantes aportaciones de primera mano.
La independencia de la Fiscalía no está definitivamente resuelta
Es verdad que Mariano Rajoy utilizó inicialmente a la Fiscalía con instrucciones severas y no pudo impedir, y que el fiscal general del Estado, a la sazón José Manuel Maza lo suavizara cuando lo intentó. Y es que la cuestión de la independencia de la Fiscalía a la que se la señala sometida a jerarquía no está definitivamente resuelta. Todos los presidentes de los gobiernos, desde González a Sánchez, pasando por Aznar y Rajoy, con la excepción de Zapatero, han intentado valerse de ella para propósitos no siempre santos.
Hasta la arribada del leonés, el fiscal general del Estado lo nombraba el Gobierno. Zapatero mantuvo el nombramiento por el Ejecutivo pero añadió que no se lo podía cesar durante los cuatro años de su mandato. Ello no impidió que Mariano Rajoy forzara la dimisión de Torres Dulce respecto a la actuación de Artur Mas el 9 de noviembre de 2014. Y ya vimos la metedura de pata de Pedro Sánchez al presumir de mandar en la Fiscalía.
Pero lo cierto es que la Fiscalía no son los jueces y el Tribunal Supremo es el supremo tribunal que en este juicio, dirigido sabiamente por Manuel Marchena, retransmitido en directo a todo el mundo, ha demostrado, además de transparencia, la máxima pulcritud jurídica.
Lleva ejerciendo la profesión de periodista desde hace más de medio siglo. Ha trabajado en prensa, radio y televisión y ha sido presidente de la Asociación de Periodistas Económicos por tres periodos. Es fundador y presidente del Grupo Nuevo Lunes, que edita los semanarios El Nuevo Lunes, de economía y negocios y El Siglo, de información general.
El libro de Carlota Guindal es excepcionalmente objetivo en una cuestión, como el conflicto catalan, donde todos hemos tomado partido . Hay buenos y malos como deja claro el articulo de José García Abad. Sin embargo no deberiamos olvidar que tan peligroso para la convivencia los separatistas como los separadores. Tal vez por eso en el juicio del proceso no ha habido ni vencedores ni vencidos. Todo hemos perdido algo: la convivencia.