Carmen Cervera está feliz. Ha renovado su acuerdo con el Ministerio de Cultura para que el Mata Mua de Gaughin vuelva al Museo Thyssen a cambio del alquiler de la colección para su exhibición durante los próximos 15 años por 97,5 millones de euros, la dolorosa ruptura con su hijo Borja es cosa del pasado y sus mellizas Carmen y Sabina son unas jóvenes de 15 años con una vida prometedora.
“Me siento pletórica, muy feliz y agradecida”, declara a Hola la baronesa, que presume de haber seguido los pasos del difunto barón “y he sabido llevar su legado muy bien”. Del hijo que concibió con el ya fallecido Manolo Segura y que adoptó Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza, la que fuera Miss España 1961 dice en la entrevista que “era muy importante que estuviera” en el anuncio del acuerdo, donde acudieron acompañados por la ‘nuera pródiga’, Blanca Cuesta.
“Y como coleccionista, también”, subraya, “como yo, él está muy ilusionado y muy feliz” por un compromiso que, de acuerdo con la exigencia del departamento dirigido por Miquel Iceta, les permite vender tres obras de una colección de 330, siempre que no sea la famosa pintura del célebre artista galo que descubrió al viejo continente la cultura y los colores vibrantes de la Polinesia Francesa. Y eso que por este lienzo ha recibido “ofertas muy tentadoras. Mentiría si dijera que no se me pasó por la cabeza venderlo”, reconoce, “pero no podía privar a España de una pieza tan importante a nivel mundial».
A sus hijas adolescentes, nacidas de un vientre de alquiler hace quince primaveras, Tita Cervera “les ha ido inculcando el arte desde pequeñas, como hice con Borja. Se lo he ido acercando, pero sin forzarlas, para que no hiciera el efecto contrario”. De momento, Sabina “es muy creativa, le gusta dibujar, escribir…” y Carmen, aunque aún no sabe qué camino tomar, “es muy estudiosa” y “quiere ir a Harvard”.
¿Acaso tanta dicha personal y tanto cash, acuerdo con el Gobierno mediante, no merece resistir la tentación de vender una obra tan valiosa por un puñado de millones? Digan bien alto conmigo: ¡larga felicidad a los Thyssen!