
Sin maldad / José García Abad
Dicen que todas las comparaciones son odiosas pero habría que añadir que algunas son estúpidas. Me refiero a la que hiciera Rufián en el Parlamento al exaltar a José Luis Rodríguez Zapatero denigrando a Felipe González. Interpretó el portavoz de ERC el sentir de los diputados socialistas al afirmar: “Estoy convencido de que muchos de ustedes se enorgullecen de Zapatero y se avergüenzan de Felipe”. Rufíán se refería al rechazo del PSOE a que se montara una comisión de investigación sobre el terrorismo de Estado que el portavoz de Esquerra atribuía a Felipe González, al que inisinuó como la equis del GAL, apelando a un informe de la CIA.
Como se sabe, el PSOE sufrió en su día la persecución de la justicia de la mano de Baltasar Garzón, que condenó a algunos dirigentes del partido y llevó ante la justicia al propio González, que fue exonerado de culpa.

El gran mérito de González fue intuir que las siglas del PSOE representaban una marca de gran fuerza en el imaginario popular, cuando los enterados señalaban que sería el PCE la fuerza hegemónica de la izquierda, como había ocurrido en Italia. González tuvo también la habilidad y la fuerza de conducir al partido por la senda de la moderación dando prioridad a que las cosas funcionaran en España.
El gran mérito de Zapatero fue levantar el ánimo de los socialistas hundidos en la miseria en los últimos años de Felipe González, cuando le cayeron los ‘roldanes de punta’, después de que José Maria Aznar consiguiera la mayoría absoluta frente a Joaquín Almunia. Su demerito fue su autoendiosamiento. Se creyó el Mesías esperado, ninguneó a los órganos del partido y del Gobierno y se instaló en una corte de amigos entusiastas. Finalmente se enfrentó a la gran crisis del 2008, negándola. Su final fue patético. El miedo a la quiebra del Estado le hizo conducirse como un pollo decapitado, lo que dio a Mariano Rajoy una mayoría aún más absoluta que la que sufrió Almunia
La verdad es que comparar a Zapatero ‘el Bueno’, con Felipe ‘el Malo’ no debía creérselo ni el propio Rufián que, probablemente sirvió al portavoz de Esquerra para dar a entender que su diatriba no iba contra el PSOE, sino contra González. El entusiasta aplauso de los diputados socialistas cuando Pedro Sánchez hizo su panegírico de su correligionario desmentía en alto voltaje el argumento de Rufián. Acertó Sánchez al resaltar el legado del expresidente socialista como “modernizador” de España.
Mis libros sobre ambos
He escrito sendos libros sobre ambos presidentes: ‘Las mil caras de Felipe González’ y ‘El Maquiavelo de León’. En el primero hacía notar cómo el gran mérito de González fue intuir que las siglas del PSOE representaban una marca de gran fuerza en el imaginario popular, lo que tenía mérito cuando los enterados señalaban que sería el PCE la fuerza hegemónica de la izquierda, como había ocurrido en Italia. Y Felipe arrasó en las urnas.
González tuvo también su liderazgo al refundar el partido centenario conduciéndolo por la senda de la moderación. Su prioridad fue que las cosas funcionaran en España.
Felipe empatizó con la ciudadanía como ningún otro político, lo que explica que se mantuviera en el poder durante 14 años. No he ocultado aciertos ni errores, éxitos ni fracasos, méritos ni deméritos, ni me he ahorrado severas críticas cuando estimaba que lo merecían e incluso he podido aportar algunas nuevas sobre las que se le atribuyen porque, como decía Plutarco, “el que alaba con gusto hace reproches por necesidad”. Pero mi conclusión general es que, a pesar de todo lo dicho y precisamente por lo dicho, considero a Felipe González Márquez como el mejor presidente de la historia de España.
El gran mérito de Rodríguez Zapatero fue levantar el ánimo de los socialistas hundidos en la miseria en los últimos años de Felipe González, cuando le cayeron los ‘roldanes’ de punta, después de que José Maria Aznar consiguiera la mayoría absoluta frente a Joaquín Almunia. Su demerito fue su autoendiosamiento. Se creyó el Mesías esperado, ninguneó a los órganos del partido y del Gobierno y se instaló en una corte de amigos entusiastas. Finalmente se enfrentó a la gran crisis de 2008, negándola. Su final fue patético. El miedo a la quiebra del Estado le hizo conducirse como un pollo decapitado, lo que dio a Mariano Rajoy una mayoría aún más absoluta que la que sufrió Almunia.
En mi ‘Maquiavelo de León’ sostenía yo que la figura de Zapatero no se presta al simplismo maniqueo. No era el ‘Bambi’ con el que se le designó inicialmente, pero tampoco el lobo disfrazado de ciervo que pretendían sus adversarios. Quizás habría que clasificarlo como un animal intermedio en el proceso tan sabiamente descrito por Darwin: un ‘lobambi’ intentando adaptarse a los nuevos tiempos, como se adaptaron en el suyo los anfibios, pero sin las capacidades necesarias.
Todos los que llegan a la presidencia del Gobierno tienen alma de ‘killer’ y Zapatero no es una excepción, a pesar de su inofensivo aspecto. Como me decía un exministro: “Si él estima que ‘se la haces’, pone tu nombre en la bala. Se toma su tiempo, pero finalmente dispara. Las balas las tiene contadas y no derrocha ninguna. Pero tenlo seguro: ni olvida ni perdona”.
No fue un ideólogo profundo, ni un dirigente de los que marcan nuevos caminos a la izquierda; pero fue un político de cuidado, un virtuoso en la cosecha de votos. Es, en resumen, un político puro o un puro político que mostró una habilidad notable para los pactos más inverosímiles, para la reconversión de las alianzas; con una extraordinaria capacidad para sacar nuevos señuelos cuando se le agotan los antiguos. Por lo demás, en su entorno nadie puso en cuestión que es un hombre de izquierdas fiel a unos cuantos principios.
No es, en mi opinión, un ingenuo ni un malvado. Tampoco es más soberbio de lo que fueran José María Aznar y Felipe González. Lo que puede parecer soberbia no es más que la manifestación de su mesianismo. Él está convencido de que ha sido ungido con un don especial, que es portador de un destino manifiesto, para cuyo cumplimiento se vale él solo.
Está persuadido de que lo que no han conseguido otros, él lo puede lograr sin esfuerzo, lo que explica que eligiera tan mal a sus ministros. Estimaba que podía permitirse ser caprichoso en la elección de sus colaboradores. No es que no fuera capaz de formar equipos, como me decían compañeros suyos, es que no lo creía necesario.
Lleva ejerciendo la profesión de periodista desde hace más de medio siglo. Ha trabajado en prensa, radio y televisión y ha sido presidente de la Asociación de Periodistas Económicos por tres periodos. Es fundador y presidente del Grupo Nuevo Lunes, que edita los semanarios El Nuevo Lunes, de economía y negocios y El Siglo, de información general.