Sale estos días a las librerías ‘La España ye-yé’ (Almuzara Ediciones) de nuestro colaborador Manuel Espín, donde a través de una veintena de capítulos y 400 páginas se analizan distintos temas del periodo 1960-1966, un tiempo decisivo en el cambio de imagen del franquismo, aunque su esencia seguía siendo dictatorial. Un periodo en el que las sociedades occidentales, y también España, cambiaron sus estilos de vida. Así se resume en este extracto.
En 1959, Franco tenía que tomar una rápida decisión: la inflación acechaba, las reservas monetarias estaban agotadas, le economía se encontraba al borde de la catástrofe. No había otro remedio que la liberalización comercial con la mirada puesta en los espectaculares índices de crecimiento del Mercado Común. El dictador era reticente al liberalismo económico porque temía que tras él llegara el odiado parlamentarismo: «De Europa no puede venir nada bueno», expresaba. Ante la amenaza de la vuelta a las cartillas de racionamiento tuvo que dar vía libre a las decisivas reformas que buscaban la inserción de España en las economías capitalistas; aunque sin la posibilidad de entrar en el Mercado Común por la naturaleza dictatorial del Régimen.
En poco tiempo, la situación económica mejoró, con la entrada de inversión exterior y de divisas, las remesas de los emigrantes y los ingresos por turismo. El cambio impulsado por un grupo de aparentes ‘tecnócratas’ vinculados al Opus Dei (aunque la mayoría habían combatido de forma activa en el bando de Franco durante la guerra y su fidelidad al Caudillo era absoluta) transformó de arriba a abajo el país. En un momento en el que las sociedades occidentales estaban cambiando. A partir de 1961, en los discursos de fin de año, Franco aparecía con un perfil inusitado de presidente de una gran compañía hablando de cifras de producción y de consumo, bajo un nuevo axioma social: la vinculación del progreso y el consumo a la renuncia de la política que quedaba exclusivamente en manos del Régimen.
“El periodo comprendido entre 1960 y 1966 cambió la imagen del país a través de una liberalización comercial que no política, con mejoras en el consumo y más comunicación con el exterior”
Con la llegada de un nuevo gobierno en 1962 cambiaban algunas cosas. Fueron pocos los que se fijaron en la presencia de Fraga en Información y Turismo, pero a las pocas semanas su frenética actividad e impulso dieron lugar a que por vez primera en la historia del Régimen se lanzaran intensas campañas de promoción exterior e interior. Con dos grandes ejes como fueron los ‘XX Años de Paz’, una intensa actuación publicitaria y de imagen, y la presencia en la Feria Mundial de Nueva York de 1964-65 donde el pabellón español era el más visitado, para el que Picasso permitió que uno de sus cuadros se exhibiera junto al de otros maestros de la pintura española.

Esas poderosas campañas de imagen no se vieron respaldadas por medidas liberalizadoras. Al Contubernio de Múnich de 1962, que no fue más que un suave posicionamiento de tono muy moderado por quienes venían a demandar una España democrática y reconciliada, se respondió a sus participantes, muchos de ellos monárquicos juanistas, con sanciones económicas, destierros e imposibilidad de ejercer sus carreras, y se unió la aciaga decisión de ejecutar a Julián Grimau; cuyo impacto fue grande en los medios europeos y motivó un aluvión de mensajes y críticas hacia El Pardo. Mientras, la represión se mantuvo con la creación del TOP (Tribunal de Orden Público).
En paralelo, los ejes fundamentales del vínculo exterior se reconvertían. Kennedy no era igual que Eisenhower: su imagen de modernidad y catolicidad le hizo ser bien visto por los medios ligados al Opus. Sin embargo, las reticencias aparecieron en seguida cuando se supo que ‘agencias americanas’ financiaban actividades de la oposición (excluido el PCE), y que el dinero encubierto de la CIA sirvió para alimentar Múnich-62. La llegada de Antonio Garrigues a la Embajada en Washington fue singular dadas sus vinculaciones personales con la familia Kennedy y su personalidad política, partidario de liberalizar el sistema hasta donde fuera posible. En ese trasfondo hubo muchos dimes y diretes que dieron lugar a unas relaciones de cierto equívoco y desconfianzas.
Fue muy importante el impacto del Concilio Vaticano II en la sociedad española hasta constituir una especie de seísmo. La jerarquía, procedente en su gran mayoría a la ‘Iglesia de la victoria’, verdadero sostén del franquismo por encima del Ejército o de la Falange, se encontró una realidad imprevista en las aulas conciliares: su idea era la proclamación de la Virgen María como reina de la Cristiandad y la condena al comunismo, y chocó con algo inesperado: un propósito de abrir ventanas a la Iglesia en la que se hablaba de libertades, derechos humanos, diálogo, ecumenismo… Esa desorientación justifica el apagado papel de la Iglesia española en el Vaticano II teniendo en cuenta su importancia en el contexto católico mundial. Tanto es así que, desconcertados, parte de esa jerarquía corrió hacia El Pardo a ‘justificarse’ ante Franco porque el Concilio había ido mucho más lejos de lo que se esperaba. La presencia de Pablo VI al frente de la Iglesia fue una de las peores noticias para el franquismo: siendo cardenal, Montini había pedido clemencia a Franco sobre Grimau (como lo hizo Isabel II de Inglaterra)y el hermano del Papa tenía un papel activo en la Democracia Cristiana (DC).
“La jerarquía española en el Concilio se encontró desorientada: llevaba como propósito que María fuera declarada reina de la Iglesia y la condena al comunismo, pero se vio sorprendida por un inesperado panorama donde se hablaba de libertad, diálogo, derechos humanos y ecumenismo”
Al final de los 60, el Pontífice en un inesperado discurso manifestó su preocupación por zonas calientes como Vietnam o el Congo, mencionando también… a España, lo que causó hondo malestar en El Pardo. En pocos años hubo de habilitarse una cárcel para clérigos y los choques entre las bases católicas y la jerarquía fueron constantes, mientras el Vaticano recurría a nombrar obispos auxiliares para evitar el Concordato del 53 que permitía a Franco vetar prelados.
Los cambios culturales
Si por algo son decisivos los 60 es por las transformaciones culturales cuya influencia en los estilos de vida fue radical. No sólo con la aparición de la píldora o la minifalda (un prelado español pidió a Fraga que la prohibiera por decreto), sino con las estéticas y elementos socioculturales que cambiaron el mundo. Hablar de una época como ésta implica analizar las formas culturales que en España tuvieron eco especialmente entre las generaciones que no vivieron la Guerra Civil. En 1962, se celebraban en Madrid los conciertos del Price, primera vez que se ofrecían actuaciones de rock, finalmente prohibidas pese a no haberse producido ningún problema de orden público.

Tres años después, las actuaciones de Los Beatles en Madrid y Barcelona se autorizaron muy a última hora a punto de denegarse, gracias a que la reina de Inglaterra les acababa de conceder la Orden del Imperio Británico. Bajo estrictas condiciones de control y rodeados de policía en cada momento, tanto que años después Paul McCartney comentaba que «parecían que actuaban en una cárcel». A pesar de que el sonido fue malo y había más gente en la calle que en el interior de la plaza de toros.
En 1964 se produjo el primer lanzamiento ‘industrial’ de un grupo español con Los Brincos, a través de una discográfica, Zafiro-Novola, en aquel momento líder del mercado vinculada con el Opus (años más tarde haría otro tanto con el ‘rock urbano’ y el sello Chapa). Que en 1966 se vería acompañado por Los Bravostras un falso concurso para buscar el nombre de un grupo (previamente elegido).
En aquella época el turismo alcanzaba niveles insospechados gracias a la disponibilidad monetaria de quienes provenían de los países del Mercado Común. Y ciudades y paisajes españoles vieron cómo los rodajes de películas de Hollywood y de pequeñas producciones traían a España a viejas y nuevas caras de Hollywood. Con un amplio abanico de temas que iban más allá del cine, empezando por los rodajes de las películas de Samuel Bronston, y el acto civil no directamente político más importante del franquismo: el estreno a finales del 63 en el Cine Palafox de Madrid de ’55 días en Pekín’ con máximas estrellas de Hollywood junto a Carrero Blanco y personajes muy conocidos del franquismo; en un peculiar juego de influencias. Con la singular presencia del entonces Príncipe Juan Carlos en el cóctel de presentación de una modesta película, la última en la que trabajó Esther Williams.
Más allá de los hechos sociales hoy se debe responder a preguntas que en su momento no se hicieron: ¿qué había de ingeniería financiera tras el ‘imperio Bronston?, ¿cuáles fueron sus relaciones con el franquismo?, ¿qué pensaban sobre la situación española aquellos nombres de Hollywood que venían a trabajar (o residir en España)?
Con situaciones tan sorprendentes como el interés del actor italiano Gian María Volonté que se había manifestado en su país a favor de la democracia en España por informar en las pausas de rodaje de ‘Por un puñado de dólares’ (1964) a Clint Eastwood –todavía un modesto actor americano que vivía en un pequeño apartamento de la Torre de Madrid– sobre la situación política española sin obtener el menor gesto de interés por la futura gran estrella. O, por el contrario, la atención del director Richard Lester en su primer rodaje español, ‘Golfus de Roma’ (1965) por informarse sobre las condiciones en las que España debía evolucionar hacia una sociedad democrática como las de la Europa Occidental.
En este recorrido con nuevos testimonios, opiniones y revelaciones, sobre la España de los nuevos mitos (de Marisol a ‘El Cordobés’) correspondiente a la época del desarrollismo, se entremezcla la vida cotidiana con las nuevas tramas urbanas, la implantación del salario mínimo, la expansión del turismo que cambió el paisaje de las costas, y el cambio de argot y las nuevas palabras que llenaban las conversaciones emergía una sociedad con ansias de transformación, todavía constreñida por unas estructuras incapaces de evolucionar.
“Las relaciones entre las administraciones de Franco y Kennedy pasaron por las más inesperadas situaciones, desde la desconfianza al desconcierto, especialmente cuando se supo que ‘agencias norteamericanas’ financiaban el ‘contubernio de Múnich”
De esta manera, el Régimen perdió en los 60 su gran oportunidad de cambio, cuando los datos económicos eran positivos, la capacidad de consumo había mejorado de manera sorprendente con un aluvión de productos, del coche utilitario a los electrodomésticos, antes imposibles de lograr; pero donde la liberalización comercial no llegó al terreno político. Con la creciente pérdida del discurso cultural por el franquismo. Más que a través de la influencia todavía reducida de los clandestinos y prohibidos partidos políticos y de los sindicatos democráticos, el contraste entre las formas de vida europeas y las españolas contribuyó de forma importante al fomento de la disidencia.