Ignacio Vasallo
Antes de que el movimiento Teruel Existe adquiriera renombre, a finales del pasado siglo el poeta conquense Federico Muelas –fallecido en 1974– nos repetía: “Aunque alguno no lo sepa, Cuenca sí existe “.
Federico se vino pronto a Madrid donde montó una botica para ejercer su otra profesión, la de farmacéutico. Se fue, pero no abandonó Cuenca, ni Cuenca lo abandonó a él. Quizás cuando aseguraba que Cuenca sí existía, estaba mostrando su remordimiento por haberse ido cuando esa tendencia despobló tantas comarcas del interior.
Hoy Muelas estaría orgulloso de su Cuenca al menos tanto como su ciudad lo está de quien fue su cronista oficial. Su soneto a Cuenca,
“Alzada en limpia sinrazón altiva
–pedestal de crepúsculos soñados–….”,
es quizás la poesía más reconocida por los conquenses.
Hoy Cuenca renace y florece. Ciertamente es una pequeña ciudad –55.000 habitantes– mesetaria, a 1.000 metros de altitud –capital de una extensa provincia, que ha perdido población, pero está rejuveneciendo–. Esa renovación, especialmente la de algunos innovadores cocineros, le ha valido que sea este año la “Capital gastronómica de España”. El Ayuntamiento con el Plan de Sostenibilidad turística conjuntamente el Ministerio de Turismo y la Junta han hecho un buen trabajo.
Tiene mérito. La cocina local es manchega: la caza, el cordero, el cabrito, el trigo, la miel, el queso. El resultado es contundente: el morteruelo, y los zarajos, basados en la casquería; el denominado, de forma intraducible, “atascaburras”, al que también llaman bacalao al ajoarriero, pero con puré de patatas, o las migas con huevo, los escabeches y las truchas. Todos son platos sabrosos, pero algunos de difícil explicación al turista foráneo. Los vinos de La Mancha que elaboran en la vecindad han mejorado claramente en los últimos años. Algunas bodegas como La Estacada han adquirido renombre.

La revolución de los nuevos cocineros no ha olvidado la tradición, pero la ha adaptado a los nuevos tiempos que exigen resultados más livianos. Son bastantes los restaurantes que caminan por esa senda en distintos sitios de la ciudad. Alguno en la parte baja como el tradicional Recreo Peral en la ribera del Júcar; Romera en la del Huécar, y el del Parador Nacional, en el antiguo Convento de San Pablo del S. VI, frente al puente de hierro del mismo nombre, que conecta con la parte alta de la ciudad, con las mejores vistas de las casas colgadas. El Parador es un ejemplo de lo importante que ha sido y es la organización a la que pertenece para la promoción del turismo español.
El casco histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, entre las hoces de los dos ríos, es espectacular. Algunos hacen el itinerario circular de cuatro kilómetros con magníficos miradores, pero, en todo caso, hay que animarse a recorrer las empinadas calles para conocer el arco Bezudo, los restos de la murallas y numerosas iglesias, hasta el elevado barrio del Castillo. Por el camino abundan los restaurantes y los bares de buenas tapas. Parada ineludible es el Museo de Arte Abstracto Español en una de las tres casas colgadas que se pueden visitar y que comparte con el moderno restaurante del mismo nombre. También hay un interesante restaurante en el Museo Antropológico de Castilla-La Mancha de reciente creación donde se cuentan las andanzas de lo dinosaurios por la zona.
La Catedral que da a la Plaza Mayor, centro de la ciudad, es una bella construcción gótica cuya construcción ordenó Alfonso VIII tras la conquista de la ciudad a finales del S. XII. La toma no debió ser fácil por el abrupto emplazamiento defensivo que habían elegido los musulmanes desde su fundación. Como señala el mencionado soneto:
“¿Subes orgullos, bajas derrocados sueños de un dios en celestial deriva?…”
En el año 2010 se inauguró el servicio de alta velocidad con Madrid que actualmente se puede realizar en una hora con numerosas frecuencias. Incluso algo menos se tarda desde Valencia y 20 minutos más desde Alicante. Esa fácil comunicación favorece las visitas de día, pero desincentiva la pernoctación. Como consecuencia, además del Parador y del modernizado hotel Alfonso VIII en el centro, no hay mucho alojamiento destinado al turismo.
La estación del AVE es una espectacular prueba del desarrollo de partes de la España interior en los últimos 40 años. Pocas ciudades de Europa pueden presumir de algo similar.
La estación lleva el nombre de Fernando Zóbel, el pintor filipino, de familia de origen español que, en 1966, fundó el Museo de Arte Abstracto español con la colaboración del llamado grupo de Cuenca: Gustavo Torner, Gerardo Rueda, Manuel Millares y Antonio Saura, entre otros, y al que donó su obra. El Museo lo administra la Fundación March.
Federico Muelas y Fernando Zóbel son las dos caras de la moneda conquense: el que se tiene que ir, pero siempre lleva a Cuenca dentro, y el que viene desde lejos para dejar allá su alma transformada en su pintura.