Alba del Prado
Tras un año de guerra en Ucrania que, en realidad, empezó en 2014 con la anexión de Crimea por parte de Rusia, la geopolítica internacional cambia de rumbo con destino a Oriente. La que, en un principio, se planteó como una necesidad de salida al Mediterráneo (vía Mar Negro) por parte de Rusia, ‘justificada’ como el apoyo del régimen de Vladimir Putin a grupos nacionalistas rusos de esa zona de Ucrania ha dejado al aire serias debilidades de la, hasta ahora tranquila, pacífica y semi-neutral Europa.
Miles de muertos después de la invasión de las tropas rusas en Ucrania (en septiembre pasado la ONU contabilizaba casi 6.000 víctimas mortales civiles mientras los soldados y militares de ambos bandos suman decenas de miles) las consecuencias del conflicto sobre el resto del planeta no solo son evidentes sino que parecen no tener fecha de caducidad. Europa, hasta ahora centrada en la actividad económica; sin política de defensa común y con una política internacional en el mejor de los casos, testimonial, ha quedado ‘retratada’ por la decisión del Kremlin.
Si en lo económico, el poderío de la Unión Europea (UE) parece indiscutible, en lo diplomático no lo es tanto. Hasta el estallido de la guerra, la política exterior ha venido determinada por las grandes potencias -Alemania y Francia-, que han marcado el ritmo según sus intereses particulares.
Quiera admitirlo o no, la Unión Europea se puso de perfil cuando Putin decide anexionar la Península de Crimea en 2014 para asegurarse una salida directa al Mar Negro ante la que considera una amenaza real de la OTAN que busca llevar sus bases de misiles a las mismas puertas de Rusia.
La política pro-occidental del presidente ucraniano Volodímir Zelenski significa el fin de la influencia económica de Moscú sobre el llamado ‘granero de Europa’
Por si fuera poco, la política pro-occidental del presidente ucraniano Volodímir Zelenski significa el fin de la influencia económica de Moscú sobre el llamado ‘granero de Europa’. Algo que el ultranacionalismo de Putin no puede consentir dado su “empeño en conservar sus zonas de influencia en el espacio post soviético, reconfigurar el orden europeo de seguridad creado tras la Guerra Fría y bloquear la ampliación de la Alianza Atlántica hacia el Este”, tal como señalan los analistas del Real Instituto Elcano.
“El futuro de Ucrania está en la UE”, aseguraba la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen en una cumbre de la UE celebrada en la capital ucraniana, Kiev, a finales de enero. “El futuro de nuestro continente se está escribiendo aquí, en Ucrania”, decía.
En lo militar, ambos bandos quedan retratados. Rusia no parece tan omnipotente como antes, cuando un ejército muy inferior al suyo, como el ucranio -mucho más pequeño y sin armamento de última tecnología- le planta cara e, incluso, ha provocado varias retiradas en frentes estratégicos. Además, las tácticas utilizadas por Putin, con el uso de mercenarios como el infame Grupo Wagner, parecen más cerca de las tácticas de guerra sucia que de un conflicto abierto como éste. Por no hablar de la compra de drones a Irán que cuestiona también el poderío tecnológico de uno de los mayores ejércitos del planeta.
Para Europa, la dependencia de facto de la OTAN marca el destino: 21de los 29 países que forman la Alianza son miembros de la UE (Alemania, Bélgica, Bulgaria, República Checa, Croacia, Dinamarca, Estonia, Eslovaquia, Eslovenia, España, Francia, Grecia, Hungría, Italia, Letonia, Lituania, Luxemburgo, Países Bajos, Polonia, Portugal y Rumania). De ahí que la sensación de ‘neutralidad’ que suele imperar entre la ciudadanía europea es solo otra ilusión.

No hay que ir muy lejos para ver las contradicciones que eso provoca en los diferentes países y en las distintas fuerzas políticas del continente. La reiterada y dramática petición de armamento por parte de Ucrania ha abierto una auténtica brecha: entregar armas ¿supone declarar la guerra a Rusia de forma individual? Las dudas alemanas para evitar a Ucrania sus preciados tanques ‘Leopard 2’ eran algo más que un escrúpulo de última hora…
A mediados de mes, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, declaró que «se están celebrando consultas entre los aliados sobre el tipo de sistemas» que se proporcionarán a Kiev y pedía más ayuda para Ucrania.
El caso es que Estados Unidos, claramente debilitado internacionalmente tras la política casi-autárquica y errática de Donald Trump, cuenta ahora con una Administración que, pertrechada tras la estructura de la OTAN, se ha cuidado de no sobrepasar -al menos claramente- ciertos límites que le lleven a un conflicto abierto con Rusia.
«Cada nación con armas nucleares tiene la responsabilidad de reducir el riesgo de error nuclear» dice el presidente de la Conferencia de Seguridad de Múnich
Putin, sin embargo, no parece estar dispuesto a ese ‘tiro la piedra y escondo la mano’ del gobierno de Joe Biden y acaba de dar otra vuelta de tuerca a la amenaza nuclear al suspender unilateralmente el acuerdo nuclear START III, último tratado de desarme vigente hasta 2026. Esto ha hecho que organismos internacionales como el Grupo de Seguridad Euroatlántico y 34 mandatarios de doce países, incluido el presidente de la Conferencia de Seguridad de Múnich, Wolfgang Ischinger, hayan pedido a todos los estados con armas nucleares que revisen sus sistemas de mando y control. «Cada nación con armas nucleares tiene la responsabilidad de reducir el riesgo de error nuclear», han dicho.
Guerra económica
En lo económico, la crisis energética que la guerra ha provocado es otra de esas debilidades ocultas en la Unión Europea que han aflorado. El presidente ruso, Vladimir Putin se encontró con una rápida respuesta internacional, en forma de sanciones a su expansión hacia el sur. De momento la UE ha aprobado nueve paquetes de medidas de bloqueo y estudia ‘ahogar’ la tecnología de guerra rusa en el décimo. Eso ha provocado que el Kremlin haya convertido la energía, especialmente el gas natural y el petróleo, en un arma de guerra contra la población europea.
Moscú vino a decir: ‘si tu me bloqueas los fondos y las empresas que tengo en el mundo, yo te cierro el grifo del gas; ahora calienta como puedas los hogares y afronta las quejas de la población’.
Primero (septiembre de 2022) Rusia corta el gas que envía a Europa a través del gasoducto Nord Stream amparada en ‘cuestiones técnicas’. Días después, Moscú informa de tres fugas casi simultáneas en sus gasoductos del Mar Báltico, Nord Stream 1 y 2 y las atribuye a un atentado. La noticia, recibida con poca credibilidad en Europa, fue confirmada dos meses después por el gobierno sueco que señaló que la fuga de gas a su paso por aguas danesas fue “un sabotaje flagrante”. En febrero, el pulso propaganda/contrapropaganda vuelve a entrar en juego cuando el prestigioso periodista estadounidense, ganador del premio Pulitzer, Seymour Hersch, publica que las fugas de los dos gasoductos son obra de la Marina de Estados Unidos.
La teoría de la conspiración tiene alimento con la noticia del premio Pulitzer estadounidense, Seymour Hersch que asegura que EEUU está detrás del atentado contra los gasoductos rusos
El frente ‘conspiranóico’ está abierto pero, de lo que no cabe duda es de que para un país como España, auténtica potencia en el mercado del gas natural europeo, los proveedores han cambiado: ahora, el primer suministrador es Estados Unidos que aporta el 29% del gas que España consume y exporta. Aunque en este cambio también tiene mucho que ver también el giro en la política del Gobierno con el Sáhara que ha llevado al Ejecutivo de Pedro Sánchez a mover ficha hacia las posturas de Marruecos en una decisión que ha tensado las relaciones con Argelia, tradicional apoyo del Frente Saharaui y hasta ahora, primer proveedor de gas.
La guerra energética de Putin, sin embargo no parece haber dado los frutos que buscaba: los europeos, al menos en el primer invierno de la guerra, parecen haber superado la prueba tanto por la rápida respuesta de Bruselas como por el hecho de que, sanciones y bloqueos comerciales aparte, los intercambios energéticos entre Rusia y la UE siguen hasta el momento y las reservas de gas siguen llenas aunque a costa de unos precios especulativos de la energía que cargan los bolsillos de los europeos que, sensibilizados por la gran diplomacia que Zelenski ha desarrollado desde el minuto uno del conflicto, se han solidarizado con Ucrania.
El caso es que los responsables comunitarios, con Ursula von der Leyen a la cabeza, han debido hacer frente a una política, tan ilógica como ingenua, que ha dejado a una de las mayores economías del mundo, con más de 447 millones de habitantes, dependiente de un tercer país (Rusia) para cubrir sus necesidades de energía. Debilidad que las decisiones del Kremlin ha dejado al descubierto.
Bien es cierto que las estrategia de los fondos NextGenerationUE, epítome del Plan de recuperación tras el Covid, con casi 807.000 millones de euros de inversión previstos, pueden poner fin a esa debilidad. El Plan REPowerEU diseñado por la Comisión Europea surge como respuesta a las dificultades y la interrupción del mercado energético causadas por la invasión de Ucrania. «Hay una doble urgencia para transformar el sistema energético de Europa: poner fin a la dependencia de la UE de los combustibles fósiles rusos, que se utilizan como arma económica y política y cuestan a los contribuyentes europeos casi 100 000 millones de euros al año, y abordar la crisis climática», señalaban desde Bruselas durante su presentación.
Nuevos equilibrios
Se suele decir que en toda guerra, la verdad suele ser la primera víctima. Aunque una víctima a la que matan tres veces: antes (para declararla), durante (para mantenerla) y después (para justificar lo injustificable). El juego de ‘verdades’, propaganda y antipropaganda deja esta vez abierto el dibujo de un nuevo mapa de equilibrios económico-político-militares que puede dar paso a una nueva era muy diferente al siglo XX, con una China rampante en el panorama político mundial.
Sea como fuere, en Ucrania se dirime mucho más que un conflicto fronterizo. La reciente Conferencia de Seguridad de Múnich, un foro de debate de política internacional inaugurado hace 50 años, aseguraba que “la guerra de Rusia contra Ucrania no es solo una tragedia humana para el pueblo ucraniano. También demuestra que incluso los principios clave del orden internacional están siendo atacados por revisionistas autocráticos”.
La Conferencia de Munich, que reunió en esa ciudad alemana a mediados de mes a 450 líderes de opinión de todo el mundo incluidos jefes de estado, ministros, líderes de organizaciones internacionales y ONG’s, representantes de la industria, medios de comunicación y sociedad, cerró con conclusiones que afectan a todo el sistema occidental. Para los participantes en este foro, “Rusia y China promueven una versión del orden internacional en la que los intereses de los líderes autocráticos tienen prioridad sobre los valores democráticos liberales. Las democracias liberales se están despertando lentamente ante el desafío”. Y añaden que los defensores de la visión liberal “necesitan hacer más que solo nutrir la coalición global de democracias liberales. También deben construir una coalición más grande dispuesta a defender activamente los principios clave del orden liberal”.
«Rusia y China promueven una versión del orden internacional en la que los intereses de los líderes autocráticos tienen prioridad sobre los valores democráticos liberales» se ha dicho en la Conferencia de Munich
En su visita a Estados Unidos, el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky decía ante el Congreso: “Esta batalla no es solo por la vida, la libertad y la seguridad de los ucranianos o de cualquier otra nación, que Rusia intenta conquistar. Esta lucha definirá en qué mundo vivirán nuestros hijos y nietos y luego sus hijos y nietos”.
La cuestión, ahora, es saber qué postura adoptará China en este asunto. Aunque con una economía debilitada por los efectos de su política ‘Covid cero’, el gobierno de Xi Jinping salió políticamente robustecido tras el último congreso del PC Chino, donde el secretario general del partido y máximo dirigente del país, Xi Jinping, pidió reforzar el ejército por las tensiones con EE.UU. y aseguró que no renunciará a la fuerza por Taiwán. Toda una declaración de intenciones.
De momento, esta misma semana el jefe de la diplomacia china, Wang Yi, visitó al presidente ruso, Vladímir Putin, en visita oficial a Moscú para manifestar, al final del encuentro que “las relaciones entre China y Rusia han resistido la presión de la comunidad internacional y se desarrollan constantemente”.
China, que no ha desvelado cuál es su postura sobre la guerra en Ucrania aunque defendió la “integridad territorial” en una visita a ese país, debe hacer frente también a las advertencias de la UE que esta misma semana ha considerado que la entrega de armas a Rusia es una «línea roja”.
Disenso en el Gobierno de coalición
Los posicionamientos respectó a la guerra de Ucrania varían, en España, según las fuerzas políticas que se miren. Mientras la oposición conservadora del PP apoya sin reservas la ayuda a Kiev; la ultraderecha que antes presumía de fotografías junto al presidente Putin, ahora mira de reojo y calla.
A la izquierda del gobierno, las posturas pacifistas priman, mientras en el Gobierno de Pedro Sánchez el equilibrio de fuerzas es cada vez más difícil. Por un lado, el PSOE, se muestra leal al acuerdo de membresía de la OTAN mientras Podemos sube el tono a medida que se aproxima la campaña electoral. Recientemente, la líder de Podemos, Ione Belarra, pedía al PSOE reconsiderar su postura en la guerra en Ucrania tras señalar que «el envío de apoyo militar no ha parado a Putin”. «Después de un año contribuyendo a la escalada bélica, con envío de misiles antiaéreos, material defensivo y ofensivo, se ha visto que eso no ha servido para parar los pies a Putin, que es lo que queremos todos” decía. En paralelo, los europarlamentarios ‘morados’ han pedido que se investiguen los crímenes de guerra rusos en Ucrania.
Sánchez cumple sus obligaciones como miembro de la OTAN mientras Podemos asegura que enviar armas no ha parado el conflicto
Oficialmente, España, estudia cómo se unirá al esfuerzo bélico. La ministra de Defensa, Margarita Robles ratificó a finales de enero que ”España hará lo que haga Europa”, algo que tendrá que analizar y gestionar en el segundo semestre del año cuando España asuma la presidencia de la UE donde las relaciones comerciales con el gigante asiático pesarán y mucho, a la hora de tomar posiciones.
En este tiempo, Sánchez hizo gala de pragmatismo en la cumbre de la OTAN celebrada en Madrid en junio del año pasado, a la que asistieron los 30 países aliados, más cuatro socios de Asia-Pacífico (Australia, Japón, Corea del Sur y Nueva Zelanda), además de Suecia, Finlandia y Georgia. A la cumbre asistieron también el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, además de los ministros de Jordania, Mauritania y Bosnia-Herzegovina. A su término, el presidente del gobierno español destacaba que «lo más importante ha sido el contundente mensaje de unidad y cohesión. Hemos demostrado la fortaleza del vínculo trasatlántico. Y todas nuestras decisiones están encaminadas a preservar la paz y proteger nuestras sociedades y nuestro modo de vida”. Con todo, Sánchez ha insistido en varias ocasiones en la necesidad de dialogar con todas las partes en conflicto. La última, durante una entrevista concedida a la CNN estadounidense en la que aseguraba que, para poner fin a la guerra, es necesario «negociar con todo el mundo, incluido Putin».
En el plano interno,el Gobierno lanzó el ‘Plan Nacional de Respuesta a las consecuencias de la guerra en Ucrania’ que supuso, para el conjunto de la ciudadanía, la bonificación 20 céntimos por litro de combustible; el límite a la subida de los alquileres; el aumento del Ingreso Mínimo Vital el 15% y flexibilizar los requisitos para acceder al Bono Social Eléctrico, entre otras medidas sociales. Para el tejido productivo destinó más de 322 millones de euros a ayudas al sector agrario y 60 millones para la pesca y la acuicultura y 450 millones de ayudas directas para las empresas de transporte; además de establecer una línea de avales ICO dotada con 10.000 millones.