
Ignacio Vasallo.
Cuando el presidente de Cantabria, Revilla, se lanzó a recriminar a un camarero que había llamado “hijo de puta” a Pedro Sánchez, diciendo que él no toleraba eso en su tierra, se le echaron encima, con razón, numerosos internautas capitaneados por el inefable Hermann Tertsch con el argumento de que el destinatario lo merecía.
Y es que los políticos –incluido el Sr. Tertsch, ahora eurodiputado de Vox– tienen que aprender que el insulto forma parte del sueldo. Claro que hay insultos políticos: felón, y otros callejeros como el del camarero y cada uno tiene su espacio. Si el mencionado hubiera llamado al presidente traidor, como algunos diputados lo hacen en el Congreso, nadie le hubiera prestado atención, ni siquiera Revilla, porque hubiera estado fuera de contexto. Lo mismo vale al revés: en el Parlamento se pueden llamar unos a otros muchas cosas, pero no ‘hijo de puta’, porque no es parlamentario.
Cayetana Álvarez de Toledo insulta sólo con la lengua y la expresión, con variedad en el contenido y desprecio en el gesto y la dicción. Se nota su origen social y su educación internacional
Y es que insultar adecuadamente exige un aprendizaje. Sin duda la que mejor lo hace en la España de la política es Cayetana: insulta sólo con la lengua y la expresión, con variedad en el contenido y desprecio en el gesto y la dicción –se nota que piensa que en ese trabajo a veces hay que hacer cosas vulgares–. Se nota su origen social y su educación internacional.
Inés lo hacía bien cuando estaba en Barcelona: la chica fina de los barrios altos de la ciudad que se veía obligada a tratar con panaderos y se comportaba como buena ‘botiflora’ , pero el traslado a Madrid no le ha sentado bien. Aquí se le nota, cuando insulta –siempre al mismo– su origen: la voz alta, la excitación a flor de piel y el gesto vulgar gesticulando con las manos. Casado ni llega ni se pasa –clase media acomodada de provincias–, es como esos corredores que se lanzan por primera vez al maratón y corren agotadoramente los primeros diez kilómetros por lo que andan escasos de fuerza para los restantes. Se inauguró con veintiún insultos en diez minutos y se ha quedado sin munición. Menos mal que tiene a Cayetana .
Los de Vox insultan poco pero reciamente, como si fuera un ejercicio inútil frente a los que no tienen solución.
La izquierda va un poco retrasada en este asunto, es como si todavía les costara insultar al señorito y miran a otra parte diciendo que llueve.
Esto del insulto político es muy interesante y variado según los países. En Estados Unidos son respetuosos en las Cámaras, pero se dicen barbaridades entre sí fuera de ellas –a los Clinton les llamaron asesinos– amparados en la Primera Enmienda. En América cualquier insulto exige ir precedido del ‘fucking’ –jodido– , si no se queda en nada : un ‘idiot’ es poca cosa, pero un ‘fucking idiot’ ya es más serio . Trump, con su escaso vocabulario, insulta diciendo que el insultado es malo o tonto y si hace falta le pone el ‘fucking’ delante.
En Gran Bretaña se dicen cosas en el Parlamento pero siempre precedido del “honorable” y de la ironía: por ejemplo, decir que el honorable Johnson tiene dificultades con la verdad es llamarle un jodido mentiroso. Las cosas están empezando a cambiar y se llaman ya cobarde y otras lindezas directamente. Los medios, sin embargo, no perdonan, por algo ese país es la cuna de la prensa amarilla. Las lindezas que les dedican a los políticos están mucho más avanzadas que aquí. Un periodista del ‘Guardian’, diario serio donde los haya, escribía la crónica del discurso del ‘prime minister’ en Wakefield diciendo que había tomado heroína, cocaína o una mezcla de ambas y que su actuación era propia de una dominatriz sádica. Aquí hasta las insinuaciones de consumo de drogas levantan ampollas. En España el político insultón se muestra rápidamente ofendido y acude al juez. El Aranzadi está lleno de sentencias condenatorias de periodistas.
Los políticos italianos se dicen de todo –el vocabulario es rico en insultos como en España–, aunque a veces hay que excavar en sus discursos para entender lo que han dicho, mientras que los medios de comunicación son más respetuosos. En Francia, donde tampoco faltan los insultos –son muy reiterativos con ‘merde’ y ‘putain’ pero se usan poco para agredir políticamente. En Alemania se toman los insultos en serio y no les gusta nada, menos mal que ya no existe la tradición del duelo porque si no muchos tendrían cicatrices en la cara. En Suecia no hay costumbre de insultar ni en el Parlamento ni en la calle y cuando se enfadan lo más que gritan es ‘diablo’ en su idioma.
Así que le recomiendo al Sr. Revilla que si surge la ocasión le diga al camarero que es un maleducado y que debería estudiar para encontrar insultos más refinados como amoral, como le llamó un amigo mío ante el asombro de los presentes, que dudaban sobre si eso era bueno o malo.
Licenciado en Derecho y periodista, es uno de los más destacados profesionales del sector turístico en España. Pertenece al Cuerpo Superior de Administradores Civiles del Estado. Fundador y primer director general de Turespaña. Dirigió los primeros planes de marketing del turismo español que incorporaron el Sol de Miró. Consejero de Turismo en Estocolmo, Nueva York, Milán Londres y París. Ha publicado más de 300 artículos sobre la especialidad en diversos medios de comunicación y pronunciado conferencias en 50 países. Actualmente es responsable de Relaciones Internacionales de la Federación Española de Escritores y Periodistas de Turismo.