
José Luis Centella
Como todas las grandes crisis, la situación de pánico mundial provocada por la pandemia del coronavirus saca a relucir lo mejor y lo peor de la sociedad. De ahí que mi primera reflexión me lleve a valorar la fragilidad del sistema que estamos construyendo, incapaz de afrontar colectivamente una situación de emergencia mundial.
Queda en evidencia la debilidad de lo que algunos llaman ‘Primer Mundo’, donde se creía mayoritariamente que las crisis sanitarias eran sólo una cuestión del ‘Tercer Mundo’, de sociedades atrasadas, sin cultura de higiene sanitaria ni capacidad para aplicar medidas de prevención. Las carencias de nuestra sociedad no sólo alcanzan a la complicación para frenar y combatir la enfermedad, sino que también sacan a la luz las miserias de una forma de vida experta en incubar insolidaridad y competitividad.

De esta crisis tiene que salir reforzada la Sanidad Pública como uno de los pilares de defensa de un Estado que busque el bienestar de la mayoría social. La realidad pone de manifiesto que sólo desde lo público se garantiza la asistencia al conjunto de la población por encima de intereses económicos
Las colas en supermercados con las estanterías vacías muestran a las claras cómo lo que sería una reacción lógica ante una situación de pánico acaba pareciendo algo normal cuando una crisis genera la máxima inseguridad en el ser humano. Los empujones en algunas tiendas son el resultado de la lógica de la competitividad que rige nuestras vidas, marcadas por ese individualismo del ‘sálvese quien pueda’, el mismo que los más reaccionarios aprovechan para activar el racismo y la xenofobia.
Hay que estar alerta porque en cualquier crisis hay quien puede aprovechar para intentar trastocar aún más una serie de valores y potenciar el individualismo. La evolución lógica de este proceso puede derivar en la reclamación de autoritarismo.
Menos mal que también hay ejemplos de cómo afrontar de forma opuesta esta situación, que saca a relucir lo mejor del ser humano y de la comunidad. Ahí están los profesionales de la Sanidad Pública o los jóvenes universitarios coordinándose para cuidar a los hijos e hijas de quienes no pueden conciliar, y otros múltiples ejemplos de solidaridad comunal.
Quienes defendemos la necesidad de frenar la deriva individualista e insolidaria no debemos olvidar que la forma de afrontar esta crisis no es neutral. Se va a producir una confrontación entre dos formas de entender la vida: la que apuesta por lo público y la que ataca a lo colectivo, que privatiza la Sanidad Pública y carga contra cualquier forma de cooperación porque su modelo es de segregación en todos los ámbitos. De ahí que tengamos la obligación de poner en valor que lo mejor que tiene cualquier sociedad es su sentido de la comunidad y de colaboración a todos los niveles.
De esta crisis tiene que salir reforzada la Sanidad Pública como uno de los pilares de defensa de un Estado que busque el bienestar de la mayoría social. La realidad ha superado por la vía de los hechos los debates en torno a la sanidad privada y pone de manifiesto que sólo desde lo público se garantiza la asistencia al conjunto de la población por encima de intereses económicos.
El Gobierno, a pesar de las dificultades, lo está haciendo razonablemente bien. Salvador Illa y Fernando Simón transmiten solvencia y capacidad, cualidades imprescindibles para ofrecer seguridad, pero una seguridad en clave ‘pública’, no punitiva: eficiencia de la Sanidad Pública, de sus profesionales, coordinación con las comunidades autónomas y, en definitiva, lograr que no haya situaciones de pánico.
Es muy importante que se tomen medidas, pero no sólo para combatir la pandemia, sino que tengan un gran calado social y de ayuda a los sectores más débiles. A diferencia de otras ocasiones, es de esperar que
esta crisis no la terminemos pagando las clases populares. El Gobierno saldrá fortalecido si mantiene la calma y el debate en torno a los principios de seguridad pública. Ahora bien, los riesgos son enormes. Un error o una mala declaración pueden ser la coartada perfecta para una ofensiva de la derecha.
Coordinador de la Asamblea Político y Social de Izquierda Unida y presidente del Partido Comunista de España (PCE), partido del que ha sido secretario general entre 2009 y 2018. Maestro de profesión, fue concejal en el Ayuntamiento de la localidad malagueña de Benalmádena, provincia donde inició su actividad política y por la que fue elegido diputado al Congreso en 1993, 1996 y 2000. En la X Legislatura (2011-2015) volvió a la Cámara Baja como diputado por Sevilla, ocupando la portavocía del Grupo Parlamentario de IU, ICV-EUiA, CHA-La Izquierda Plural.