Mucho se ha escrito este verano sobre la polémica en la que se ha visto envuelta la primera ministra de Finlandia, Sanna Marin, después de que se filtrasen unos videos que la mostraban bailando y bebiendo en una fiesta privada. La mandataria, de 33 años, tuvo que someterse a un test de drogas para confirmar que no había consumido ninguna, después de reconocer abiertamente que sí había bebido algo de alcohol.
Ahora ha sido la política norteamericana Hillary Clinton quien ha querido mostrar su solidaridad con Marin reivindicando su derecho al disfrute y la fiesta en su tiempo libre publicando una foto suya en instagran bailando desinhibidamente acompañada de un «sigue bailando, Sanna».
El caso de la premier finlandesa ha abierto un debate, con no pocas dosis de hipocresía y machismo, sobre hasta qué punto los políticos pueden hacer lo que cualquier ciudadano en su tiempo libre sin tener que esconderse o avergonzarse. Marin defendió su forma de vida, apelando a la necesidad de normalidad en su ámbito privado y al hecho de ser, como tantas otras compatriotas suyas, una mujer de poco más de treinta años.