
Sin Maldad / José García Abad
Al rey Juan Carlos, tan perspicaz en muchas cosas, dotado de una nariz prodigiosa para husmear los ambientes, erró en algo fundamental: el valor de la ejemplaridad. No en términos estrictamente morales, virtud apreciable, ciertamente, sino como exigencia política.
Don Juan Carlos estaba muy orgulloso de su apéndice nasal. Uno de sus amigos más fieles, y que lo sigue siendo en estos momentos de tribulación para el mal llamado Emérito, me comentó que el monarca solía decirle: “Yo de esto –y se tocaba la frente– nada, pero en esto –y se tocaba la nariz– no hay quien me gane”.

Acertó el monarca en la importancia de la utilidad y de la cercanía pero se equivocó al despreciar la ejemplaridad. O más bien –eso me parece lo más probable– no le apetecía dar ejemplo. Bastantes méritos, entendía, que había hecho ya con el país. Prefería hacer lo que le diera la real gana.
“Don Juan Carlos –me comenta mi fuente– había reflexionado hondamente sobre cómo debía conducirse ante la nueva situación. Había acuñado una nueva filosofía: “Se dice –me confiaba– que la primera obligación del rey es ser ejemplar pero la verdad es que hoy nadie puede ser ejemplar. Eso era antes cuando la gente no sabía lo que pasaba en palacio”.
Utilidad y cercanía
El Rey entendía que en los tiempos que vivimos se debe valorar al monarca bajo dos parámetros: su utilidad y su cercanía. Y en consecuencia decide realizar más viajes empresariales: a Chile, a India, a Rusia, al Golfo, a Marruecos, etc. Menos viajes políticos y más road show.
“Yo –recuerda mi fuente– le acompañé en una cena en el Kremlin. Putin no salía de los tópicos políticos y de pronto el Rey corta por lo sano: “Todo eso está muy bien, Vladimir, pero si te parece cambiamos de tercio. “Oye, César –refiriéndose a César Alierta–, cuéntale al presidente Putin tus propuestas”. Y César se explayaba. Y pasaba al siguiente: Oye, Carlos, cuéntale al presidente Putin los problemas que tenéis para el abastecimiento del Talgo a los ferrocarriles rusos. Y luego ponía en suerte a todos los demás que se referían a otros asuntos que no terminaban de resolverse. Y Putin le decía a su ministro del ramo: “Toma nota”. El Rey se sentía útil y cercano haciendo de maestro de ceremonias”.
Me cuenta mi buena fuente el viaje del Rey acompañado de empresarios a Brasil en la primavera de 2012. “No cabían más periodistas en el avión del Rey –recuerda– Iban en sus respectivos aviones privados: Botín, Galán, Francisco González (FG), Rafael del Pino; Villar Mir… Llegamos al hotel tarde y allí nos esperaban los periodistas a quienes el Rey saluda uno a uno por sus respectivos nombres de pila. Bueno, te aseguro que los empresarios le hacían una reverencia, doblando el espinazo que no daban con la nariz en el suelo de milagro. Utilidad y cercanía”.
Un bien escaso
Acertó el monarca en la importancia de la utilidad y de la cercanía pero se equivocó al despreciar la ejemplaridad. O más bien –eso me parece lo más probable– no le apetecía dar ejemplo. Bastantes méritos, entendía, que había hecho ya con el país. Prefería hacer lo que le diera la real gana.
Y, sin embargo, y ahora no sólo me refiero al rey Juan Carlos, sino también a los dirigentes políticos y de forma especial al muy cristiano exministro del Interior, Jorge Fernández Díaz y al propio Mariano Rajoy, implicados en la ‘operación Kitchen’, la ejemplaridad de los políticos, y no sólo de los políticos, refleja la calidad de una democracia. Y desgraciadamente es en este país un bien escaso.
Lleva ejerciendo la profesión de periodista desde hace más de medio siglo. Ha trabajado en prensa, radio y televisión y ha sido presidente de la Asociación de Periodistas Económicos por tres periodos. Es fundador y presidente del Grupo Nuevo Lunes, que edita los semanarios El Nuevo Lunes, de economía y negocios y El Siglo, de información general.