
El Acento/ Inmaculada Sánchez.
En tres semanas arrancará oficialmente la campaña para las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo pero todos sabemos que ésta empezó a rodar hace ya tiempo y se prolongará indefinidamente durante todo el año hasta que se celebren las elecciones generales previstas para diciembre, si Pedro Sánchez mantiene su intención de completar la legislatura. Estamos, pues, inmersos en ese ambiente de mítines, anuncios y sonrisas típico de los políticos en campaña del que tantos abominan, pero al que yo concedo alguna ventaja que, como poco, deberíamos aprender a disfrutar.
La primera, la de que todos los dirigentes, gobernantes o aspirantes a gobernar, abandonan la desidia y se ponen las pilas para agradar al elector como no hacían desde las anteriores elecciones, habitualmente cuatro años atrás. Ello conlleva una dosis de falsedad seductora, sí, pero también un porcentaje de cambio de vestuario e incremento de viajes y visitas a zonas con problemas, a las que llegan con renovadas gafas de análisis de situación y búsqueda de soluciones urgentes, nada desdeñable.

Además de dar mítines y besar niños los políticos en campaña tienen que ponerse las pilas para reconciliarse con sus electores. Bienvenidas sean las campañas si, gracias a ellas, se pacta la Ley de Vivienda, se liberan pisos de la Sareb para alquiler social o se acuerda una reforma de las pensiones sin recortes, por primera vez en décadas
También en fechas preelectorales pocos políticos se permiten decisiones dañinas para sus votantes o generalmente impopulares. Habrá quien diga que este escenario impide ejercer política de largo alcance, claro, pero, llegados a la campaña, ya se ha tenido tiempo de hacerla los años previos: disfrutemos, pues, de este 2023 tan electoral y, por tanto, a priori huérfano de disgustos a perpetrar por nuestros dirigentes habituales.
Pocos insultos de la oposición hacia el gobierno de turno deberían ser más aplaudidos por el ciudadano medio que el de «electoralista». Así ha descalificado el PP a la Ley de Vivienda que, finalmente, ha conseguido pactar el PSOE con UP y sus socios de investidura para sacarla adelante en el Congreso, en una tramitación expréss, antes de la cita con las urnas de mayo. Tope a los precios de los alquileres, más facilidades para los inquilinos y más exigencias para los desahucios, además de obligaciones para incrementar el exiguo parque de vivienda pública forman el corazón de esta ley, comprometida en el programa de Gobierno pactado por socialistas y morados hace cuatro años y que amenazaba con no ver la luz en la legislatura.
También ha sido tildada de maniobra preelectoral la reforma de las pensiones aprobada hace unas semanas que, por primera vez, se sustenta en un incremento de los ingresos, vía aumento de las cotizaciones de los salarios más altos, en lugar de en los habituales recortes en la cuantía de la pensión.
Prórroga en las subvenciones al transporte público, Ley de Familias con nuevos permisos para cuidado de familiares y extensión de las ayudas por hijo, miles de viviendas, o suelo para construir, en manos del llamado ‘banco malo’ (el que se quedó con todo lo comprado por las cajas durante la burbuja inmobiliaria) puestas a disposición de los ayuntamientos para alquileres tasados… Si este acelerón en medidas sociales, aparcadas durante más de la mitad del mandato, se debe a la proximidad de elecciones y a la necesidad de exhibir logros ante los votantes, habremos de concluir que las campañas, aparte de provocarnos diversos tipos de indigestión también tienen su lado bueno.
Periodista y directora de ‘El Siglo’ desde 2011, revista que contribuye a fundar, en 1991, formando parte de su primer equipo como jefa de la sección de Nacional. Anteriormente trabajó en las revistas ‘Cambio 16’ y ‘El Nuevo Lunes’ y en la Cadena Ser. Actualmente también participa asiduamente en diferentes tertulias políticas de TVE y de Telemadrid