Vicepresidente político ‘de facto’, Félix Bolaños se ha convertido en la clave de bóveda del Gobierno de Pedro Sánchez. Desde que hace tres años se ocupara muy eficientemente de una cuestión tan delicada como la exhumación de Franco, no hay negociación o asunto peliagudo que no pase por sus manos. Así ha sido también en el ‘caso Pegasus’, donde ha ejercido de portavoz oficioso del Ejecutivo y ha asumido los contactos con ERC para tratar de calmar los ánimos. Sin embargo, su creciente peso político e influencia -que se extiende también al grupo parlamentario en el Congreso y al PSOE de Madrid- tiene una contrapartida: el riesgo de desgaste por estar en el centro de la diana de las críticas.
La organización de la cumbre de la OTAN, el próximo mes de junio, se suma a la larga lista cuestiones delicadas de las que se ha hecho cargo Félix Bolaños, desde la exhumación de Franco hasta la agónica negociación parlamentaria de la reforma laboral, pasando por el acuerdo de coalición con Unidas Podemos, la negociación de los decretos de estado de alarma y sus prórrogas, la de los Presupuestos Generales del Estado, los contactos con el PP para la renovación de los órganos constitucionales o la redacción de indultos a los líderes independentistas. Ahora, está liderando la respuesta del Gobierno a la crisis de Pegasus. A él le correspondió viajar a Barcelona para tratar de tranquilizar a los líderes de ERC y ejercer de portavoz oficioso con la rueda de prensa en la que desveló el espionaje a Pedro Sánchez y a la ministra de Defensa, acompañada de entrevistas en medios con la Ser o La Sexta. Esta semana ha comparecido en la Comisión Constitucional del Congreso, donde le ha tocado lidiar con las críticas del resto de partidos.
Consolidarse como una figura central del Gobierno le ha colocado en la diana de las críticas de la derecha y de sus medios afines
El ministro también está asumiendo más protagonismo en las últimas sesiones parlamentarias, con un tono mucho más duro del que venía utilizando hasta ahora. Por ejemplo, esta semana le recordaba al diputado de UPN Sergio Sayas, con cuyo partido Bolaños cerró un acuerdo para aprobar la reforma laboral que Sayas luego ignoró, que “usted traicionó a su partido y por eso le echaron, por tránsfuga”. Y a la diputada de Vox, Macarena Olona, candidata en las elecciones andaluzas le decía: “veo que continúa usted por aquí, que no termina de dar el paso para ir a Andalucía […] ¿Va a hacer usted un Edmundo Bal, cuando no le van bien, continuará en el Congreso?”, dejando un recado, de paso, al portavoz de Ciudadanos.
Pero consolidarse como una figura central del Gobierno también le ha colocado en la diana de las críticas de la derecha y de sus medios afines. Carlos Herrera le viene dedicando mucho espacio en sus elegantes y ecuánimes editoriales en los micrófonos de la Cope. Esta semana se mofaba de las palabras que le dedicó a Olona y ha pedido su salida insistentemente, en lugar de la ya consumada de Paz Esteban el frente del CNI. Y en El Confidencial, José Antonio Zarzalejos le acusaba de “incompetencia” y poco menos que de sabotear una jornada de lucimiento para Isabel Díaz Ayuso con su inesperada comparecencia el 2 de mayo, para desvelar el espionaje a Sánchez y Robles. La tensión con la ministra de Defensa, tan valorada por las derechas, no ha contribuido precisamente a que el PP y sus aliados mediáticos pasen por alto el creciente peso político de Bolaños.
Vencedor en el pulso con Robles

Una vez desvelado el fallo de seguridad que propició el espionaje al presidente y a los ministros de Defensa e Interior, junto a la ex responsable de Exteriores, Arancha González Laya, quedaba por resolver quien era el responsable último de la seguridad de esos teléfonos móviles, especialmente, el del presidente. Todas las miradas se dirigieron al CNI, de quien dependen el Centro Criptológico Nacional, el único organismo del Estado con capacidad para detectar la infección de Pegasus. Pero el responsable de diseñar el protocolo de seguridad de esos móviles y de entregarlos, en última instancia, al Centro Criptológico para su examen es la Unidad de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones de Presidencia del Gobierno, el departamento de Bolaños.
De ahí el pulso con una Margarita Robles que se preocupó de señalar a los periodistas este hecho. El ministro trató de calmar los ánimos explicando a la prensa la semana pasada que había hablado con Robles, que le había trasladado su “apoyo, afecto y solidaridad” y que ambos están trabajando en la misma dirección para esclarecer los hechos. Según Bolaños, “la responsabilidad es del Gobierno en su conjunto”. Pero estas palabras no evitaban que ni él ni la portavoz del Ejecutivo, Isabel Rodríguez, garantizaran la continuidad de Esteban, cuya salida se ha terminado confirmando esta semana, a pesar de que algunas informaciones recogían las esperanzas de Defensa y del CNI de que el relevo se consumara tras la cumbre de la OTAN.
Robles queda tocada. Ha defendido a Esteban hasta el final y aún en la rueda de prensa tras el consejo de ministros del martes, subrayaba que “sustituimos una funcionaria del centro por otra. No es una destitución, es una sustitución”. Moncloa se impone, por tanto, en el intento de cerrar el ‘caso Pegasus’. Pero la figura de Robles sigue siendo sólida, hasta el punto de que la nueva responsable del CNI es su hasta ahora secretaria de Estado, Esperanza Casteleiro. Su elección -cuenta con una larga trayectoria en el CNI- supone también calmar los encendidos ánimos en la inteligencia española, que también ha cerrado filas en torno a Esteban.
Aunque su salida fuera la más factible para tratar de cerrar la crisis, lo que ha terminado propiciando el cese de Esteban ha sido lo que Moncloa entiende como una falta de sensibilidad política por su parte y por parte de su jefa, la propia Robles. Cuando se destapó el ‘caso Pegasus’, el enfado de ERC sólo se convirtió en indignación cuando la ministra, en la sesión del control al Gobierno, defendió a capa y espada los espionajes, también al del presidente de la Generalitat, Pere Aragonès: “¿Qué tiene que hacer un Gobierno cuando alguien vulnera la Constitución, declara la independencia, corta las vías públicas, realiza desórdenes, cuando alguien está teniendo relaciones con dirigentes políticos de un país que está invadiendo Ucrania?” No quedaba más remedio que espiar, vino a decir la ministra. Después, durante su comparecencia en la comisión de secretos oficiales del Congreso, Esteban se limitó a repartir copias de las resoluciones judiciales que amparaban los espionajes -apenas una veintena, sólo un tercio de las 60 personas que habrían sido espiadas según The New Yorker-, sin dar sucinta explicación de por qué era necesario espiar a personas como Aragonès y sin satisfacer, por tanto, las preguntas del portavoz de ERC, Gabriel Rufián.
Eficacia y discreción acreditada

Si Robles -y Esteban- se han desempeñado en el ‘caso Pegasus’ sin la sensibilidad política necesaria para calmar los ánimos, precisamente tacto, discreción y sensibilidad política es lo que ha derrochado Bolaños para poder negociar con unos y otros en los últimos años, siempre a las órdenes de Sánchez. Bolaños se ha forjado una sólida reputación de eficacia desde que entrara a formar parte del equipo de Sánchez, ya en las primarias de 2014, cuando todavía trabajaba en el Banco de España -donde ocupó el cargo de jefe de la división jurídica laboral durante más de una década, hasta su desembarco en Moncloa tras la moción de censura-. En el PSOE se contempla con simpatía a Bolaños y la relevancia que ha adquirido -a diferencia de lo que ocurría con Iván Redondo, que venía de trabajar con el PP- porque es un socialista de pedigrí que se ha labrado su trayectoria en las bases, sin conexión previa con la élite del partido. Y, según cuentan en el partido, su progresión la ha logrado sin participar en las conspiraciones típicas de la vida interna de lasorganizaciones. Es de los poquísimos colaboradores cercanos del presidente que trabajan con él desde 2014.
Llegó a Moncloa en junio de 2018, como secretario general de Presidencia del Gobierno, y desde entonces no ha hecho sino ascender y ganar responsabilidades, tanto ‘de iure’, en el organigrama de Moncloa, como ‘de facto’, ocupándose de todos los asuntos delicados y convirtiéndose en el “José Enrique Serrano de Pedro Sánchez”. Así le definen muchos en el partido, aludiendo a quien fuera jefe de gabinete de Felipe González, Joaquín Almunia –en Ferraz- y José Luis Rodríguez Zapatero, y que también estaba en todas las cuestiones delicadas, negociándolas y encauzándolas. Este fue el papel que asumió Bolaños desde el principio, a diferencia de un Iván Redondo que, como jefe de Gabinete del presidente, estuvo más presente en los asuntos estratégicos, comunicativos y electorales.
El número dos de Leal en la gestora era Fran Martín, jefe de gabinete de Bolaños, lo que da idea de la influencia del ministro de Presidencia en la nueva etapa del PSOE de Madrid
En los últimos meses Bolaños se ha especializado en salvar votaciones parlamentarias cruciales para el Gobierno, engrasando la relación con los socios de investidura, PNV, ERC y EH Bildu, pero también con Ciudadanos -que apoyó los Presupuestos o el reciente decreto anticrisis-. También, incluso, ha desencallado negociaciones enquistadas en el seno del Gobierno. A él le correspondió sentarse con la ministra de Derechos Sociales, Ione Belarra, y su equipo para desbloquear la negociación de la Ley de Vivienda, atascada durante muchos meses por el límite a los precios del alquiler, al que se oponía frontalmente el secretario de Estado del ramo, David Lucas. Bolaños y Belarra han mantenido una comunicación fluida desde los primeros pasos del Gobierno. A ellos les correspondió negociar el diseño del Ejecutivo y el programa de Gobierno, y han estado en contacto cuando ha tocado hablar sobres los roces que han ido surgiendo.
Su escudero en las negociaciones parlamentarias ha sido un Rafael Simancas con larga experiencia en el grupo parlamentario como número dos de Adriana Lastra. La intervención de Bolaños y el secretario de Estado de Relaciones con las Cortes está llenando el vacío que no pocos dirigentes socialistas detectan en la dirección del actual grupo parlamentario en el Congreso, encabezada por Héctor Gómez desde el pasado mes de septiembre.
Su influencia, mucho más allá de Moncloa
Pocos entendieron en su momento el relevo de una peso pesado como Adriana Lastra en favor de un diputado novato como Héctor Gómez, parlamentario por Santa Cruz de Tenerife y con la mayor parte de su trayectoria política desarollada en las instituciones de Canarias . Ni Héctor Gómez ni su segunda, la secretaria general del grupo, la cordobesa Rafaela Crespín -cuyo nombramiento fortaleció en su momento al nuevo PSOE andaluz de Juan Espadas, pero que también sorprendió-, han hecho olvidar la labor de Lastra y Simancas en los escaños socialistas. Así las cosas, la portavoz adjunta, la madrileña Isaura Leal, ha ido ganando peso y se ha convertido en el enlace con Moncloa. Leal es una mujer de la absoluta confianza de Bolaños – es también pareja de Juanma Serrano, actual presidente de Correos y antiguo jefe de gabinete de Sánchez-, y ya lideró la gestora del PSOE de Madrid después de la debacle en las elecciones de hace un año, tras la salida de José Manuel Franco. El número dos de Leal en la gestora era Fran Martín, jefe de gabinete de Bolaños, lo que da idea de la influencia del ministro de Presidencia en la nueva etapa del PSOE de Madrid y en la dirección del grupo parlamentario. El nuevo secretario general del partido, Juan Lobato, por su parte, mantiene también una muy buena relación con Bolaños.
El ministro de la Presidencia se ha consolidado como una figura fundamental en la segunda parte de la legislatura, no sólo por su influencia en el Gobierno, sino también en el partido. Él es el máximo exponente de la generación de socialistas, nacidos en los 70, como el propio Pedro Sánchez, que ha aterrizado en la cúpula del partido en el 40 Congreso Federal, celebrado el pasado mes de octubre. De hecho, en el cónclave, Bolaños ocupó una posición clave, como responsable de la ponencia que ha diseñado el futuro del partido en esta década, que tenía por título ‘PSOE 2030, un partido de futuro’. Un futuro que probablemente pasará por sus manos.