N.M.
Aún en ‘shock’ por la pandemia, y en un mundo en el que la palabra de moda es Metaverso – una realidad paralela que reconfigura las reglas del juego- no resulta fácil, ni posiblemente factible, aventurar cómo viviremos dentro de 30 o 50 años. En gran medida depende de las decisiones que se tomen en los próximos sobre cambio climático y de las sorpresas que nos depare la tecnología. Por lo pronto, los expertos ya avanzan posibles escenarios, tanto si le ganamos la batalla al calentamiento global como si nos perdemos por el camino.
“Esta es la década que determinará las próximas generaciones”, señalaba el presidente norteamericano Joe Biden en la reciente cumbre de la COP26, en Glasgow. Y lo cierto es que, después de la imagen de las calles medio vaciadas durante semanas por la pandemia, cada vez nos cuesta menos visualizar – y admitir- un futuro más o menos apocalíptico.
Sin embargo, no todos los estudios de prospectiva siguen esa deriva catastrofista. El propio Antonio Guterres, secretario general de la ONU, que siempre ha destacado por sus llamadas de aviso en torno al calentamiento global, señalaba en el mismo foro que “ la emergencia climática es una carrera que estamos perdiendo, pero es una carrera que podemos ganar”. Parece contradictorio, y por eso define bien el momento en el que nos encontramos.
Escenario A: Hidrógeno verde y teletrabajo
Se acerca el año 2030, la fecha en la que deberemos valorar el grado de cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ODS, fijados en la agenda 2030 de Naciones Unidas. Y si muchos de estos ODS parecen lejos de cumplirse, parece que cada vez hay mayor consciencia en la población en torno a estas metas. Basta con mirar estudios sobre comportamiento de consumidores para comprobar como algunos de los mayores expertos en la materia, como son el grupo WGSN, hablan de un futuro con avatares que hacen la compra por nosotros, de lavado sin agua, taxis voladores o de la invasión de las criptomonedas.

Todo ello, con una fuerte componente de consciencia ecológica, en la que el consumidor va a elegir cada vez más en función de la huella hídrica o de carbono que suponga su compra.
Otra de las tendencias que hoy parecen haber tomado carta de naturaleza después del exitoso experimento que supuso el teletrabajo forzoso debido a la pandemia es el trabajo híbrido. Las grandes empresas han comprendido que el mundo laboral, en muchos sectores, ya no volvería a ser como antes, por lo que han empezado a abrazar modelos flexibles, en los que la presencia del empleado no lo es todo. De hecho, no solo las empresas empiezan a apostar por este tipo de modelo, también los empleados, como demuestra una reciente encuesta realizada por Accenture que revela que, mientras que un 58% de los empleados a nivel mundial ha trabajado en un modelo híbrido durante la pandemia, el 83% está dispuesto a adoptar esta forma de trabajo.
Pero la tecnología nos aporta muchas más formas de cambiar nuestra vida. Aún antes del anuncio de Mark Zuckerberg, de que la matriz de sus empresas, ahora llamada Meta, se pasaba al Metaverso, este nuevo escenario era ya una toda una realidad. Ya se venden acciones, un país, Barbados, ha abierto una embajada en ese mundo virtual y Zara ha arrasado con su primera colección de moda en el Metaverso.
Aunque el Metaverso, y todo lo que comporta, supone sin duda un ahorro energético importante, al reducir los viajes y transportes, lo cierto es que el futuro depende en gran medida de que encontremos fuentes de energía limpias y renovables. A las existentes en la actualidad, como son la eólica, la fotovoltaica o la hidráulica, y, en menor medida, el biogás, la biomasa, Bioetanol, biodiésel o el hidrógeno verde, se van a ir sumado otras aún en fase de desarrollo o incluso estudio, como la geotérmica que, según la FAO, podría ser muy beneficiosa en los países en desarrollo, para ser usada en el secado de alimentos o la pasteurización y esterilización de la leche. También la energía mareomotriz – conseguida a través de las mareas- y la undimotriz – que aprovecha la fuerza de las olas- son posibilidades que pueden tener un importante desarrollo en el futuro.
Pero sin duda el proyecto más llamativo es el anunciado por el fundador de Microsoft y mecenas Bill Gates, de 1.000 millones de dólares, que pretende desarrollar un modelo de reactor nuclear avanzado, llamado Natrium, que supere las actuales limitaciones y problemas de la energía nuclear convencional.
Escenario B: Catástrofes y desigualdad
“There is no Planet B”, repetía, no hace mucho, la activista Greta Thunberg. Pero quizás si hay un escenario B, y no parece el más deseable.
El reciente Informe sobre la Brecha de Emisiones 2021 lanzado el pasado mes de octubre por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), señala que los compromisos climáticos nacionales, combinados con otras medidas de mitigación, están muy por debajo de lo que se necesita para cumplir con los objetivos del Acuerdo de París, lo que deja al mundo en camino a un aumento de temperatura global de al menos 2,7 °C para este siglo. Una cifra que está lejos de limitar el aumento de la temperatura global por debajo de 1,5°C, ya que para ello sería necesario reducir las emisiones en un 55%, y del 30% para mantenerla por debajo de los 2°C.
Todo ello, ya con la vista puesta hacia finales de siglo, nos lleva a un escenario apocalíptico, digno de una novela de ciencia ficción. Por lo pronto, fenómenos ya vividos como temporadas de huracanes excepcionalmente intensas, incendios descontrolados, inundaciones -como las ocurridas este verano en el mismo corazón de Europa-, o episodios de sequía arrasadores son algunas de las señales de aviso que ya nos ha lanzado el clima.
Para empezar, la desigualdad, según confirman los expertos, está estrechamente ligada con el cambio climático. Ya en el año 2015, el economista francés Thomas Piketty daba cifras escalofriantes sobre la íntima relación entre desigualdad y cambio climático. Piketty afirmaba que el 10% de los mayores emisores de CO2 son en la actualidad responsables del 45% de las emisiones mundiales de este gas. Y que el 50% de los sujetos que menores emisiones de CO2 producen son responsables de menos del 13% de las emisiones totales.
Además, apuntaba que estas desigualdades a la hora de emitir CO2 cada vez se deben menos a las diferencias existentes entre los países y cada vez más a las que hay entre los individuos en el interior de cada país. Según Kevin Anderson, profesor en el Centro de Estudios Ambientales y de Desarrollo de la Universidad de Uppsala, si el 10% de los más ricos limitasen sus emisiones al nivel de un europeo medio -cualquiera de nosotros- podríamos reducir de golpe en un tercio la huella ecológica de la humanidad y del impacto del cambio climático, aunque el 90% restante de la humanidad no hiciera nada.
Pero sin duda el impacto más visible será en nuestro entorno, y no presentará una cara tan amable. En los océanos, procesos derivados del aumento de la temperatura del agua, que han llevado a la Gran Barrera de Coral de Australia a estar en claro peligro, podrían seguir adelante, hasta el punto de destruirla definitivamente. Y no sería la única catástrofe. La acidez del océano podría dispararse, lo que haría colapsar la cadena alimentaria del océano en algunas regiones.
Las temperaturas medias en el extremo norte podrían aumentar más de 8°C, por lo que las capas de hielo de Groenlandia y de la Antártida Occidental se derretirían, liberando una enorme cantidad de agua dulce en los océanos, y por ello, el nivel del mar podría subir más de un metro en 2200. Muchas ciudades importantes, como Hong Kong, Río de Janeiro y Miami quedarían prácticamente inundadas e inhabitables.
En los peores escenarios, con un aumento de las temperaturas de 4°C, los días de 40 grados se multiplicarán por ocho en el Mediterráneo ya en el año 2060, según datos del IPCC. En cuanto al agua, a final de siglo, de llegar las previsiones más pesimistas, alrededor de 3 500 millones vivirían en zonas donde la demanda de agua es superior a la disponible. Y quizás no sea el último recurso, considerado como esencial a la vida, que sea escaso.