
Mar de Fondo / Raimundo Castro
Que nadie se llame a engaño. Detrás del golpe de timón que los barones han dado en el PP expulsando a Pablo Casado de la presidencia también hay un cambio profundo de estrategia al que el todavía líder del PP se oponía radicalmente. Se trata de permitir que Vox entre en los Gobiernos municipales, autonómicos y hasta en el central. Y eso supondrá colocarse al margen de la estrategia del PP europeo, que rechaza el cogobierno con la ultraderecha en los Ejecutivos de toda la Unión.

“Los barones del PP dejan en manos de Feijóo la patata caliente de aceptar cogobernar con Vox en toda España, algo que Casado no quería”
Casado y Teodoro García Egea eran partidarios de no formar gobiernos con Vox aunque aceptasen contar con su apoyo externo para desplazar al PSOE del poder, como han hecho en Andalucía, Madrid o Murcia. “Queremos clarificar la frontera entre PP y Vox”, han pregonado tras las elecciones de Castilla y León y la reclamación de Santiago Abascal de la vicepresidencia de esa comunidad.
Pero los barones miraban a mayo del año que viene, la convocatoria de autonómicas y municipales. Y pensaban que si el PP quiere seguir gobernando en esos ámbitos e incluso ampliar su espacio de cara a las generales lo mejor es ir preparando un ambiente de pacto que dé entrada a la ultraderecha en sus Ejecutivos. De hecho, Castilla y León se ha convertido en la probeta del primer experimento. Y uno de los más altos dirigentes de Vox ha sido explícito en privado: “No hay ni una sola posibilidad de que apoyemos a Fernández Mañueco si no entramos en su Gobierno”. Algo que Abascal hace extensible a todo lo que se avecina, todos los sitios, porque quiere tocar moqueta so pretexto de que su generosidad no funciona porque el PP incumple los programas de pacto.
Esa es la cuestión. Casado no sólo se oponía a eso, sino que endureció su mensaje. Y conviene no olvidar la despedida que hizo en el Congreso cuando le dijo a Pedro Sánchez, tras recordar que era el 41 aniversario del 23-F: “Hoy le reitero lo que le dije en su debate de investidura: que nuestra responsabilidad era ensanchar el espacio de la centralidad para que tanto el PP como el PSOE pudiéramos ganar en él. Sin necesidad de pactos con los que no creen en España, ni de alianzas con los que atentaron contra ella”. Sin duda, una más que evidente alusión a Vox, vinculándola a quienes promovieron el 23-F.
Y es que Casado y Abascal no se hablan desde la moción de censura que Vox le presentó a Sánchez y que Casado consideró que en el fondo era contra él, para desgastarle. Y Casado, ahora, no estaba dispuesto a permitir que gobernasen juntos.
Un cogobierno que sí apoya su rival y enemiga a muerte Isabel Díaz Ayuso, quien parece haber aprovechado la situación para quitarse de encima a quien la cuestionaba por los negocios de su hermano durante la pandemia y no ve mal que Vox entre en los gobiernos junto al PP, curándose en salud por si se ve obligada a contar con ellos el año que viene para seguir presidiendo Madrid. Una rival que, significativamente, ha pactado con el futuro líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, sin duda pensando que ella es joven y tendrá tiempo de sucederle en la presidencia del PP y aspirar así a La Moncloa cuando el líder gallego se desgaste o triunfe y deje un heredero o heredera.
Feijóo, por su lado, recibe el bombón envenenado de decidir si deja que Vox entre en el Gobierno de Castilla y León, lo que abriría la espita en otras comunidades, empezando por Andalucía. Y recibirá las mismas presiones ‘baroniles’ que ha tenido Casado por parte de quienes quieren seguir gobernando sus autonomías y ayuntamientos al precio que sea. Lleva en el bolsillo la patata caliente de evitar el ‘sorpasso’ de Vox al PP. Tendrá que elegir en breve entre convertir en su esposa a la ultraderecha o mantenerla de querida cuando ella aspira a contraer matrimonio para ser una señora. No sólo en España, sino en toda la UE.
Periodista y escritor