
El Acento/ Inmaculada Sánchez.
Lo contábamos en ‘El Siglo’ esta pasada semana: se acercaba el regreso de Juan Carlos I después de casi dos años de exilio voluntario en Abu Dabi y ese retorno, temporal y ajustado a unas reducidas jornadas de ‘visita’ a España -informaba también esta revista- giraría alrededor de los gustos y deseos del emérito, no de los intereses institucionales de la Casa Real. Por eso titulábamos: «España, patio de recreo de Juan Carlos I».
Unos días después se conocían las fechas: ha llegado este jueves y estará en el país hasta el lunes. La agenda prevista de itinerario y actividades también ha confirmado, para disgusto de Zarzuela y Moncloa, lo que adelantamos en estas páginas: que lejos de programar una primera visita discreta y de bajo perfil público, el emérito viene a España a disfrutar de sus aficiones (primero, regatas, club náutico y amigos, y luego, el rey y la familia), a dejarse ver como si nada hubiera pasado y a poner en aprietos a su hijo, con quien ya vemos que el supuesto pacto al que habían llegado sobre sus condiciones de vida y apoyo a la Corona, que tantos años lució, se sostiene con dificultad.

Lejos de programar una visita discreta, el emérito viene a España a disfrutar de sus aficiones, a dejarse ver como si nada hubiera pasado y a poner en aprietos a su hijo el rey, con quien el supuesto pacto al que habían llegado sobre sus condiciones de vida y su apoyo a la Corona apenas se sostiene
Para la Jefatura del Estado, que hoy ostenta Felipe VI, era crucial que su padre no regresara a España hasta que las causas judiciales abiertas contra él por sus supuestos enriquecimientos ilícitos fueran cerradas o no prosperaran. Así lo ha conseguido, tras una difícil negociación en la que el emérito se ha resistido a cada paso, dando a conocer a través de sus ‘amigos-portavoces’ su disgusto, sus muchas ganas de volver a su país y hasta su incomprensión de la situación que se le imponía, ajeno a cualquier tipo de disculpa o explicación a la ciudadanía española.
Las causas han sido archivadas, en efecto, pero no por falta de indicios delictivos, sino por la inviolabilidad constitucional de que gozaba mientras ocupaba la jefatura de Estado o la prescripción de los mismos, tal como ha explicitado la Fiscalía en una diligencia de archivo llena de reproches al emérito. Al margen de este recorrido judicial sin final posible, su condición de defraudador fiscal sí ha quedado acreditada tras una regularización de millones de euros ante Hacienda, realizada fuera de tiempo y con la inspección mirando hacia otro lado, a la que se puede sumar lo que dé de sí el procedimiento civil de Londres todavía abierto, donde su antigua amante, Corinna Larsen, le acusa de amenazas y extorsión. Demasiados casos para que su presencia en España exhibiendo una vida de ocio y frivolidad en ambientes de lujo y desahogo económico no puedan ser un auténtico problema para la debilitada imagen de la monarquía española.
Si para Zarzuela resulta inquietante esa falta de ‘disciplina’ del emérito, quien, recordemos, aún disfruta de seguridad pagada por todos los españoles además de la opaca fortuna que amasó utilizando la Corona, para el Gobierno de Pedro Sánchez representa un nuevo escollo en esta accidentada legislatura. El PSOE ha sido el principal protector de la monarquía y, muy en concreto, de Juan Carlos I desde los pactos de la Transición. La petición de explicaciones ante los españoles, formulada en su momento por el presidente del Gobierno y reiterada estos días por la ministra portavoz y hasta por la vicepresidenta Calviño, caen reiteradamente en saco roto convirtiendo la visita del Borbón en un trágala para el Ejecutivo por el que le atacan sus socios parlamentarios.
De cómo se desarrollen estos cuatro días dependerán próximas visitas que el comunicado de Zarzuela reconoce que serán ‘frecuentes’. La expectación mediática ya está desatada -la creó en su beneficio el propio emérito adelantando, a través de sus amigos, los días y condiciones de su itinerario- pero las consecuencias están por ver. ¿Habrá fotos? ¿Con quién y en qué circunstancias? ¿Habrá abucheos? ¿Aplausos? El alcalde de Sanxenxo, del PP, y su compañero de partido y nuevo presidente de la Xunta, ya se han congratulado de albergar tan destacada visita en tierras gallegas, por no hablar de Vox, que solo ve en Juan Carlos I al símbolo de la unidad de España y en sus problemas judiciales a los ataques de separatistas y antiespañoles.
Si el emérito percibe que parte de los españoles le siguen riendo sus ‘gracias campechanas’, que la derecha política le consiente, aunque sea como parte de su estrategia de desgaste al Gobierno, y que su hijo asiente, continuará presionando a la actual Zarzuela para hacer lo que su real gana quiera en sus visitas a España, que pueden tornarse cada vez más frecuentes, para descrédito de la Corona. Por el contrario, el reproche moral y ciudadano debería imponerse en el debate público y, empoderado en él, no debería tardar el Gobierno, como lleva haciendo durante meses, en abordar la anunciada y siempre postergada ley de la Corona que ponga coto a los desmanes conocidos y por conocer, así como plantear definitivamente la eliminación de la incomprensible, extemporánea e intragable inviolabilidad del monarca. Y Felipe VI debería agradecérselo.
Periodista y directora de ‘El Siglo’ desde 2011, revista que contribuye a fundar, en 1991, formando parte de su primer equipo como jefa de la sección de Nacional. Anteriormente trabajó en las revistas ‘Cambio 16’ y ‘El Nuevo Lunes’ y en la Cadena Ser. Actualmente también participa asiduamente en diferentes tertulias políticas de TVE y de Telemadrid