Ane Arrugaeta
Vanguardista, moderna y, sobre todo, enormemente compleja, el 2 de febrero de 1922, hace ahora cien años, se publicaba una de las obras más influyentes y controvertidas de la historia de la literatura universal, el Ulysses de James Joyce. Decía Borges que, si tuviera que perderse todo lo que se llama literatura moderna, y hubiera que salvar un único libro sería, para él, este libro. ¿Pero por qué?
La obra maestra del irlandés está rodeada de polémica. Revolucionaria y transgresora, ha sido definida como la obra más importante del siglo XX. Su influencia en la historia de la literatura es tal que innumerables críticos y académicos apuntan que Ulysses supone el principio de una nueva era, un antes y un después que cambia radicalmente las reglas de la escritura.
Revolucionaria y transgresora, ha sido definida como la obra más importante del siglo XX
Sin embargo, cuando preguntamos al gran público, al común de los mortales, muchos no han leído la novela y, de quienes lo han intentado, un gran número ha fracasado. La novela, rabiosamente moderna, entraña una enorme complejidad. Excesiva, incomprensible e insoportable son palabras que los valientes que han osado sumergirse en el Dublín de Joyce suelen repetir.
La lucha entre los amantes y los detractores de la obra surge antes de la publicación del propio libro. Escrito a lo largo de 7 años, los primeros fragmentos del Ulysses se difundieron en distintas revistas literarias. Lectores y críticos rápidamente se dividieron en dos grupos: aquellos que pensaban que era una obra maestra y otros que, por el contrario, pensaban que el texto era incomprensible, un despropósito. Ante el debate, ninguna editorial se atrevió a publicar la obra completa hasta la llegada de Silvia Beach, dueña de Shakespeare and Company y amiga personal de Joyce que hará que la historia de los Bloom vea la luz.
El libro nos cuenta la historia de tres personajes centrales: Stephen Dedalus, Leopold Bloom y su esposa, Molly. A lo largo de sus 800-1.000 páginas, a través de la técnica del monólogo interior, el lector se adentra durante un día, el 16 de junio de 1904, en la mente de estos tres personajes que recorren la ciudad de Dublín.
La narración, como el clásico de Homero del que toma prestado el nombre, se divide en 18 capítulos o cantos en los que se relatan las aventuras y el periplo de los personajes. El Ulises de Joyce es un ejercicio de reescritura y reactualización de La Odisea clásica. Leopold Bloom es el Ulises contemporáneo, el Ulises de la modernidad. Molly Bloom, su esposa, es la fiel Penélope y el joven Telémaco se reencarna en Stephen Dedalus. Siguiendo también la estructura de la obra griega la novela se divide en tres partes. La primera, la Telemaquiada, da cuenta de las actividades matutinas de Dedalus, al igual que hace La Odisea presentando a Telémaco. En la segunda, Andanzas de Odiseo, se refieren las peripecias de Leopold Bloom por Dublín. La tercera, Nostos, marca el retorno de Bloom a Eccles Street, a su particular Ítaca, acompañado de Dedalus y termina con el apoteósico monólogo de Molly Bloom.
Sin embargo, a pesar de las innumerables alusiones y analogías veladas que encontramos de los cíclopes, las sirenas, Calipso, y demás episodios y personajes homéricos, el periplo de los personajes de Joyce poco tiene que ver con las aventuras del héroe clásico.
La odisea personal de Bloom es una oda a la vulgaridad, a la cotidianeidad. Si el Ulises de Homero es el héroe clásico, Leopold es el héroe moderno
La odisea personal de Bloom es una oda a la vulgaridad, a la cotidianeidad. Si el Ulises de Homero es el héroe clásico, aquel que es digno de elogio por la grandeza y nobleza de sus acciones, Leopold es el héroe moderno. Es aquel que brilla por su irrelevancia y trivialidad. Leopold podría ser cualquiera, no es nadie, es un personaje tan común, tan vulgar que cualquiera podría ocupar su lugar. Su aventura es un periplo cotidiano y falto de sentido por la añeja y pedestre Dublín. El héroe moderno que nos presenta Joyce, el héroe de la contemporaneidad, es un héroe fracasado que no tiene nada de heroico, es el hombre contemporáneo, aquel que vaga por su ciudad en una peripecia sin sentido, sin nombre, sin rostro, sin atributos.
La literatura de Joyce ya no habla de grandes personajes ni grandes acciones, sino que habla de lo llano, de lo vulgar, de lo cotidiano. En el relato no pasa nada, no hay dirección, ni clímax, ni desenlace, se podría decir que no sucede nada. No hay tragedia, solo está la vacuidad del día a día del ser humano, un viaje por Dublín que parece que no conduce a nada. Aquí reside a la vez la dificultad y lo revolucionario de la literatura joyceana.
Joyce rompe el clásico esquema trágico. Lo central deja de ser el desarrollo de la acción, el argumento. El lenguaje, lo simbólico y lo metaliterario son lo que adquiere importancia. La lengua es el verdadero protagonista del Ulysses, una obra repleta de paralelismos encubiertos y significados ocultos, juegos lingüísticos y referencias bíblicas y mitológicas. Una obra, que tal y como confesó el propio Joyce, creada para ocupados a los críticos durante generaciones.
Al igual que Virginia Woolf, Kafka, Thomas Mann o T.S. Eliot, Joyce abre un nuevo paradigma en la literatura universal. Estos autores rompieron con las convenciones establecidas. Introdujeron toda una serie de novedades técnicas y temáticas que se alejaban con cierta violencia de las normas de la literatura tradicional; una nueva técnica narrativa, unas nuevas preocupaciones, un nuevo estilismo… Estos autores que inauguran el siglo XX pondrán los primeros peldaños de toda la literatura posterior. Los complejos saltos temporales, el uso de nuevas técnicas narrativas como el monólogo interior, la ausencia de los signos de puntuación, el simbolismo y el continuo juego lingüístico que tanto dificultan la lectura de esta obra son también las características que la hacen tan importante.
La aventura del ‘Ulises’ de Joyce no deja de ser la aventura de cualquier ser humano
A pesar de lo polémico de su obra, Joyce está en todas partes. Lo encontramos en la literatura posterior. Autores de talla universal como Beckett, Wolfe, Vargas Llosa o Borges están llenos de referencias e influencias del irlandés. Lo encontramos en los teatros y en el cine. Existen distintas adaptaciones cinematográficas de varias de sus novelas y lo mismo ocurre para el teatro. La obra de Joyce sigue tan viva que todavía y desde 1954 cada 16 de junio se celebra el Bloomsday. Jornada en la que los seguidores del autor tratan de reproducir en la medida de lo posible el periplo de Bloom. Se visten de época, procuran comer lo mismo que los protagonistas y aquellos afortunados que se encuentran en la capital irlandesa se reúnen para seguir el itinerario exacto de la novela.
Hasta el 13 de febrero un pequeño pedazo de Joyce late en Madrid. Magüi Mira interpreta por segunda vez, 40 años después, las 24.000 palabras del monólogo interior de Molly Bloom en el Teatro Quique San Francisco.
La actriz defiende que Joyce se atrevió a «abrir la caja negra, el pensamiento del ser humano, que es lo más profundo y libre» a través del monólogo interior de Molly y también sus otros personajes. Tal vez resida ahí y no solo en la novedad técnica el verdadero interés del Ulysses, en la vulgaridad y la proximidad de los personajes. Ulises, tal y como le dice a Polifemo, es nadie. Leopold también es nadie, Dedalus es nadie, Molly es nadie. Todos, como nosotros, son personajes irrelevantes, unos nadie. Y por eso, la aventura del Ulysses de Joyce no deja de ser la aventura de cualquier ser humano.