Pere Aragonès ha puesto punto final al bloque independentista que ha gobernado el destino político de Cataluña en la última década. El acuerdo con los comunes para aprobar las cuentas públicas catalanas y las insostenibles contradicciones con Junts en el seno del Govern abren la puerta a nuevas mayorías en el Parlament, con la hipótesis de un nuevo tripartito en el horizonte. El president Aragonès y Oriol Junqueras han puesto en marcha una línea política propia que les coloca como aliados de Pedro Sánchez y que lo fía todo a la mesa de diálogo con el Gobierno. Mientras, los comunes de Ada Colau se configuran como una fuerza clave en el nuevo ciclo político.
Nada de lo sucedido en la política catalana -y, por tanto, también en la española- desde 2012 se explica sin la presión que ha ejercido la CUP sobre el independentismo. Ellos fueron quienes sacaron de la política a Artur Mas -en la famosa asamblea empatada a 1.515 votos a favor y en contra del expresident-; quienes más empujaron a Carles Puigdemont a convocar el referéndum del 1-O y quienes han ejercido hasta ahora como vigilantes de la ortodoxia independentista. Pero eso se acabó. Pere Aragonès se liberó primero de la presión de Junts y ahora lo hace con la CUP.
La razón real de la ruptura -aparte de la negativa de la CUP a apoyar proyectos como los Juegos Olímpicos de Invierno- está en el hecho de que Aragonès no ha querido comprometerse a fijar fecha para celebrar un nuevo referéndum
Hace apenas seis meses eran los votos de los diputados de los cuperos, junto a los de Junts, los que investían a Pere Aragonès como presidente de la Generalitat. Ahora, son los de Catalunya en Comú los que han permitido al president salvar el primer trámite de los Presupuestos de 2022. A cambio, ERC se ha comprometido a facilitar la tramitación de las cuentas que ha elaborado el concejal de Hacienda de Ada Colau, el socialista Jaume Collboni. El portavoz republicano en el consistorio, Ernest Maragall, había anunciado una enmienda a la totalidad que se queda en el cajón.
La razón real de la ruptura -aparte de la negativa de la CUP a apoyar proyectos como los Juegos Olímpicos de Invierno, o el Hard Rock café de Tarragona- está en el hecho de que Aragonès no ha querido comprometerse a fijar fecha para celebrar un nuevo referéndum. Esa fue la condición que la CUP puso a Puigdemont en 2017, que el expresident aceptó y sintetizó en la expresión “referéndum o referéndum”. Aragonés no ha querido repetir la historia y queda liberado de someterse a la cuestión de confianza -mediada la legislatura- que pactó con la CUP.
Aragonès cierra así la vía unilateral y abre la del diálogo, uniendo buena parte de su futuro político al de Pedro Sánchez. Ambos se necesitan y, al mismo tiempo, los dos tienen que poner cierta distancia entre sí para no dar argumentos a sus respectivas oposiciones. De ahí que los republicanos hayan hecho algún aspaviento, endureciendo las negociaciones para aprobar los Presupuestos Generales del Estado y poniendo el listón muy alto para cerrar la Ley de Memoria Democrática -tan alto que el Gobierno ha preferido dejar en pausa las negociaciones y centrarse en aspectos que deben estar listos antes de final de año, como la reforma laboral-.
Habrá que ver dentro de un año, en función de cómo avance la mesa de diálogo, si el núcleo dirigente de los republicanos considera necesario no aprobar las cuentas en Madrid para marcar perfil de cara a las municipales de mayo de 2023 -en lo que puede ser el preludio de un adelanto de las generales-. Pero, de momento, con la aprobación de los Presupuestos de 2022, ERC garantiza a Sánchez la posibilidad de agotar la legislatura.
El qué dirán ya no importa

Lo sucedido con la CUP no es sino un paso más en la estrategia que Aragonès y la dirección de ERC, con Oriol Junqueras a la cabeza, han puesto en marcha en los últimos tiempos. Una estrategia propia en la que cada vez angustia menos el qué dirán tanto Junts como la CUP, sin el temblor de piernas que en otros tiempos les habría impedido ser coherentes con lo que decían en privado y hacían en público. La apuesta política por la mesa de diálogo, por apoyar al Ejecutivo de coalición y por traspasar las fronteras del independentismo a la hora de llegar a acuerdos es firme. En Moncloa tienen la certeza. Y, por eso, en las filas socialistas ha habido relativa tranquilidad. No han visto peligrar verdaderamente el acuerdo de presupuestos.
El tándem Aragonès-Junqueras ha mantenido el rumbo, sin dudar, incluso cuando la detención de Carles Puigdemont sacudió la mesa de diálogo y Junts trató de dinamitarla queriendo incluir representantes que no fueran miembros del Govern. Aragonès se mantuvo fiel a su compromiso de llevar a la mesa solamente consellers y desactivó la trampa. Superadas estas curvas, para los dirigentes de ERC el divorcio con la CUP es la guinda del camino que vienen recorriendo.
En una de las pocas entrevistas que Junqueras ha concedido últimamente, en La Sexta, el presidente de ERC daba una de las claves fundamentales en el rumbo de su partido. Junqueras cargaba duramente contra quienes “trabajan con ahínco para dinamitar cualquier posibilidad de negociación y de acuerdo” y contra quienes “trabajan para llevar al conjunto de la sociedad permanentemente cerca del abismo”. En el bloque independentista, eso vale para la Junts que ha intentado sabotear la mesa de diálogo y para la CUP que ha tratado de empujar a Aragonès, como ya hiciera con Puigdemont, a convocar un referéndum unilateral de independencia. Con consecuencias de sobra conocidas y que el propio Junqueras ha sufrido en sus carnes.
Un tripartito en el horizonte
A día de hoy, la dirección de Junts, encabezada por Jordi Sànchez, no se plantea abandonar el Govern. Son conscientes de que les restará visibilidad y supondrá la pérdida de varios cientos de cargos. El gen convergente, tan apegado a las instituciones, no lo contempla. Pero los desencuentros entre los dos socios se acumulan, desde la mesa de diálogo a la ampliación de El Prat, y la situación es más que insostenible. En los últimos días, hemos visto cómo el conseller de Economía, Jaume Giró, independiente pero que forma parte de la cuota Junts, ha estado fuera de las negociaciones con los comunes. Aragonès ha subrayado que el acuerdo lo ha cerrado él.
Junts denuncia que “la vía amplia” -como ERC denomina la estrategia de acercamiento a los comunes- “es autonomismo y el preludio de un nuevo tripartito. Si quieren girar 180 grados, no nos encontrarán»
No hay que perder de vista que la dialéctica independentista es tremendamente elástica y capaz, de momento, de soportar la divergencia absoluta de estrategia entre los republicanos y los posconvergentes. Hace algunas semanas, ERC y Junts presentaban una resolución en el Parlament que defendía, a la vez, el diálogo y la confrontación. Eso sí, una confrontación “cívica y pacífica”. El texto apostaba por alcanzar la amnistía y la autodeterminación esta legislatura y mediante el diálogo, pero también con “una confrontación cívica y pacífica” que fuerce al Estado a “asumir la realidad hasta ahora negada”.
Pero por mucha elasticidad que tenga el discurso independentista y por mucha cintura que tengan ERC y Junts para mantenerse en el Govern, parece que la fórmula actual está condenada al fracaso. Y la única mayoría de gobierno alternativa es una reedición del tripartito de izquierdas. Mientras los portavoces de Junts se rasgan las vestiduras porque Aragonès ha roto “la mayoría del 52%” independentista que dejaron las urnas, los de ERC subrayan que “no ha cambiado nada, tampoco las aritméticas electorales. La mayoría sigue vigente”, como ha afirmado, Marta Vilalta, por ejemplo.
El diputado de Junts Joan Canadell denunciaba esta semana que “la vía amplia” -como ERC denomina la estrategia de acercamiento a los comunes- “es autonomismo y el preludio de un nuevo tripartito. Si quieren girar 180 grados, no nos encontrarán. Nosotros somos los de la confrontación con el Estado, los que perseveramos por el mandato del 1-O y los que ponemos la unidad por delante”. A medida que se aproximen las municipales de 2023, los dirigentes de Junts pueden sentir la necesidad de marcar perfil y abandonar el Govern, aunque necesitan cargarse de razones. De momento, el autonomismo del que acusan a Aragonès no es razón suficiente para abandonar el Ejecutivo catalán.
Los comunes, en el centro del escenario
El jefe de gabinete de Yolanda Díaz, Josep Vendrell, y su responsable de discurso y estrategia, Rodrigo Amírola, provienen del grupo de los comunes en el Parlament
Si hay una fuerza que gana peso en el nuevo escenario político catalán y español, esos son los comunes de Ada Colau. Hace años que su apuesta política para la Generalitat es un tripartito de izquierdas y, poco a poco, esa opción se va abriendo camino. ERC y el PSC todavía tienen que recorrer un cierto trayecto político para que sea una opción factible, especialmente los republicanos, porque los socialistas sí están dispuestos a llegar a acuerdos con el Govern. El portavoz del PSC, Salvador Illa, se ofreció a negociar para dar su apoyo a los Presupuestos, pero Aragonès no ha querido abrir esa vía. El recuerdo del 155 y de su apoyo por parte del PSC todavía pesa en ERC. Pero Illa ha mantenido su oferta hasta el final. “Es muy curioso que quien dice abanderar el diálogo se lo niegue en este caso al primer grupo del Parlament de Catalunya”, ha criticado el exministro.
Soporte de los gobiernos en Madrid y Barcelona, los comunes son, además, el gran aliado político de la candidatura que impulsa Yolanda Díaz. La vicepresidenta y la alcaldesa de Barcelona han forjado una unidad de acción que han mostrado con varias apariciones públicas en los últimos meses, tanto solas –con visitas a Madrid y Barcelona- como acompañadas por otras y otros representantes del espacio político a la izquierda del PSOE –como el acto celebrado en Valencia hace dos semanas o en la III Asamblea de Catalunya en Comú, celebrada el pasado fin de semana-.
No hay que perder de vista que el núcleo más próximo a Díaz lleva el sello de los comunes. Su jefe de gabinete es Josep Vendrell, un histórico de Iniciativa per Catalunya, que ocupaba el cargo de coordinador del grupo de los comunes en el Parlament, antes de que la vicepresidenta lo fichara. Del grupo parlamentario que lidera Jessica Albiach también proviene Rodrigo Amírola, responsable de discurso y estrategia en el equipo de Díaz. Los de Ada Colau extienden así su influencia de cara al ciclo político que se abre en 2022, ante el que Moncloa no está inquieta por el acercamiento entre ERC y Catalunya en Comú. Al contrario, es la mejor forma de coser la mayoría parlamentaria que debe frenar la hipotética llegada de PP y Vox al Gobierno.