Estuvo en las quinielas para salir del Gobierno el año pasado y, con el tiempo, José Luis Escrivá ha terminado consolidándose como el verso suelto del consejo de ministros. En Moncloa y Ferraz valoran su solvencia técnica y su conocimiento de los engranajes de la Seguridad Social, pero contemplan con desconfianza la facilidad con la que pisa charcos por su falta de criterio político. Ha recibido críticas, interna y externas, por su forma de enfocar las negociaciones; se ha visto obligado a pedir disculpas por su posición pública en según qué cuestiones, y, en los últimos días, ha levantado ampollas en el Ejecutivo por su pulso con el Banco de España. Una batalla con la que la vicepresidenta Nadia Calviño ha puesto tierra de por medio.
Escrivá está “en un laboratorio” y “muy poco en la realidad”. Así se expresaba Antonio Garamendi preguntado hace tiempo en Radio Nacional por las negociaciones de las pensiones. El presidente de la CEOE ponía el dedo en la llega de la crítica fundamental que ha venido recibiendo el ministro de Seguridad Social: que a su perfil de experto le cuesta encajar a veces con la realidad, con cuestiones más prosaicas como son las negociaciones políticas. Del lado de los sindicatos, señalan que “él va con sus propuestas, que entiende que son las mejores” y de ahí le cuesta apearse. Le cuesta abordar el toma y daca habitual en la mesa de diálogo social, en la que se debe renunciar a parte de tus máximos para llegar a una entente.
Pedro Sánchez ha tratado de incorporar al ministro a la vida interna del PSOE, convocándolo a reuniones en Ferraz con la plana mayor del partido
Escrivá cuanta con una larga lista de escaramuzas en los dos años que lleva como ministro. Este mismo año ha chocado, por ejemplo, con los dirigentes del PNV, socio fundamental del gobierno de coalición, a cuenta del traspaso de la gestión del Ingreso Mínimo Vital. Escrivá lo fue retrasando, a pesar de existir un acuerdo político previo, y los jeltzales se fueron impacientando, hasta tal punto que un dirigente habitualmente comedido como Andoni Ortuzar afirmó que sin el traspaso del Ingreso Mínimo Vital “se va todo al carajo”, en referencia a su apoyo al Gobierno. Moncloa intervino, la ministra de Política Territorial, Isabel Rodríguez, viajó por sorpresa a Vitoria para tranquilizar al lehendakari Iñigo Urkullu, y el traspaso se produjo en los términos pactados.
Pero esos roces por cómo Escrivá y su equipo conducen las negociaciones también se han producido de puertas para adentro, en el seno del Gobierno. La última, a cuenta del acercamiento con EH Bildu para sacar adelante en el Congreso su plan de fondos de pensiones públicos para las empresas. En el Gobierno afirman que, sin encomendarse a nadie, Escrivá cerró un pacto que contempla una importante revisión, del 15%, para las pensiones no contributivas. De ahí que el portavoz de los socialistas, Héctor Gómez, a preguntas de los periodistas dijera “vamos a ver, seguimos hablando”, sin confirmar un acuerdo que ya se había filtrado desde Seguridad Social y desde EH Bildu. Por un lado, porque a ciertos sectores del PSOE todavía les tiemblan las piernas al oír hablar de cualquier entendimiento con la izquierda abertzale. Y, por otro, porque Hacienda no había dado el visto bueno a las cifras del acuerdo.
Y eso que Pedro Sánchez ha tratado de incorporar a José Luis Escrivá a la vida interna del PSOE. Como ha sucedido con Nadia Calviño -aunque en menor medida, porque la vicepresidenta se ha implicado mucho más-, Escrivá ha participado en reuniones en Ferraz con la plana mayor socialista. Son citas que han tratado de coordinar la labor del partido con la de algunos ministerios clave. Pero a Escrivá es difícil embridarle y no ha dejado de demostrar que tiene criterio propio, aunque a veces se haya visto obligado a recular.
Tensiones con PP y PSOE
No hay que olvidar que Escrivá ha desarrollado buena parte de su carrera en organismos internacionales -el BCE y el Banco Internacional de Pagos-. Fue Mariano Rajoy quien lo fichó como presidente de la AIREF en 2014, unos años en los que Escrivá chocó varias veces con Cristóbal Montoro y llegó a amenazar con dimitir en varias ocasiones. Sánchez lo mantuvo en el cargo tras la moción de censura, quizá pensando que existiría afinidad tras esas tensiones con el Gobierno del PP, y en 2020 le entregó el Ministerio de Seguridad Social. Desde entonces, ha pisado varios charcos con debates que pueden ser interesantes a nivel académico, pero que abollan a un Gobierno que bastante desgaste sufre por los extraordinarios acontecimientos que está teniendo que gestionar.
Escrivá se ha referido a las críticas del Banco de España a la reforma de las pensiones como debates “poco rigurosos, viejunos”
Hace tiempo que no comete los gruesos errores de comunicación en los que incurría al principio, pero en las filas socialistas no se olvidan de cuando dejó entrever que era partidario de alargar el periodo de cómputo de las pensiones -en contra de los sindicatos, que consideran que eso conducirá a una reducción de la pensión media-. “Ayer no tuve mi mejor día”, afirmó después para dar marcha atrás. Y le pasó también cuando, en una entrevista en Ara, en la que abogaba por un “cambio cultural” para trabajar más “entre los 55 y los 70 o 75 años”. Ante el revuelo, el ministro tuvo que dar explicaciones y aclarar que se refería a los incentivos para demorar voluntariamente la jubilación.
A pesar de las dificultades, de sus propios tropiezos y de las negociaciones siempre complicadas, Escrivá va avanzando en la reforma de las pensiones. Hace justo un año, cerraba el primer capítulo de la reforma que, entre otras cosas, derogaba el factor de sostenibilidad y volvía a vincular su revisión al IPC. Por delante queda el segundo volumen de la reforma, del que forma parte la aprobación de los fondos públicos de pensiones para las empresas, junto con la reforma de las cotizaciones de los autónomos y su “adecuación”, como le gusta decir al ministro, para las carreras laborales actuales. El objetivo es dar la posibilidad de elegir qué años se utilizan para calcular la pensión. Se avecinan más curvas para Escrivá en las mesas de negociación.
Calviño pone distancia
A pesar de todo, de lo que no se puede acusar a Escrivá es de esconderse, de ser timorato. En un gobierno con muchos ministros de perfil bajo, da una batalla ideológica que algunos echan en falta en la familia socialista. Por ejemplo, es capaz de plantarse en la clausura de la Asamblea del Instituto de la Empresa Familiar (IEF) y lamentar ante los presentes que se haya instalado la cultura de la jubilación anticipada dentro de las empresas, ya que se trata de “una forma de pasar los costes a la Seguridad Social”. Escrivá les pidió “cambios internos” contra esa tendencia a la jubilación antes de los 65 años y fomentar así “fórmulas de prolongación” de la vida laboral.
También se ha enfrentado a una de las instituciones más críticas con el Gobierno: el Banco de España. Como ya sucediera en los tiempos de Fernández Ordóñez, el supervisor dedica más tiempo a analizar y desacreditar las políticas del Gobierno, siempre desde la ortodoxia neoliberal, que a su labor de supervisión del sistema bancario -que no pocas veces ha sido condenado en los tribunales últimamente por sus cuestionables prácticas-. Las últimas críticas del equipo que lidera Pablo Hernández de Cos se han concentrado en la revalorización de las pensiones con el IPC. Esta semana, Escrivá se refería a estas críticas, sin aludirlas directamente, como debates “poco rigurosos, viejunos. Les falta frescura”. “Frente a estas estrategias viejunas de bajadas de impuestos generalizadas, que no está defendiendo nadie en el mundo, se constata que hay un consenso en proteger a los más vulnerables, a los más afectados”, subrayaba el ministro.
A pesar de que Nadia Calviño también se ha subido a la nave socialista y está más comprometida con el partido, la vicepresidenta ha esquivado el choque con el Banco de España. Preguntada por las palabras de Escrivá en rueda de prensa, Calviño rebajaba la polémica y afirmaba que “todos los organismos realizan sus propios análisis y tendremos que seguir trabajando juntos, como estamos haciendo con la Comisión Europea, de cara a lograr el objetivo: mejorar el funcionamiento del sistema público de pensiones, que es, sin duda, la joya de la corona de nuestro Estado de bienestar”.