
Sin Maldad / José García Abad
Felipe VI ha dado un interesante paso hacia la transparencia de la Casa Real, sometida a la opacidad en el reinado de su padre, al informarnos de su patrimonio al tiempo que el Gobierno, de acuerdo con el Rey, establece el control de las cuentas de la Casa Real por el Tribunal de Cuentas. Desgraciadamente, se hace una excepción con la Casa al no pasar el informe del Tribunal a las Cortes sino al solo conocimiento del monarca.
Sabemos que el Rey posee 2.573.392,80 euros, en cuenta corriente y en depósitos bancarios así como en la participación de fondos que no se precisan. Un patrimonio producido por la acumulación de sueldos durante 25 años, como príncipe de Asturias y como monarca, una media de 103.000 al año, con un sueldo actual de 258.927 euros anuales, sin los oscuros negocietes del padre, a lo que hay que sumar el sueldo de la Reina, que cobra 142.402 euros. La Reina Doña Sofía gana 116.525 euros. Gana mucho menos de lo que cobran los presidentes del Ibex, pero mucho más que lo que percibe este año Pedro Sánchez, 86.542,08 euros.
Felipe VI ha dado un interesante paso hacia la transparencia de la Casa Real, sometida a la opacidad en el reinado de su padre al informarnos de su patrimonio al tiempo que el Gobierno, de acuerdo con el Rey, establece el control de las cuentas de la Casa Real por el Tribunal de Cuentas. Desgraciadamente se hace una excepción con la Casa al no pasar el informe del Tribunal a las Cortes sino sólo al conocimiento del monarca. Se da la paradoja de que Felipe VI, a quien Juan Carlos rey trató de garantizarle la sucesión más allá del juancarlismo vigente, ahora trata de salvar la Monarquía repudiando a su padre.
Felipe VI ha aprovechado la oportunidad para impartir doctrina: “Desde su proclamación ante las Cortes Generales –afirma el comunicado de la Zarzuela– Su Majestad el Rey inició el camino de la modernización de la Corona para hacerla merecedora del respeto y la confianza de los ciudadanos bajo los principios de ejemplaridad, transparencia, rectitud e integridad en sus comportamientos».
Una enmienda casi a la totalidad
El comunicado destaca una frase que Felipe VI pronunció durante su coronación: «Hoy, más que nunca, los ciudadanos demandan con toda la razón que los principios morales y éticos inspiren (y la ejemplaridad presida) nuestra vida pública. Y el Rey, a la cabeza del Estado, tiene que ser no sólo un referente, sino también un servidor de esa justa y legítima exigencia de todos los ciudadanos». Toda una enmienda casi a la totalidad de la herencia recibida que muestra la dura tarea de salvar la Monarquía repudiando a su padre. Sería deseable, por cierto, que el hijo aconsejara a su padre que siguiera su ejemplo, pues persiste el misterio insondable del alcance de su fortuna.
La verdad es que, desde que reina, Felipe VI ha tomado decisiones de limpieza de las costumbres del padre como la renuncia a los regalos que recibía Don Juan Carlos, una conducta sin precedentes entre los monarcas europeos y publicó los sueldos de la Familia Real y de los altos cargos de la Casa.
Un control insuficiente
Al día siguiente de la emisión del comunicado de la Casa Real, el pasado 26 de abril, el Consejo de Ministros decidió que las cuentas de la partida presupuestaria destinada “al sostenimiento de su familia y de su Casa” como reza la Constitución, será auditada por el Tribunal de Cuentas como las demás instituciones del Estado, un control de lo que ahora sólo se salva la Iglesia, que recibe partidas parlamentarias. Sin embargo, al contrario de lo que se hace con las demás auditorías, la fiscalización sobre la Casa Real no se remitirá a las Cortes, sino al Rey, mientras que el interventor del Estado en activo se encargará del control previo de los gastos de Felipe VI.
Hay que recordar que el rey Juan Carlos se negaba a todo control alegando que la Constitución le potestaba para utilizar libremente dicha partida, una interpretación abusiva pues la disposición libre de esta partida no eximía de dar cuenta de la misma. En sus tiempos, el control de las cuentas las llevaba un funcionario jubilado del Cuerpo de Interventores del Estado que sólo proporcionaba su opinión al Rey.
Ahora se acaba con semejante aberración pero no con la de que el Parlamento no controle las cuentas valiéndose del mismo pretexto de la libre disposición del monarca que establece la Constitución pues, como decía antes, la libre disposición no está reñida con el control parlamentario.
Más emocionante que una novela histórica
Una vez más, la realidad que recogen los periódicos supera en emoción e inverosimilitud a la ficción que podría servirnos una novela histórica. Vemos, perplejos, cómo el rey en ejercicio suspende al rey padre, el Emérito, de empleo y sueldo y lo desahucia del palacio de la Zarzuela. Le suspende, bien entendido de los restos de actividad laboral que le correspondería como Emérito ya que a su empleo como rey ejerciente desapareció con su abdicación, con su cese por voluntad propia, pero el hijo le suprimió los derechos adquiridos, o sea, su sueldo que permanecía vigente tras la abdicación.
El Emérito asume el abandono de su residencia en la Zarzuela que había mantenido hasta hace poco, que aparece como su domicilio en los ‘papeles de Panamá’, y la sitúa en Dubai, que escenifica con la foto de sus hijas y nietos, parte de la familia del Rey que no es lo mismo que la Familia Real
No es la primera vez que se produce en la atormentada historia de España enemistades entre rey padre y rey hijo. La más dramática fue la que se produjo entre Don Juan Carlos y Don Juan cuando el primero le birló la Corona al segundo, el legítimo heredero de Alfonso XIII según las leyes dinásticas, cuando Juan Carlos aceptó, sin consultarlo con su padre, las exigencias del general Franco. De forma que, a la muerte de Franco, durante un par de años España disfrutó de dos reyes: uno, Juan Carlos, de hecho, y el otro, Don Juan, que seguía ejerciendo de tal como Juan III hasta una abdicación semiclandestina, una consideración que sólo recuperó después de muerto, cuando se colocó en su féretro depositado en el Panteón de Reyes del Monasterio de El Escorial, donde solo se entierra a reyes que reinaron, con el titulo de Ioannes III.
Se da la paradoja de que Felipe VI, a quien Juan Carlos rey trató de garantizarle la sucesión más allá del juancarlismo vigente, ahora trata de salvar la Monarquía repudiando a su padre.