Cataluña no era la autonomía más hospitalaria con la monarquía antes del 3-O, pero aquel airado discurso pronunciado por el jefe del Estado dos días después del referéndum ilegal acabó por convertirla en terreno inhóspito para Felipe VI. Le hubiera gustado ir a la entrega de despachos a las nuevas promociones de juezas y jueces celebrada el pasado septiembre, como confesó a un indiscreto presidente del Supremo y el Consejo General del Poder Judicial. Pero ya saben, a los socios de investidura del Gobierno, no tanto.
“Sin actividades oficiales con cobertura informativa”, decía el día 18 la agenda de la Familia Real que Zarzuela distribuye a la prensa los viernes. Pero el lunes el rey y la reina Letizia, como el ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, viajaban a Barcelona para entregar en el Palacete Albéniz de Barcelona el Premio Cervantes 2019 al poeta Joan Margarit, que debía haberlo recibido el 23 de abril en la Universidad de Alcalá de Henares pero una pandemia y un confinamiento lo impidieron.
Lo que no se ha explicado es por qué la Casa del Rey ha informado con posterioridad arguyendo que, si no lo hizo con antelación, fue porque se trataba de un acto de “carácter privado”, cuando de hecho no lo es y en otras ocasiones se buscan fórmulas para limitar aforos y asegurar distancias de seguridad. Lo que es seguro es que el monarca se ha ahorrado las protestas de los independentistas y los desplantes de las autoridades catalanas.