
Sin Maldad / José García Abad
Con pocos días de distancia hemos celebrado los diez años que separan los 80 cumplidos por el presidente Felipe González y los 70 del presidente José María Aznar. Les separa una década que no es cuestión baladí, pues lo generacional cuenta así en política como en la vida misma, lo que sólo es admitido por los dirigentes políticos en su juventud, considerándolo una grosería cuando se convierten en señores mayores y se sienten empujados desconsiderada y desagradecidamente por sus herederos en implacable relevo.

Con pocos días de distancia hemos celebrado los diez años que separan los 80 cumplidos por el presidente Felipe González y los 70 del presidente José María Aznar. Les separa una década, que no es cuestión baladí, pues lo generacional cuenta así en política como en la vida misma, lo que sólo es admitido por los dirigentes políticos en su juventud, considerándolo una grosería cuando se convierten en señores mayores y se sienten empujados desconsiderada y desagradecidamente por sus herederos en implacable relevo.
A González y Aznar les separa también la ideología y su competencia en sus respectivos méritos para la historia. Por mucho que se haya moderado por su edad –de hecho siempre lo ha hecho– no ha llegado a la involución salvaje de un Tamames, candidato a la presidencia del Gobierno a su provecta edad y a la evolución de alguno de los personajes que él encumbró.
José María Aznar no tiene ese problema desde que sucedió a Manuel Fraga. No es que Aznar, de raíces falangistas, fuera menos derechista que aquél, pero, una vez más, se impuso el imperativo generacional. Lo tuvo, el conflicto, frente a Mariano Rajoy, a quien crucificó sin piedad, como Felipe González hizo, más piadosamente, con José Luis Rodríguez Zapatero, de tentaciones adánicas cuando no mesiánicas
A González y Aznar les separa también la ideología y su competencia en sus respectivos méritos para la historia. Por mucho que se haya moderado por su edad –de hecho siempre lo ha hecho– Felipe no ha llegado a la involución salvaje de un Tamames, candidato a la presidencia del Gobierno a su provecta edad, y a la evolución de alguno de los personajes que él encumbró entre los que se lleva la palma Joaquín Leguina, que se encuentra más cómodo con Isabel Ayuso, la bestia negra del presidente, socialista, del Gobierno de España, que con éste y en un grupito integrado por la flor y nata del guerrismo, con Alfonso a la cabeza, que cierra filas frente al secretario general de su partido centenario: Los Virgilio Zapatero, Corcuera y compañía.
José María Aznar no tiene ese problema desde que sucedió a Manuel Fraga. No es que Aznar, de raíces falangistas, fuera menos derechista que aquél, pero, una vez más, se impuso el imperativo generacional. Lo tuvo, el conflicto, frente a Mariano Rajoy, a quien crucificó sin piedad, como Felipe González hizo, más piadosamente, con José Luis Rodríguez Zapatero, de tentaciones adánicas cuando no mesiánicas.
Caído el gallego que purgó en los juzgados culpas compartibles con su antecesor, que desembocaron en el discutible honor de ser la única víctima de una moción de censura que le desahució del palacio de la Moncloa, Aznar contemplaba la jugada desde las alturas, por encima del bien y del mal, desde el púlpito de FAES, la fundación que le paga el partido.
Como Felipe González. Con la diferencia de que éste no tiene FAES ni sitio alguno donde impartir doctrina diaria. Prefiere impartirla, peripatética por los distintos foros del mundo mundial, con una ambigüedad doctrinal que desespera a la militancia y a parte de la afición. Al conjunto de la parroquia.
Se ha notado en la comparación de ambos cumpleaños diferencias de estilo, de estética, entre la izquierda y la derecha. Felipe lo celebró invitando a todos sus ministros a una cena que no se si tachar de última o de póstuma, en el restaurante madrileño La Manduca de Azagra, pagada a escote por todos a los que él en sus gloriosos días proporcionó envidiable empleo.
Aznar, por el contrario, lo celebró en los maravillosos salones del Teatro Real pero se permitió invitar a unos 300 amigos glamurosos y enviar ‘no invitaciones’, como la reina en Alicia en el País de las Maravillas, a Mariano Rajoy y a Pablo Casado.
Pero el tiempo ha cambiado para ambos: el imperativo generacional, que pone a cada cual en su tiempo.
Lleva ejerciendo la profesión de periodista desde hace más de medio siglo. Ha trabajado en prensa, radio y televisión y ha sido presidente de la Asociación de Periodistas Económicos por tres periodos. Es fundador y presidente del Grupo Nuevo Lunes, que edita los semanarios El Nuevo Lunes, de economía y negocios y El Siglo, de información general.