
Sin Maldad / José García Abad
Espero que Pedro Sánchez, elegido por aclamación presidente de la Internacional Socialista, aborde un debate del que salgan cambios profundos en el sistema de representación política que genera una profunda e intensa desconfianza ciudadana.
Las deficiencias del sistema se vienen denunciando desde hace mucho. Estos días próximos a la Lotería del Gordo de Navidad recuerdo la idea de Henry Louis Mencken, (1880-1956) un periodista/escritor/filósofo, iconoclasta, calificado como un Voltaire del siglo XX y padre intelectual del escepticismo militante contemporáneo expresada en un libro que tiene un título que imposibilita el regalo: ‘¡Vete a la mierda!’.

Espero que Pedro Sánchez, elegido por aclamación presidente de la Internacional Socialista, aborde un debate del que salgan cambios profundos en el sistema de representación política que genera una profunda e intensa desconfianza ciudadana.
Estos días próximos a la Lotería de Navidad recuerdo la idea de Henry Louis Mencken (1880-1956), que proponía que los diputados fueran elegidos por sorteo. Más posibilidades tiene la propuesta de Jesús Lizcano Álvarez, catedrático de Economía Financiera de la Universidad Autónoma de Madrid y colaborador de ‘El Siglo’, que propone que “los votos en blanco pudiesen convertirse en escaños vacíos en el Congreso de los Diputados”. Y que en lugar de listas electorales cerradas los votantes pudiéramos excluir y tachar aquellos nombres que deseásemos en dichas listas
Mencken proponía, en el fondo, imitar el sistema electoral de la Atenas clásica instaurada por Solón en el 594 antes de Cristo, que adjudicaba el Gobierno y el Parlamento por sorteo entre todos los ciudadanos que hubieran cumplido el servicio militar.
Proponía Mencken en plan provocativo: “Puesto que estoy de humor para la crítica constructiva, propongo que a partir de este momento abandonemos el sistema que empleamos en Estados Unidos para elegir legisladores y que lo reemplacemos por el que se utiliza para elegir jurados. En otras palabras, propongo que a los hombres que dictan las leyes se los elija mediante sorteo y contra su voluntad, en lugar de elegirlos por fraude y contra la voluntad del resto de nosotros, como se hace ahora”.
Justificaba su propuesta en que de esta forma ahorraría a la comunidad el excesivo costo actual de los comicios y haría innecesarias las campañas políticas; poblaría a todas las legislaturas con hombres realmente convencidos de que la función pública es una carga y no una canonjía personal; y terminaría con las actuales zalemas humillantes y comercializaciones de votos.
Su plan, aseguraba, tiene pocas desventajas y argumentaba contra los que indicaban que los ciudadanos elegidos a voleo carecían de conocimientos sobre la cosa pública que en realidad no son necesarios dichos conocimientos y que pocos o ninguno de los actuales legisladores los tienen y que la inmensa mayoría de los problemas públicos son muy sencillos. “Porque –sostenía– la peor maldición de la democracia, tal como la soportamos hoy, consiste en que convierte la función pública en monopolio de un grupo de hombres palpablemente inferiores e indignos. Deben envilecerse para conquistarla y deben continuar envileciéndose para conservarla”.
Es más viable la propuesta de Lizcano
Ni el propio Mencken, provocador profesional, podía creer en el éxito de su propuesta. Más posibilidades tiene la de Jesús Lizcano Álvarez, catedrático de Economía Financiera de la Universidad Autónoma de Madrid y colaborador de El Siglo, que coincidiendo en buena parte en los análisis del anterior lanzaba una idea interesante para avanzar en ese propósito.
“Imagínese usted como ciudadano -sostiene el profesor-, que al celebrarse unas elecciones, “los votos en blanco pudiesen convertirse en escaños vacíos, por ejemplo, en el Congreso de los Diputados”.
Razonaba Lizcano que dada la falta de credibilidad y de confianza de muchos ciudadanos en la clase política y en los partidos, se trataría de que todos aquellos a los que no les gustase ninguna de las formaciones políticas que se presentan a las elecciones, pudiesen así votar en blanco, y ello sirviese para que una parte de los escaños quedasen vacíos y sin adscripción por tanto a ningún grupo político. Que a su vez estaría de alguna forma deslegitimando al conjunto de la clase política y sus eventuales representantes parlamentarios”. Propone también Lizcano que en lugar de listas electorales cerradas los votantes pudiéramos excluir y tachar aquellos nombres que deseásemos en dichas listas”.
Sánchez tiene la palabra
Parte de los problemas de la socialdemocracia, benditos problemas, es que sus postulados básicos de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, referentes a conseguir conquistas sociales básicas sea ya un hecho irreversible.
La socialdemocracia bajo el liderazgo de Pedro Sánchez tiene ahora la tarea de además de afinar la propuesta socialista de seguir avanzando en la igualdad de la mujer, conseguir que la democracia sea algo más que “el peor sistema con excepción de todos los demás” como la definía Churchill, justificada en razón de que peor es la alternativa. Desde luego la izquierda no debe resignarse a ello.
Lo que debería ser prioritario es avanzar en la mejora del sistema de la representación política aceptando el hecho de que nadie es perfecto, ni siquiera los aspirantes a representarnos, un procedimiento que hoy genera, más que en otras épocas, la desconfianza ciudadana, agravada en mi opinión por la deficiente intermediación de los partidos políticos que ha llevado a la partitocracia evitando la mala imagen de los partidos a los que se les empieza a considerar como un mal necesario y el menosprecio de la clase política cuya reputación corporativa se arrastra por los suelos. La tarea de Sánchez sería abordar con firmeza el establecimiento de una mayor democracia interna de los partidos.
Lleva ejerciendo la profesión de periodista desde hace más de medio siglo. Ha trabajado en prensa, radio y televisión y ha sido presidente de la Asociación de Periodistas Económicos por tres periodos. Es fundador y presidente del Grupo Nuevo Lunes, que edita los semanarios El Nuevo Lunes, de economía y negocios y El Siglo, de información general.