
Sin Maldad / José García Abad
¿No os parece, amigos, que estamos exagerando con lo del coronavirus? Ciertamente, lamentablemente, se producen muertos pero también se producen, y con mayor intensidad, con la gripe, la asiática o las europeas, o en accidentes de tráfico que los periodistas no contamos uno a uno.
Cada mañana me desayuno con el “Resumen de Confidenciales” que edita “Capital Madrid”, siempre encabezado por el coronavirus. Sólo un par de ejemplos: el del 26 de febrero decía: “Este miércoles ya son 2.763 los muertos y 80.967 los infectados por el coronavirus, que traspasa océanos, cruza fronteras, extiende la alarma en todos los continentes y acapara portadas, grandes titulares y páginas de opinión”. Y el 27 exclamaba: “Dos focos informativos de trascendencia acaparan este jueves las portadas, los titulares y las páginas de opinión. Uno, la escenificación de la Mesa de Diálogo hacia lo desconocido: la solución del problema en Cataluña para unos, o el principio de la humillación, la destrucción y la desintegración de España, para otros. Y dos, la invisible nube del coronavirus y sus consecuencias, con reducción de casos nuevos en China mientras se extiende por todos los continentes y con un total esta mañana de 2.801 muertos y 82.801 infectados, incluyendo un caso en California equiparable al de Sevilla por no saberse el cómo”.

Sabemos que el coronavirus tiene cura y se conoce el tratamiento, que se aplica con éxito. Ya sabemos que el miedo es libre pero la epidemia hay que afrontarla con alguna sensatez. Parece desmesurado que se supriman acontecimientos como el Mobile World Congress o que se anulen los Juegos Olímpicos de Tokio; y es muy lamentable que afecte, además de a las personas, al sagrado PIB. Al comercio, a la inversión y, en definitiva, al crecimiento económico. O sea a las cosas de comer, de beber y de vivir
No es la peste negra
Sabemos que el coronavirus tiene cura y se conoce el tratamiento que se aplica con éxito. Ya sabemos que el miedo es libre pero la epidemia hay que afrontarla con alguna sensatez. Parece desmesurado que se supriman acontecimientos como el Mobile World Congress o que se anulen los Juegos Olímpicos de Tokio; y es muy lamentable que afecte, además de a las personas, al sagrado PIB. Al comercio, a la inversión y, en definitiva, al crecimiento económico. O sea, a las cosas de comer, de beber y de vivir.
Nacido en China, el coronavirus se ha convertido en la epidemia de la globalización. Se exagera tanto que da la impresión de que se reacciona como con la epidemia medieval de la peste, que también nació en China, en la década de 1330, la ‘yersinia pestis’ que a lomos de las pulgas se extendió por todo el mundo.
Tal como recuerda Yuval Noah Harari, en su celebrado ‘Homo Deus: breve historia del mañana’, un libro también global, murieron entre 75 y 200 millones de personas, más de la cuarta parte de la población de Eurasia. En Inglaterra murieron cuatro de cada diez personas, y la población se redujo desde un máximo previo de 3,7 millones de habitantes hasta un mínimo posterior de 2,2 millones. La ciudad de Florencia perdió 50.000 de sus 100.000 habitantes.
“Las autoridades –cuenta Harari– se vieron impotentes ante la calamidad. Excepto por la organización de oraciones masivas y procesiones, no tenían idea de cómo detener la expansión de la epidemia, y mucho menos de cómo curarla. Hasta la era moderna, los humanos achacaban la enfermedad al mal aire, a demonios malévolos y a dioses enfurecidos, y no sospechaban de la existencia de bacterias ni virus. La gente creía fácilmente en ángeles y hadas, pero no podían imaginar que una minúscula pulga o una simple gota de agua pudieran contener todo un ejército de mortíferos depredadores”.
Lleva ejerciendo la profesión de periodista desde hace más de medio siglo. Ha trabajado en prensa, radio y televisión y ha sido presidente de la Asociación de Periodistas Económicos por tres periodos. Es fundador y presidente del Grupo Nuevo Lunes, que edita los semanarios El Nuevo Lunes, de economía y negocios y El Siglo, de información general.