
El Acento/ Inmaculada Sánchez.
Se han dicho tantas cosas… y nada bonitas -además, en público- que es difícil asumir que el ya presidente en ejercicio del Gobierno de España, pese a serlo por sólo dos votos de diferencia, y su vicepresidente y socio de coalición gubernamental, pese a su reciente retroceso en las urnas, inicien camino juntos con la ilusión de unos recién casados. Tampoco es absolutamente necesario.
Lo que sí necesitan los españoles que votaron al PSOE y a Unidas Podemos, además de al PNV, a Compromís, a Más País o a Teruel Existe e, incluso, a ERC o a EH Bildu, cuyos escaños suman y representan, mal que les pese a las derechas de este país, a la mayoría de sus ciudadanos, es que sus líderes sean capaces de entender la magnitud del Gobierno que tienen entre sus manos para no frustrarlo.
El duro tránsito del plácido bipartidismo en el que se ha movido España durante décadas al aciago multipartidismo que trajo el 15-M no ha resultado gratis. Sus cadáveres políticos acumulan apellidos ilustres en sus esquelas. Desde Felipe González, que todo lo vivió, y criticó, desde la barrera, hasta José María Aznar, que pretende seguir dando instrucciones al ruedo, pasando por Mariano Rajoy, amputado de muleta sin aviso ni anestesia, o el recién llegado Albert Rivera, expulsado sin contemplaciones de la arena en la que aterrizó con alfombra roja y viento de cola.
Química sabemos que no tienen. Cabe esperar, al menos, que tanto Pedro Sánchez como Pablo Iglesias hayan aprendido que no tienen otra que entenderse para que este inédito Gobierno de coalición consiga arrancar, aunque sea por las más prosaicas leyes de la física: las del equilibrio de fuerzas y el cálculo de incertidumbres
Los supervivientes, pese a su juventud, exhiben ya gloriosas heridas ‘de guerra’. Tanto Pedro Sánchez como Pablo Iglesias han sufrido también duros golpes en sus particulares travesías por esta ‘segunda Transición’, como a algunos politólogos les gusta definir esta radical y generacional transformación del mapa político español. Y ambos parecen dar muestras de haberlos encajado. Si no, hubiera sido imposible el alumbramiento del primer Gobierno de coalición, y de izquierdas, de este país desde la Segunda República.
Sin embargo, entre el agrio Debate de Investidura, donde presidente y vicepresidente mostraron, como si nada hubiera ocurrido antes, que son políticos capaces de construir la complicidad necesaria para que un Gobierno funcione, y las horas posteriores, donde desconfianza y mutuos recelos se colaron entre entrevistas, filtraciones y anuncios de ministros míos o tuyos, se ha abierto paso un incontrolable temor a que la mala química entre los socios dé al traste con el experimento.
Un rápido Protocolo de Coordinación de cinco folios exigiendo lealtad mutua y especificando al detalle cómo gestionar los desacuerdos, firmado esta misma semana por PSOE y Podemos, pretende tranquilizar a propios y extraños. Este Gobierno quizá tenga menos ‘glamour’ al renunciar a los bonitos destellos de no pocas reacciones químicas pero si atiende, más prosaicamente, a las leyes físicas, calcula bien las incertidumbres y mide correctamente el equilibrio de fuerzas, podríamos tener una legislatura más longeva de lo que algunos prevén.
Periodista y directora de El Siglo desde 2011, revista que contribuye a fundar, en 1991, formando parte de su primer equipo como jefa de la sección de Nacional. Anteriormente trabajó en las revistas Cambio 16 y El Nuevo Lunes y en la Cadena Ser. Actualmente también participa asiduamente en diferentes tertulias políticas de TVE y de Telemadrid.