
La Economía desde mi Observatorio/ Carlos Berzosa.
En los últimos tiempos analistas y economistas visionarios del futuro han anunciado la llegada de una sociedad sustentada en las tecnologías de la comunicación e información, digitalizada y en lo que lo virtual adquirirá en los países desarrollados la hegemonía de la actividad económica. La investigación tendrá que centrarse cada vez más en el desarrollo de la digitalización marginando a otro tipo de investigaciones.
Se ha subrayado con insistencia que estamos ante la sociedad postindustrial. Estas ideas se basan en que en los países avanzados la mayor parte de la población activa se concentra en el sector servicios, siendo muy reducida la que se dedica a la agricultura y se encuentra en declive la del sector industrial. Al igual sucede en la participación de estos sectores en el PIB. De hecho, la adoración por la tecnología digital ha llegado tan lejos que algunos economistas han minusvalorado la importancia del sector agrícola e industrial.
En libros y artículos algunos afamados académicos han escrito que la producción agrícola, pesquera, minera e industrial se tendrá que desplazar progresivamente a los países subdesarrollados y en desarrollo, mientras que los países desarrollados se especializarán cada vez más en el sector servicios, la investigación vinculada a estas tecnologías, y parques temáticos. Los países con menor grado de desarrollo, se razona, son más competitivos pues tienen salarios más bajos y menos impuestos con lo que adquieren una ventaja comparativa.
Países avanzados tecnológicamente se han mostrado incapaces de producir bienes esenciales como las mascarillas y los respiradores.
En la agricultura llegan a plantear que se eliminen las ayudas a este sector que interfiere en el buen funcionamiento del mercado, que perjudica a los consumidores y a los países en los que los productos primarios son la principal exportación. Se utiliza este argumento como si fueran los verdaderos defensores del desarrollo de los subdesarrollados, sin tener en cuenta que el hecho de que si se quitaran las ayudas en los países desarrollados no por ello se iban a beneficiar los campesinos y jornaleros de los países en los que el sustento principal son los bienes del sector primario. La principal razón de que esto no sea así es que la distribución y la comercialización de los productos agrarios, así como la agroindustria, se encuentran en manos de un número reducido de oligopolios, pagando rentas muy bajas a los trabajadores del campo.
La pandemia ha puesto al descubierto las debilidades de las economías desarrolladas, entre ellas las del sector industrial y agrario. La teoría que da la primacía al mercado en las decisiones económicas ha supuesto la eliminación de la política industrial con lo que está teniendo lugar un proceso creciente de desindustrialización, como consecuencia de la localización de determinadas actividades industriales, no todas, hacia los países que ofrecen las ventajas competitivas a la que antes nos referíamos. De esta manera países avanzados tecnológicamente se han mostrado incapaces de producir bienes esenciales como las mascarillas y los respiradores. La dependencia de la economía china que se convierte en el principal suministrador mundial ha traído como consecuencia la de un mercado salvaje en el que la subida de precios, la especulación y el fraude se han convertido en la norma de comportamiento.
No quiero ni pensar que hubiera ocurrido si la agricultura hubiera desaparecido de nuestras economías. El desabastecimiento hubiera tenido lugar. Por otra parte, el desarrollo de los países que están más atrasados no depende solamente de que produzcan más bienes industriales y agrícolas si lo hacen en las condiciones de trabajo actuales y salarios de miseria. En el orden internacional tan desigual el desarrollo se encuentra condicionado y limitado por el capital financiero y los grandes oligopolios que dominan el mercado internacional.
Catedrático Emérito de la Universidad Complutense y presidente de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Ha sido Decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Complutense(1984-1998) y Rector de esta Universidad(2003-2011). A lo largo de su carrera docente ha impartido enseñanzas de Estructura Económica Mundial y Desarrollo Económico. Tiene numerosas publicaciones entre las que destacan los libros ‘Los desafíos de la economía mundial en el siglo XXI’ (Nivola,2002) y los escritos conjuntamente con José Luis Sampedro ‘Conciencia del subdesarrollo veinticinco años después’ (Taurus, 1996) y ‘La Inflación (al alcance de los ministros)’ (Debate, 2012).