La realeza, como la plebe, se apasiona, se enamora, se enoja y, en ocasiones, se divorcia. De tres de los hijos de Juan Carlos I y la reina Sofía, lo han hecho dos. Por mucho que la Casa Real informara de la ruptura matrimonial de la infanta Elena con el eufemismo aquél del “cese temporal de la convivencia” y su hermana haya creído oportuno hablar ahora de “interrupción de la relación matrimonial”, las dos se han separado de sus maridos. Y como hiciera la mayor de los Borbón y Grecia, la infanta Cristina se acabará divorciando de Iñaki Urdangarin.
Habían transcurrido seis días desde que la periodista Pilar Eyre y la revista Lecturas descubrieran el affaire del exduque de Palma con una compañera de trabajo del bufete Imaz&Asociados de Vitoria y la ya expareja confirmaba a través de la agencia Efe que su relación está rota pero sus chavales no corren peligro. “El compromiso con nuestros hijos permanece intacto”, dicen, aclaración innecesaria de un comunicado que, por obvio y escueto, demuestra que ya no hay mucho más que decir.
Más allá del interés que pueda despertar en la crónica social, se abre ahora un nuevo escenario en Zarzuela, donde precisamente y según la periodista de La Vanguardia, Mari Ángel Alcázar, la infanta se refugió durante tres días antes de decidir cómo reaccionar a la publicación de la noticia. Después regresó a Suiza, donde cuenta Lecturas que se reunieron todos los Urdangarin de Borbón, madre, padre e hijos, para consensuar los pasos a seguir.
En la residencia palaciega en Madrid, Cristina se alojó en el ala ocupada por su madre, la reina emérita, aunque no ha trascendido si habló con el rey que, sin un cuñado expresidiario, tendría más fácil limar asperezas con su hermana y tratar de recomponer una familia a la que las desavenencias personales le sientan tan mal.