El ‘think tank’ Future Policy Lab, con Berna León a los mandos se ha presentado en sociedad con su primer informe, ‘Derribando el dique de la meritocracia’. El documento analiza y explica con datos “por qué la idea de que el esfuerzo recompensa por igual a todos es una idea falsa; un mito”. En España, el texto destaca que “existe una clara correlación entre las dificultades económicas experimentadas durante la adolescencia y la situación económica en la adultez”. De los países de nuestro entorno, solo Polonia, Hungría y Portugal muestran una menor movilidad relativa que España entre los hombres, y solo Portugal entre las mujeres. El Siglo reproduce a continuación uno de los capítulos del informe.
Desde un punto de vista empírico, el objetivo es obtener unas estimaciones que se ajusten lo más posible a la noción teórica de la igualdad de oportunidades. Es decir, queremos obtener métricas comparables de las diferencias de resultados (económicos, educativos, ocupacionales, etc.) entre individuos de orígenes sociales (e idealmente genéticos) desfavorecidos y aventajados. Un excelente indicador de esta noción es la movilidad intergeneracional, ya que mide la influencia de las características socioeconómicas de los padres sobre aquellas de sus hijos cuando son adultos. De esta manera, una sociedad con altos niveles de movilidad intergeneracional es aquella en la que el éxito económico de un individuo depende poco de la situación socioeconómica de sus padres y que, en consecuencia, ofrece más oportunidades a sus miembros. Y viceversa. Las formas de medir la movilidad intergeneracional suelen dividirse en dos grandes categorías: movilidad relativa y movilidad absoluta. La primera refleja la diferencia de resultados socioeconómicos de los niños de familias ricas y pobres. La medida más habitualmente empleada para calcular la movilidad relativa es la elasticidad de ingresos (o percentil de ingresos) entre padres e hijos. Unos valores bajos indican una baja relación entre los ingresos de los padres y los de sus hijos y, por tanto, una baja transmisión intergeneracional de las (des)ventajas socioeconómicas, y viceversa –unos valores altos indican una elevada persistencia de transmisión intergeneracional–.
“Nacer en el extremo superior de la distribución en España minimiza enormemente el riesgo de padecer descenso social”
En España, la mejora económica experimentada en los últimos años del franquismo y, sobre todo, a partir de la restauración de la democracia propició una elevadísima movilidad absoluta a causa de la propia inercia del cambio estructural, en términos ocupacionales y educativos, y sin embargo una muy baja o nula mejora en la movilidad relativa. Como muestra el caso de España, lejos de ser antagónicas, estas dos medidas son complementarias y nos dan una visión más completa de la igualdad de oportunidades: incluso si todos los hijos de un determinado entorno socioeconómico mejoran con respecto a sus padres (movilidad absoluta perfecta), la equidad del sistema se vería amenazada si las diferencias entre los hijos de los pobres y los de los ricos siguen siendo siempre las mismas (movilidad relativa nula). De hecho, la evidencia empírica disponible nos muestra que hay países o regiones que pueden tener, simultáneamente, una alta movilidad absoluta y una baja movilidad relativa (y viceversa), aunque suelen estar positivamente correlacionadas.
Debido a la complementariedad de las dos medidas que acaban de describirse, los estudios empíricos suelen estimar ambos tipos de movilidad intergeneracional usando variables como la ocupación (empleo), la educación, los ingresos o la riqueza para medir el estatus socioeconómico.
Efectos del origen social sobre el desempeño en el mercado de trabajo
En el contexto comparado, España tiene una movilidad intergeneracional de ingresos ligeramente superior a la media de la OCDE: los individuos que provienen de familias con bajos ingresos tardarían 4 generaciones en alcanzar el ingreso promedio, mientras que la media de la OCDE se sitúa en 4,5 generaciones. No obstante, existe una clara correlación entre las dificultades económicas experimentadas durante la adolescencia y la situación económica en la adultez. Según la Encuesta de Condiciones de Vida de 2019, un 34 % de las personas de entre 25 y 59 años que tuvieron una situación económica mala o muy mala a los 14 años se sitúan en el quintil más bajo de ingresos en 2019, frente al 13,2 % de los individuos con buena o muy buena situación.
“Los indicadores analizados evidencian disfunciones importantes del sistema educativo español como generador de oportunidades para todos, sobre todo para los más desfavorecidos”
Además, solo el 9,4 % de los más desfavorecidos fueron capaces de situarse en el quintil más alto frente al 30 % de los privilegiados. Este gradiente socioeconómico también se manifiesta en la tasa de riesgo de pobreza. Más del 35 % de los más desfavorecidos en la adolescencia se sitúan por debajo del umbral de la pobreza cuando alcanzan la adultez, mientras que solo lo hacen el 14% de los más privilegiados. Estos datos ilustran dos ideas que han sido expuestas anteriormente: (i) que los ingresos que se obtienen de adulto dependen en buena medida de la lotería social, entendida como el origen socioeconómico del individuo, y (ii) que el esfuerzo por sí solo no es suficiente para ascender socialmente.
Centrándonos en la generación de españoles nacidos en la década de 1980, el economista Javier Soria Espín ofrece estimaciones de movilidad intergeneracional de ingresos más precisas a partir de declaraciones fiscales anonimizadas que permiten enlazar a millones de padres e hijos. Tal y como se observa en el gráfico, existe una estrecha correlación entre el percentil del ingreso parental y el percentil medio de los hijos. Los hijos de los padres en el 20 % más pobre de la distribución se sitúan, de media, en el percentil 45 de ingresos. Sin embargo, los hijos de los padres situados en el 20 % más rico se sitúan, de media, 10 puntos porcentuales más arriba; en el percentil 55. Es importante destacar, además, que en el 10 % más alto de la distribución de ingresos la curva es más pronunciada, lo que evidencia la extraordinaria ventaja que supone nacer en una familia muy rica.
En términos de disparidad de género, salvo en el grupo del 10 % más rico, las mujeres alcanzan de media una posición económica (percentil) más baja que los hombres, aunque partan del mismo percentil de ingreso parental. Si nos fijamos en los hijos de familias en la mediana de la distribución (percentil 50), vemos que los hijos acaban de media 6 percentiles más arriba que las hijas (52 y 46, respectivamente). Esto se traduce en una brecha salarial de 2.796 euros o, lo que es lo mismo, una brecha equivalente al 13 % del ingreso per cápita nacional. Además, la persistencia intergeneracional de los ingresos es mayor en mujeres (0,21) que en hombres (0,18).
Comparado con otros países, España se sitúa a la cola en cuanto a la movilidad relativa. Un trabajo reciente muestra que la asociación entre la clase social de origen y de destino, tanto entre hombres como entre mujeres, es muy elevada en España. De los treinta países analizados en esa investigación, solo Polonia, Hungría y Portugal muestran una menor movilidad relativa que España entre los hombres, y solo Portugal entre las mujeres.
Una métrica alternativa para evaluar la ventaja de nacer en entornos familiares particularmente ricos es la facilidad relativa de acceder a la élite económica (top 1%) en función del origen familiar.6 Para entender esta métrica alternativa, el Gráfico 2 muestra el porcentaje de hijos que acaban en el top 1% cuando son adultos (eje vertical), clasificados por percentil de ingreso de los padres (eje horizontal), para España (ambos padres). La línea discontinua horizontal representa una referencia hipotética de una sociedad perfectamente igualitaria en la cual todos los hijos de una generación determinada tienen la misma probabilidad de acabar en el top 1%, independientemente del ingreso de sus padres. Dado que se divide la población en percentiles, esta probabilidad es de un 1% –esta es la razón de que la línea discontinua se sitúe a ese nivel–.
Los puntos verdes muestran el porcentaje de hijos nacidos en hogares situados en el top 1% y que acaban, en su adultez, en ese mismo top 1%. Como se ve, ese porcentaje es del 9%, pero debería ser un 1% en una sociedad perfectamente igualitaria. En una sociedad que recompensa el esfuerzo y las decisiones, y no la herencia socioeconómica, los hijos de la élite deberían poder sufrir descenso. Sin embargo, el gráfico muestra evidencia de techos y suelos de clase, ya que (I) es 9 veces más probable acabar en el top 1% viniendo de un hogar en el percentil más alto; (II) es casi 4 veces más probable acabar en el top 1% cuando se proviene del 10% más rico (puntos azules); (III) pero es 2,65 veces menos probable acabar en el extremo superior cuando se viene del 10% más pobre.
Efectos del origen social sobre el desempeño educativo
Una de las claves para acceder a esa élite económica son los títulos académicos. En la mayoría de las sociedades, el factor más determinante a la hora de tener un salario muy alto es tener una credencial o certificado académico de posgrado, idealmente de una institución educativa de élite. La élite económica se compone de la élite educativa.
En un país con una igualdad de oportunidades perfecta, donde la persistencia intergeneracional fuera nula, todos los jóvenes tendrían una oportunidad igual de acceder a un título educativo, con independencia de sus orígenes socioeconómicos. Ese es el ideal, pero todos asumimos que en la realidad ningún país lo refleja de manera perfecta. Así pues, ¿qué impacto tiene la lotería social sobre la posibilidad de obtener un título educativo en España? ¿Cómo se compara con otras democracias industriales? La movilidad educativa en España se sitúa muy por debajo de la media de la OCDE. En España el 56% de los niños cuyos padres solo alcanzaron la educación primaria permanecerá en bajos niveles educativos, cuando el promedio en la OCDE es del 42%. Por otra, el 69% de los menores con padres con un alto nivel de formación consiguen completar estudios terciarios, siendo la media de la OCDE de un 63%.
Esta falta de movilidad educativa en nuestro país también queda patente al analizar datos del INE: en 2019, solo un 31,7% de los hijos de padres con nivel educativo bajo (educación primaria o secundaria de primera etapa) consiguieron estudios terciarios, mientras que este porcentaje se sitúa en el 75,2% para aquellos hijos con padres que ostentan una titulación superior.
Uno de los factores principales que generan esta persistencia intergeneracional de los niveles formativos y de ingresos son las desigualdades que se generan en nuestro sistema educativo y que condicionan el capital humano y la futura situación laboral de los individuos. Aunque el acceso a la educación obligatoria es prácticamente universal, nuestro país carece de un sistema educativo inclusivo y falla en la promoción de la igualdad de oportunidades y el desarrollo social a largo plazo. Estas desigualdades ocurren a lo largo de toda la trayectoria académica, especialmente durante los años de educación primaria. Sin embargo, persisten incluso una vez finalizados los estudios superiores. En este sentido, Ildefonso Marqués Perales Carlos Gil-Hernández muestran que el capital social y cultural –amplias redes de contactos, adecuado desarrollo de habilidades no cognitivas, etc. – es clave en la obtención de una profesión cualificada que se adecúe al nivel de formación. Antes veíamos que, aunque el mito meritocrático afirme lo contrario, nacer en el extremo superior de la distribución en España minimiza enormemente el riesgo de padecer descenso social. Ahora vemos, además, que existen desigualdades en el mercado laboral a igualdad de desempeño educativo, el elemento fundacional del mito meritocrático.
Existen numerosos trabajos que muestran que la clase de origen sigue teniendo un efecto considerable sobre diversas variables educativas. Concretamente, el origen social y económico de los padres tiene un impacto directo sobre el rendimiento académico en los estudios obligatorios y los efectos producidos por la repetición de curso, así como sobre las decisiones de proseguir una vía académica o una vía profesional tras la finalización de la educación obligatoria. Los sociólogos Fabrizio Bernardi y Miguel Requena demuestran que los estudiantes con padres de clase más baja son más propensos a tener peores resultados en la educación secundaria. Esto, a su vez, condiciona (I) su mayor abandono escolar temprano, (II) su menor propensión a pasar de curso en caso de repetición y (III) su mayor probabilidad de elegir el itinerario profesional (FP), una vez finalizada la educación obligatoria, comparada a la de matricularse en estudios de bachillerato.
Analizando los resultados del informe PISA, podemos observar que casi uno de cada dos estudiantes con un origen socioeconómico bajo han repetido algún curso en 2018, mientras que solo lo hacen uno de cada nueve estudiantes cuyos padres tienen un nivel socioeconómico alto. Aunque la tasa de repetición ha descendido ligeramente para todos los grupos socioeconómicos en la última década, la brecha entre estudiantes privilegiados y aquellos con menores recursos se ha mantenido estable. Por otro lado, el porcentaje de jóvenes que no alcanzan las competencias necesarias en matemáticas o en ciencias es tres veces mayor entre los estudiantes que proceden de familias de una clase social baja que entre los más privilegiados. Además, hay que destacar que estas brechas educativas en la adquisición de competencias y en la repetición de curso son una característica estructural de nuestro sistema, ya que apenas han variado en las dos últimas décadas.
El aumento del gasto educativo privado contribuye a explicar estas brechas educativas por origen socioeconómico. La diferencia en el gasto educativo entre pobres y ricos no ha parado de crecer en la última década, evidenciando que los individuos con mayores recursos invierten más en la educación de sus hijos, lo que redunda en una mayor adquisición de competencias y habilidades no cognitivas que les facilitará el acceso a una situación laboral y económica futura mejor.
La segregación escolar también contribuye a la merma de oportunidades sociales a través de la concentración de estudiantes con un mismo origen socioeconómico en los centros educativos. Por un lado, la agrupación de personas vulnerables en centros educativos problemáticos incrementa la probabilidad de abandono escolar. Por otra parte, la concentración de élites permite que los estudiantes accedan a unas redes de contactos que son inalcanzables para los individuos más desfavorecidos, lo que puede ser un factor relevante a la hora de acceder a condiciones laborales más ventajosas. Así, cuanto mayor sea la segregación escolar, más persistentes serán los efectos de las desigualdades educativas que hemos analizado previamente. En 2018, un 21,2% del alumnado tendría que cambiar de centro educativo para eliminar la segregación escolar por origen socioeconómico. La Comunidad Autónoma más segregada es Madrid, lo que podría deberse a una mayor proporción de centros educativos privados y concertados, así como a los sistemas de acceso a estos centros.
“Los individuos que provienen de familias con bajos ingresos tardarían 4 generaciones en alcanzar el ingreso promedio, mientras que la media de la OCDE se sitúa en 4,5 generaciones”
Asimismo, la tasa de repetición de curso en educación secundaria también supera el promedio europeo, situándose en un 28,7% en 2018. Existe evidencia de que la repetición de curso no refleja de manera correcta las competencias del alumnado, ya que, de media, España muestra resultados en las pruebas PISA similares a otros países con tasas de repetición muy inferiores a la de nuestro país y, en muchos casos, tiene un efecto negativo sobre el rendimiento académico e incrementa la probabilidad de abandono escolar temprano. Una característica especialmente preocupante de estos resultados sobre repetición es que están mediados por el nivel socioeconómico de los padres. Aunque ha descendido ligeramente para todos los grupos socioeconómicos en la última década, en 2018 la tasa de repetición de los estudiantes de origen socioeconómico bajo (46,3%) superaba en casi 20 puntos la de las clases medias (28,4%) y en 35 la de los estudiantes de clase alta (11,3%).
Los indicadores analizados evidencian disfunciones importantes del sistema educativo español como generador de oportunidades para todos, sobre todo para los más desfavorecidos, y, por tanto, como motor de ascenso social. Los datos expuestos demuestran la relación directa entre origen social y desempeño educativo: los hijos de familias menos favorecidas tienen más posibilidades de repetir curso, de presentar peores resultados en los informes PISA, de no acceder a la universidad y de no matricularse en escuelas privadas.
Esto es grave y es una parte de la historia de la desigualdad, pero es solo una parte de la historia. En su libro The Class Ceiling, los sociólogos Sam Friedman y Daniel Laurison muestran que los británicos que provienen de entornos sociolaborales profesionales y directivos –sus padres son abogados o directivos de una empresa, por ejemplo–, obtienen sistemáticamente mejores trabajos que quienes, teniendo el mismo nivel de educación –secundaria, grado, posgrado– provienen de una clase social menos privilegiada. Con datos para el Reino Unido, Friedman y Laurison muestran que la probabilidad de que una persona de origen social privilegiado y sin ningún título acabe en un empleo muy bueno (top job) es más del doble que si esa persona fuera de clase trabajadora. Además, solo una de cada cuatro personas de clase trabajadora acaba en un empleo muy bueno, mientras que para los hijos de profesionales y directivos esa probabilidad es del 39%.
En una sociedad como la británica, una explicación a esas diferencias podría ser la universidad que expide el título. Es decir, que dado que (I) los títulos de Oxford, Cambridge o London School of Economics conceden un acceso privilegiado a los empleos muy buenos y (II) las personas de origen social privilegiado tienen un acceso privilegiado a las universidades que abren las puertas de los empleos privilegiados, las diferencias de probabilidades que acabamos de mencionar derivan simplemente de diferencias en el acceso a ese grupo de universidades excelentes. Quizá lo que ocurre, simplemente, es que las personas de orígenes sociales más privilegiados van a mejores universidades. Una explicación, a priori al menos, muy posible.