
José Luis Centella
Es un ejercicio difícil intentar escribir sobre el conflicto armado que se vive en Ucrania desde 2014, que ha alcanzado su máxima gravedad con la condenable invasión de las tropas rusas, y hacerlo desde cierta discrepancia con las versiones oficiales. Habría que empezar por referir esa regla tan manida, pero cierta, de que en una guerra la primera víctima es la verdad y la segunda la libertad de información. Se ha vuelto a comprobar ahora, cuando Rusia impide la actividad de medios informativos y de periodistas occidentales o cuando Europa hace lo propio con las emisiones del canal RT y otros medios de comunicación rusos.

Nadie puede pensar seriamente que las presiones económicas o armar al Gobierno ucraniano lograrán que Putin retire sus tropas y asuma una derrota que lo llevaría a una situación insostenible ante su pueblo
Algunos denunciamos desde el minuto uno que la acción de guerra emprendida por Rusia en Crimea es contraria al Derecho Internacional y exigimos ya entonces, y mucho más ahora, que frene su ofensiva militar y se restaure la legalidad. Pero quiero también poner sobre la mesa cuestiones que no contemplan las versiones oficiales, empezando por la torpeza o falta de análisis de quienes creían que se podría provocar a Putin sin más reacción que un aumento de la tensión o que era posible aprovechar para progresar en el escenario de ‘guerra fría’ al que EE UU quiere llevar las relaciones internacionales para frenar su decadencia y recuperar la iniciativa frente a China.
Hace un mes escribía aquí mismo lo mal que encajaba la intención de activar el ingreso de Ucrania en la OTAN con los graves problemas internos que arrastra Putin. El presidente de Rusia había visto debilitada su popularidad por la pésima gestión de la pandemia y por una economía en crisis. Busca recuperar apoyo popular sobre la base de alentar y encabezar el nacionalismo de un pueblo en gran parte frustrado por haber perdido el carácter de potencia mundial de los tiempos de la URSS.
En contra del criterio que impera en los medios oficiales, planteo que la negociación es la mejor alternativa para parar la guerra. Nadie puede pensar seriamente que las presiones económicas o armar al Gobierno ucraniano lograrán que Putin retire sus tropas y asuma una derrota que le llevaría a una situación insostenible ante su pueblo.
Se debe alcanzar un acuerdo que recupere la legalidad internacional y afronte los problemas no resueltos desde la disolución de la URSS, cuando no se quiso dotar a Europa de un gran marco que garantice la seguridad colectiva. Por el contrario, se emprendió el camino de ampliar la OTAN hasta alcanzar la misma frontera rusa. El falaz argumento empleado para justificarlo es que todos los Estados son libres de elegir sus alianzas militares, pero lo dicen los mismos que impedirían a toda costa la instalación de armas rusas en Cuba o Venezuela con el lógico argumento de que amenazarían su seguridad nacional. Lo harían utilizando todos los medios, incluidos los militares, como ya hicieron en el siglo pasado.
Desde mi oposición al envío de armas a Ucrania, inútil para los fines que se dicen pretender, recuerdo cómo las armas que se enviaron a los talibanes para luchar contra los soviéticos en Afganistán acabaron usándose años después contra EE UU o el contingente de países europeos que lucharon luego en ese país, mientras el terrorismo islamista golpeaba al mismo tiempo en París, en Londres o en Madrid.
Las armas actuales, también las españolas, pueden terminar en manos de esas mismas milicias protonazis que actúan en Ucrania desde hace tiempo y que tienen relación con grupos del mismo estilo en el resto de Europa. Por favor, no convirtamos a Ucrania en el Afganistán del s. XXI.
Aprendamos la lección de que las guerras se puede saber cómo empiezan, pero nunca como terminan. Construyamos una comunidad internacional que cree un destino compartido para toda la humanidad, donde en lugar de refundar la OTAN refundemos Naciones Unidas para que sean capaces de hacer cumplir los objetivos de su Carta fundacional de 1945 que, por cierto, se enterraron cuando en 1949 se consolidó la Guerra Fría.
Responsable federal de la Conferencia Interparlamentaria de Izquierda Unida y presidente del Partido Comunista de España (PCE), partido del que ha sido secretario general entre 2009 y 2018. Maestro de profesión, fue concejal en el Ayuntamiento de la localidad malagueña de Benalmádena, provincia donde inició su actividad política y por la que fue elegido diputado al Congreso en 1993, 1996 y 2000. En la X Legislatura (2011-2015) volvió a la Cámara Baja como diputado por Sevilla, ocupando la portavocía del Grupo Parlamentario de IU, ICV-EUiA, CHA-La Izquierda Plural.