
Mar de Fondo / Raimundo Castro
Ahora se explica –¡coño!– la dureza de Pablo Casado con Pedro Sánchez en sus últimas declaraciones y en la sesión de control del Congreso. El líder del PP ya sabía que su fiel Alfonso Fernández, presidente de Castilla y León, iba a convocar elecciones autonómicas para el 13 de febrero y actuaba en clave electoral. Lamentablemente para sus planes, no ha conseguido que Juan Manuel Moreno haga otro tanto en Andalucía donde, como muy pronto, si no median conflictos imprevistos, los comicios autonómicos no serán antes de julio del año que viene.
Casado hablaba en clave electoral y actuaba, también, en clave de liderato partidario. Porque un triunfo sonado del PP de Castilla y León es lo que necesita para confrontar éxitos con Isabel Díaz Ayuso tras su victoria en Madrid. Es decir, quiere volver a ser un gallo frente Sánchez y Ayuso a la vez y hacer indiscutible su posición de candidato a sustituir al inquilino de La Moncloa.

“Hasta el número dos de Casado, Teodoro García Egea, se ha permitido el lujo de comprometerse a ganar las próximas elecciones que se celebren, pensando, claro está, en las autonómicas adelantadas”
Y ello al tiempo que intenta desactivar la operación de estabilidad que lanzará Sánchez a primeros de año tras la aprobación de los nuevos Presupuestos y el reparto en España de los primeros 70.000 millones de la Unión Europea. Una operación de recuperación política y económica para la que el presidente ya tiene dispuestas todas las piezas del tablero, sabiendo que sólo cuenta con un año o poco más porque sus aliados (UP, ERC, PNV, Bildu y el resto de los socios de la investidura) empezarán a distanciarse a primero de 2023 para marcar su propio sello de identidad de cara a las generales de finales de ese año.
Casado quiere que su iniciativa desequilibre los planes de La Moncloa. Y hasta su número dos, Teodoro García Egea, se ha permitido el lujo de comprometerse a ganar las próximas elecciones que se celebren, pensando, claro está, en las autonómicas adelantadas y en una parte sustanciosa de lo que se jugará en las próximas municipales de mayo del 83, previas en principio a las generales.
Si a eso se le añade un nuevo acoso judicial –inspirado fundamentalmente en el conflicto catalán y apoyado por la no renovación del CGPJ e incluso del Constitucional, a lo que no hay que descartar que se añadan acusaciones de prevaricación contra el presidente Sánchez sobre las que ya enseñó la patita el lobo Casado en el Congreso refiriéndose a su presunta dejación en el presunto acoso de la Generalitat al castellano– el inicio político del año va a ser tan dramático como la quinta ola del Covid-19.
Menos mal que en la Mesa de Negociación sobre Cataluña, que volverá a activarse a primeros de año, todos los que se sientan, incluida ERC, tienen claro que lo que más debe primar es la prudencia. Y que incluso los más altos dirigentes del PNV aseguran en privado que su defensa del nuevo Estatuto para Euskadi es para quedarse, no para irse de España. Aunque, eso sí, dejando claro que Euskadi es una nación (quieren que se blinde un “quizás no soy Estado, pero soy una nación”) y añaden que lo que pretenden no requiere reformar la Constitución, reconociendo que quizás sí haga falta en Cataluña.
Con todo, la estrategia de Casado es también muy arriesgada, sobre todo contando, como cuenta, con devorar completamente a Ciudadanos. Porque la clave puede estar en los votos que Ciudadanos pueda seguir quitándole al PP. No en sus escaños. Incluso en la pugna entre conservadores y los ultraderechistas de Vox. Esas variables favorecerían claramente al PSOE, como puede suceder en Castilla y León. Sobre todo si Podemos se recupera un poco, lo suficiente para sumar sus escaños a los de un Luis Tudanca que ya ganó los pasados comicios y que está más fuerte que nunca.
Casado tendrá que hilar muy fino si no quiere vivir el popular cuento de la lechera del gran Samaniego y evitar que Castilla y León sea un primer tropiezo. Un traspiés que acabe con el cántaro de leche nada más echar a andar.
Periodista y escritor