
José Luis Centella
Brasil tiene ya nuevo presidente electo. Ha costado mucho, pero la espera ha merecido la pena. Es el triunfo de la esperanza frente al miedo. Luiz Inácio Lula da Silva, tras obtener más del 50% de apoyo en las urnas, se ha alzado con la victoria a pesar del ‘lawfare’ y la violencia política ejercida por el derrotado Jair Bolsonaro.
El triunfo de la democracia y de la justicia social sobre el fascismo es ya una realidad en Brasil y demuestra cómo la tenacidad de una fuerza popular puede derrotar a las potentes campañas mediáticas, por muchos intereses económicos, políticos, judiciales tanto a nivel local como global que tengan detrás.

El triunfo de la democracia y de la justicia social sobre el fascismo que representa Lula es ya una realidad en Brasil y demuestra cómo la tenacidad de una fuerza popular puede derrotar a las potentes campañas mediáticas
Hubo intentos de golpe por parte del ‘bolsonarismo’ en las horas previas al cierre de la jornada electoral. La extrema derecha y sus acólitos desplegaron a la Policía Federal de carreteras para llevar a cabo operativos que obstaculizaran que las personas del Noroeste, bastión de Lula, pudiesen acudir a los centros de votación. Aun así, fracasaron. El nuevo presidente electo se alzó con una victoria que consolida el triunfo de la ola progresista en la región. Se hace realidad la posibilidad de tejer una integración real latinoamericana de todos los pueblos de esa amplísima zona.
Los comicios presidenciales brasileños suponen también un espaldarazo a los castigados gobiernos progresistas de América Latina, que suman esa victoria a los éxitos precedentes en Colombia, Bolivia, Perú, México o Chile. Hoy por hoy se reabre la posibilidad de recuperar una integración regional que, entre otras prioridades, ponga los recursos naturales al servicio de una mejora de la calidad de vida de esa mayoría social que ha sufrido especialmente las consecuencias de las políticas neoliberales de los ejecutivos conservadores precedentes.
Al mismo tiempo, en esta nueva etapa, los gobiernos progresistas deben priorizar mantener las políticas asistenciales que mitiguen las consecuencias de la crisis en las clases más desfavorecidos. Eso sí, también estar atentos para crear con tranquilidad, pero con firmeza, una economía productiva que permita más independencia económica. Toda la región debe romper la supeditación que tiene de la importación de productos de bienes de consumo de Estados más desarrollados.
En un primer momento, Bolsonaro se negó a reconocer su derrota y trató de activar a sus seguidores para desestabilizar el traspaso de poderes. Lo primero no lo acabó de hacer aún de manera oficial. Ello obliga a la comunidad internacional a seguir muy atenta a cualquier maniobra golpista. No valen tibiezas y se debe mostrar un rechazo rotundo a cualquier posibilidad de una injerencia externa o interna. El llamamiento a la extrema derecha brasileña para que respete los resultados debe ser claro.
Esto debe extenderse a otros países, en un momento en el que la normalidad institucional de la zona se ve también alterada en Bolivia. Allí vuelven a escucharse movimientos golpistas, por ejemplo, cuando bajo la excusa de la postergación técnica del Censo, el gobernador Luis Fernando Camacho y el Comité Interinstitucional de Santa Cruz desencadenaron una oleada de violencia que amenazó gravemente la paz social y la democracia.
Las instituciones internacionales deben respaldar al presidente Arce y a su Gobierno, lo mismo que otras personalidades bolivianas como el propio arzobispo de Santa Cruz, el rector de la Universidad Autónoma o el alcalde de la ciudad cruceña, que insisten en el diálogo y han conminado a Camacho a no utilizar el Censo como excusa desestabilizadora.
La derrota de Bolsonaro es una mala noticia para sus ‘amigos’ en España y en Europa; esa ultraderecha que tenía a este personaje como la cabeza de puente para desarrollar el afianzamiento de la extrema derecha en América Latina. La izquierda europea debe recibirlo también como una oportunidad para hacer una reflexión autocrítica sobre los errores cometidos para facilitar el avance de la extrema derecha aquí.
Responsable federal de la Conferencia Interparlamentaria de Izquierda Unida y presidente del Partido Comunista de España (PCE), partido del que ha sido secretario general entre 2009 y 2018. Maestro de profesión, fue concejal en el Ayuntamiento de la localidad malagueña de Benalmádena, provincia donde inició su actividad política y por la que fue elegido diputado al Congreso en 1993, 1996 y 2000. En la X Legislatura (2011-2015) volvió a la Cámara Baja como diputado por Sevilla, ocupando la portavocía del Grupo Parlamentario de IU, ICV-EUiA, CHA-La Izquierda Plural.