E. S.
Al principio de la década de los 50, todavía había dificultades para comprar antibióticos, y pese a la eliminación en 1952 de las cartillas de racionamiento, los alimentos tenían una calidad muy baja y eran servidos en su mayor parte a granel, mientras los yogures se vendían exclusivamente en farmacias. Ahora el libro de Manuel Espín, ‘La España Resignada. 1952-1960’ (Arzalia Ediciones) se acerca a través de casi 500 páginas, a través de la no ficción como de la ficción, con testimonios y nuevas revelaciones, en un singular cruce de géneros, a uno de los periodos más desconocidos de la historia contemporánea de España.
Con la firma de los acuerdos de 1953 con Estados Unidos y la llegada de los americanos, y de sus estrellas de Hollywood, cambiaron buena parte de los iconos sociales. Los últimos años de la autarquía no fueron precisamente fáciles, con una inflación desbocada, ausencia de divisas, y situación de crisis –mientras en Europa se iniciaba el Mercado Común y los crecimientos del PIB eran muy destacables– provocando que, casi a regañadientes, Franco tuviera que aceptar la relativa liberalización del comercio, que no la política, del Plan de Estabilización de 1959. Probablemente, la decisión que salvó al franquismo del desastre económico en una época donde destacaban los buenos datos de la vecina Europa, a la que España no pudo incorporarse por la naturaleza dictatorial del Régimen.
Ser mujer en los años 50 no era un fácil oficio. Relegada al exclusivo papel de ‘esposa y madre’ desempeñaba un cometido social de segunda clase. Las mujeres no podían trabajar cuando se casaban, excepto cuando contaban con el permiso escrito del marido. Tampoco se les permitía abrir una cuenta, firmar un contrato o sacarse el pasaporte, si no contaban con su autorización. Desde el punto de vista legal, el adulterio las castigaba a ellas y no al género masculino; y a la que tratara de escapar de la violencia machista se la condenaba a perder su casa y a sus hijos, puesto que lo primordial era la ‘defensa de la unidad familiar’ y la indisolubilidad del matrimonio, en una época en la que el divorcio estaba prohibido. Por eso las mujeres articulan, como las grandes ‘invisibles’, el relato de este ensayo histórico mezclado con partes de ficción. A través de distintos personajes femeninos dentro de un amplio abanico de situaciones cotidianas que hoy pueden causarnos asombro pese a la cercanía en el tiempo; para muchos españoles corresponde a la época de nuestros padres o abuelos.
El férreo control sobre la moralidad pública a cargo de la Iglesia católica provocó repetidas situaciones de hipócrita ‘doble moral’
El Régimen, tras la victoria de los aliados, había tratado de borrar sus estéticas de posguerra influidas por los ‘nazi-fascismos’ reemplazándolas por otras nuevas en clave de catolicidad. La Iglesia tuvo el absoluto control sobre la moralidad pública con la aquiescencia del poder político, que la mayor parte de las ocasiones seguía sus dictados. El Congreso Eucarístico de Barcelona de 1952 constituyó el acto de masas más importante de esa época, bajo una confusión entre los mensajes religiosos y políticos. Mientras, los Congresos de la Moral en Playas y Piscinas impusieron un estricto código en la manera de vestir, obligando a policías y guardias civiles a perseguir a quienes usaran biquiini o slip, y a la censura a actuar contra escotes, besos y efusiones. La carencia de libertad religiosa fue el principal motivo de discordancia de las presidencias de Truman y Eisenhower contra Franco; hasta que el Vaticano II aprobó lo que los obispos españoles venían negando.

Los años 50, tras los acuerdos para las bases del 53 –que no fueron un tratado sino un simple ‘pacto’ al no poder ser rubricado por en el Senado norteamericano dadas las reticencias ante el franquismo de un sector de la opinión pública de ese país, pese al clima de guerra fría– y el Concordato con el Vaticano que concedía a Franco un derecho el control sobre el nombramiento de prelados a cambio de importantes prebendas a la Iglesia– aseguraron la continuidad del régimen, más seguro que nunca, y ahora vinculado por la puerta de atrás a Occidente. Gracias a su marchamo ‘católico y anticomunista’ el franquismo sobrevivió en un marco internacional caracterizado por los enfrentamientos de la Guerra Fría. Con la llegada de los americanos lo hacían sus productos más representativos, como las bebidas de cola, que a partir de 1954 se empezaron a fabricar en España, y especialmente sus estrellas de Hollywood. Como Ava Garder, Lana Turner, y el inicio de los rodajes de películas en nuestro país, entre ellas ‘Alejandro el Magno’, ‘Orgullo y pasión’ o ‘Espartaco’, como prólogo al desembarco en 1959 de Samuel Bronston. Bajo un criterio de ingeniería financiera: ante la dificultad de repatriar a sus países los beneficios de las grandes compañías, especialmente americanas, esas plusvalías generadas en España podían servir para costear equipamientos para los militares de las bases, o para rodar grandes superproducciones. En una época donde todo estaba bajo control, Bronston llegó a Carrero Blanco a través de altos militares americanos (y del productor Cesáreo González), para desarrollar sus ambiciosos planes.
Las mujeres necesitaban el permiso escrito del marido para trabajar, abrir una cuenta, firmar un contrato o sacar el pasaporte
Del ‘biscúter’ al 600
Por primera vez en esa década se fabricaban automóviles en España, con el efímero sueño del ‘biscúter’, un rudimentario vehículo sin marcha atrás, desplazado con rapidez por la aparición del 600. Y ello pese a que las condiciones de vida de la población no eran fáciles; para aliviar la falta de empleo, a finales de la década se daba vía libre a la inmigración hacia Europa. Aunque no siempre se trataba de emigrantes en contingentes organizados: muchos de nuestros compatriotas debían arriesgarse a sobrevivir ‘sin papeles’ o a buscarse la vida. En aquellas sociedad de los 50 el fútbol constituyó uno de los focos de atención pública, gracias a figuras como Di Stéfano, Kubala o Puskas, y a los triunfos del Real Madrid y Barcelona, frente al sacrificio y el esfuerzo de un Federico Martín Bahamontes, representante a pesar suyo de una ‘España del hambre’, o la autodisciplina y el rigor de Joaquín Blume. Fue la gran época de la radio-espectáculo, con programas como ‘Cabalgata Fin de Semana’, de Bobby Deglané, o de seriales como ‘Ama Rosa’, capaz de detener la circulación a la hora en que se emitían. Y también de nuevas estrellas, de Sara Montiel a Joselito. El tiempo en el que a partir de 1956 comienzan las emisiones de TVE, pero donde durante varios años el parque de aparatos de televisión no superó los 3.000 en la totalidad del país.

En una época donde la prensa no podía hablar de muchos temas, y se racionaban las noticias de sucesos. Dos de ellas, el atraco a la Joyería Aldao en la Gran Vía de Madrid y los crímenes de Jarabo, focalizaron la atención pública, con la irrupción de ‘El Caso’, que alcanzó tiradas millonarias. A la vez, el tiempo en que estaba prohibido hablar de separaciones, noviazgos extraconyugales o de hijos naturales, bajo un severo criterio de rígida moralidad pública, lo que daba lugar a que, pese a la prohibición, corrieran rumores sobre rupturas o amoríos. Tanto como el consumo de cocaína, bajo un criterio clasista de ‘ignorar aquello que no era público’ beneficiando a los ambientes de élite social a los que se permitían muchas cosas.
En el terreno de la política, 1956 produjo la primera revuelta estudiantil con la rebelión de los ‘hijos del Régimen’, y algunos de los sobrevivientes nos pueden contar hoy singulares testimonios sobre ese momento, mientras la elevada inflación y alto coste de la vida producían las primeras huelgas reprimidas con energía. Una época en la que tenía lugar la guerra de Ifni, un conflicto donde pudieron morir unos 300 españoles, cuyos términos fueron ocultados por la censura de tal manera que sólo se pudo ofrecer una versión incompleta y distorsionada y en la que Estados Unidos no permitió a España el uso del armamento más moderno para salvaguardar sus buenas relaciones con Marruecos.
Tiempo de grandes catástrofes empezando por los accidentes ferroviarios, la rotura de presas como Rivadelago en la comarca de Sanabria, con unos 150 muertos. O las inundaciones de Valencia que cambiaron la vida y la propia configuración de la capital del Turia, y donde, por muy extravagante y extraño que hoy nos pueda parecer, no acudió personalmente Franco; aunque mantenía desde El Pardo un cerrado control sobre todos los aspectos de la vida pública.

El análisis de estos hechos se cierra con la breve (y en muchos casos ignorada y sorprendente) visita de Eisenhower de diciembre de 1959, menos de veinticuatro horas en Madrid, en lo que constituyó la ‘foto exterior más importante’ del franquismo, y que hoy, gracias a los archivos desclasificados, nos permite conocer un increíble trasfondo. Han pasado seis décadas de esos hechos que aquí se tratan de interpretar no sólo desde la superestructura, sino de la cercanía de quienes los vivieron. Con especial atención a las mujeres, que, de principio a fin, se convierten en el hilo conductor. Podemos reconstruir esos hechos no sólo desde los datos de las investigaciones contemporáneas, sino a través de los perfiles de sus anónimos protagonistas, en las más variadas situaciones y lugares. Dentro de un mosaico en el que la historia más rigurosa se entrelaza con el pequeño detalle de la vida cotidiana.