Ignacio Vasallo
Los medios de comunicación han destacado el crecimiento del partido de extrema derecha Demócratas de Suecia (DS) hasta convertirse en el segundo más votado y el primero de la llamada coalición burguesa, desplazando al Partido Moderado, tradicionalmente conservador, asociado a la patronal y miembro del Partido Popular Europeo. La derecha ha conseguido 176 escaños frente a 173 de la izquierda en las recientes elecciones del país nórdico.
La primera ministra socialdemócrata, Magdalena Andersson, la personalidad política más popular del país, presentó inmediatamente su dimisión, obligando a los ganadores a mover ficha. Como viene ocurriendo desde 1917, su partido fue el más votado con casi un tercio del sufragio y un crecimiento del 2% sobre los resultados de 2018. Sólo ellos y el DS, en menor medida, aumentaron sus porcentajes. Los verdes se mantuvieron y los demás perdieron. La participación fue superior al 84%, como allí es habitual.
El DS exige un papel importante en la formación del gobierno, pero los cuatro partidos de la derecha parecen aceptar que el candidato a primer ministro sea el líder conservador, el gran perdedor de estas elecciones, Ulf Kristersson, un político sin carisma y de complexión menuda de antiguo gimnasta, a quien le gustaría gobernar con los democristianos y el apoyo externo del DS y los liberales. No es seguro que consiga sus objetivos.
Los medios, en general, se han llevado las manos a la cabeza recordando el origen neonazi de los DS indicando que empieza una era de populismo nacionalista que ha tenido su siguiente parada en Italia.
Cuando el DS consiguió un humilde puñado de diputados, en 2012, el parlamentarismo los aisló del poder con un ”cordón sanitario” mientras los partidos de la derecha iban aceptando su retórica y su visión del mundo.
Por eso llama la atención que medios liberales (The Economist ) o el tabloide de Estocolmo Expressen –aunque en este caso el sensacionalismo predomina– nos tengan que recordar cómo funciona la democracia.
En este vespertino, el segundo periódico más vendido de Suecia, el crítico cultural Jens Lilystrand publicó al día siguiente de las elecciones y antes del recuento final, un artículo que debería ser de lectura obligada para los que deseen conocer mejor la vida política sueca.
Empieza señalando que siente vergüenza, dando por supuesto el crecimiento del DS y la victoria de las derechas, pero que los resultados abren una posibilidad de un futuro mejor.
Desde 2010 estaba en marcha un ambicioso plan para encapsular la política sueca. Cuando el DS consiguió un humilde puñado de diputados, en 2012, el parlamentarismo los aisló del poder con un ”cordón sanitario” mientras los partidos de la derecha iban aceptando su retórica y su visión del mundo.
“Pero ya sabíamos lo que iba a ocurrir y ahora hay que ver cómo conseguimos que la situación no empeore.”
Sería suficiente con recordar lo que ocurrió en Noruega, donde los de la extrema derecha llegaron al 23% de los votos, para quedarse en la mitad el año pasado tras haber pasado por el gobierno. O en Dinamarca, donde cayeron del 21% en 2015 al 8,5% en 2019 habiéndose negado a entrar en el suyo, para influir desde fuera.
Ahora toda la derecha tiene que tomar decisiones y ninguna de ellas carece de riesgos. El DS sólo tiene dos opciones: la noruega o la danesa. O entra en el gobierno, si le dejan, o no entra.
A la izquierda hay que preguntarle si no ha sido lógico despedir a un gobierno ineficaz y que gobernaba con presupuestos propuestos por la derecha con el único objeto de impedir la llegada al poder de DS.
Hace ya ocho años que Stefan Löfven accedió al poder sin tener un mandato para ejecutar su programa. Los problemas se estaban guardando en el armario del futuro mientras aumentaba la polarización.
Y continúa Lilystrand: “¿Cree alguien que la derecha iba a ejercer una oposición más sensata en las próximas elecciones del 26, cuando un conservador menos oportunista, sustituyera a Kristersson? ¿O quizás confiáramos en que los del DS se declararan perdedores y se fueran a casa?”.
Es posible que ésta haya sido la última oportunidad para que una mayoría” burguesa” (moderados, liberales y democristianos) acceda al poder antes de que el trumpismo se adueñe de los moderados y los cristianos y los arrastre al terreno del DS.
Los resultados son malos, pero no son una catástrofe. Como siempre ocurre, la oculta realidad siempre termina saliendo a la luz.