M. C.
La Convergència que dejó en herencia Jordi Pujol ha sufrido un proceso de centrifugación tal que corre el riesgo de concurrir a las próximas elecciones catalanas en tres candidaturas. De un lado, la resistencia de los dirigentes del PDeCAT a disolverse en la Crida acerca la ruptura entre los herederos de la Convergència clásica y el puigdemontismo. Del otro, la élite posconvergente más pragmática presenta en sociedad este fin de semana el Partido Nacionalista Catalán, émulo sin disimulo de su homólogo vasco. De fondo, el ‘affaire Borràs’, un nuevo agravio entre JxCat y ERC que ha dado otra vuelta de tuerca al deterioro de las relaciones en el seno del Govern.
Este fin de semana se suma un nuevo actor a la interminable reorganización del espacio político posconvergente: el Partido Nacionalista Catalán. Inscrito en la Transición, las siglas del PNC han estado inactivas hasta que ha decidido recurrir a ellas parte del antiguo núcleo dirigente de la última Convergència, el encabezado por Marta Pascal y el que fuera el portavoz de la formación en el Congreso, Carles Campuzano.
Pascal sólo consiguió ganarle un pulso a Carles Puigdemont, el de la moción de censura a Mariano Rajoy, moviéndose con habilidad para esquivar la oposición de Waterloo a secundarla. Puigdemont y su núcleo duro se cobraron venganza en la asamblea que el PDeCAT celebró en julio de 2018. Pascal terminó fuera de la dirección, en la que desembarcaron un buen número de fieles a Puigdemont, con la diputada Míriam Nogueras a la cabeza.

Pascal, Campuzano y algún otro histórico defenestrado por el puigdemonismo, como Jordi Xuclà, empezaron a salir del ostracismo político en agosto del año pasado, cuando se constituyó, en el Monasterio de Poblet, ‘El País de demà’, una plataforma cívica en la que hay personas procedentes de la antigua Convergència, sí, pero también del PSC, junto a académicos y empresarios. No hay que perder de vista el simbolismo que para el nacionalismo catalán tiene Poblet, entre otras cosas, porque allí se custodia el archivo de Josep Tarradellas, el hombre que personificó la recuperación de la autonomía tras el final de la dictadura.
En torno a este grupo de Poblet, como se les ha conocido, se articula el nuevo Partido Nacionalista Catalán, que se presenta como representante de un «soberanismo pragmático» que quiere abarcar desde el centroizquierda al centroderecha, y que quiere apostar por el diálogo y el acuerdo para resolver el conflicto catalán y mejorar el autogobierno. Además de definir a Cataluña como una nación que tiene derecho a decidir, el PNC considera la independencia una opción legítima que se debe ejercer «a través de mecanismos legales, acordados, y sobre todo sin ningún tipo de improvisación ni de falsas esperanzas que llevan a futuras frustraciones». “Escocia es el camino a seguir”, afirman en su manifiesto.
Divorcio a la vista en JxCat
Mientras, el PDeCAT y el puigdemontismo, articulado en torno a la Crida, sigue debatiendo qué hacer, cómo concurrir a las elecciones. Los líderes de la Crida, como su presidente, Jordi Sànchez, que está participando activamente en los contactos desde la prisión, quieren que el PDeCAT se disuelva en una nueva estructura. El objetivo es evitar que el nuevo artefacto político sea la enésima refundación de Convergència, poniendo un punto y aparte con la peor herencia de Jordi Pujol y Artur Mas. Sin embargo, buena parte de la dirección del PDeCAT, con su presidente, David Bonvehí, a la cabeza, quieren integrarse en una estructura más amplia –que podría ser JxCat, que de momento sólo ha funcionado como marca electoral–, pero sin finiquitar el PDeCAT. Bonvehí está respaldado por los numerosos alcaldes del PDeCAT por todo el territorio catalán, que no quieren prescindir de las estructuras de una organización muy arraigada y asentada, en beneficio de un grupo sin pedigrí convergente.
La dirección del PDeCAT no quiere prescindir de las estructuras de su organización y rendirse a la opa que pretende lanzarle el puigdemontismo, articulado en torno a la Crida
El jueves, Sànchez concedía una entrevista a RAC 1 en la que subrayaba que la idea es impulsar una organización que sume personas, no partidos, siglas ni entidades, por lo que ha advertido de que «no será la refundación de nada». Inhabilitado para cargo público, Sànchez no ha descartado optar a liderar la nueva formación señalaba: “soy optimista, quien quiera, estará. Sin vetos ni cuotas». Pero el optimismo de Sànchez no termina de espantar el fantasma de la escisión, que sigue presente después de muchos meses sin fumata blanca en las conversaciones.
La posición de Bonvehí no es unánime ni mucho menos entre la dirección y la militancia del PDeCAT, que tiene a Nogueras como representante de los partidarios de llevar al partido hacia la disolución en la Crida. Los exconsellers Jordi Turull y Josep Rull están más próximos a estas posiciones, como algún miembro del Govern, como es el caso de Damià Calvet o Meritxell Budó.
El tiempo se les empieza a agotar a los integrantes de JxCat para decidir qué camino quieren tomar. La inhabilitación de Quim Torra se espera para septiembre y, a partir de ese momento, el Parlament tendrá dos meses para nombrar un nuevo president. Si no lo hay, se convocarán elecciones. No es probable que el independentismo consiga ponerse de acuerdo para elegir al sucesor de Torra a la vista del divorcio creciente entre JxCat y ERC, agravado por el proceso abierto en el Supremo contra la portavoz de los primeros en el Congreso, Laura Borràs.
A Borràs se la acusa, durante su etapa al frente de la Institució de les Lletres Catalanes, de habérselas ingeniado para favorecer a su amigo Isaías Herrero con contratos que, en total, le reportaron casi 260.000 euros entre enero de 2013 y enero de 2018. Unos contratos divididos que como mucho alcanzaban los 18.000 euros cada uno, evitando así la obligación de concederlos mediante concurso público. Los dirigentes republicanos han querido poner tierra de por medio y no han participado en la votación que permitirá al Supremo juzgar a Borràs, como tampoco lo he hecho la CUP ni EH Bildu. JxCat sólo ha contado con el apoyo del PNV en su voto negativo al suplicatorio.