¡Vaya gente! / Mara del Prado
Como dice Hola, que Nicolas Sarkozy haya sido declarado culpable de corrupción y tráfico de influencias no es para tanto. La revista titula la noticia de “’dulce’ condena” porque, aunque la pena es de tres años de prisión, el expresidente francés está exento de cumplir dos años en la cárcel porque no tiene antecedentes penales y el otro año lo puede cumplir “en forma de detención domiciliaria”, de modo que le bastará con llevar un brazalete electrónico para estar controlado en todo momento y evitar el riesgo de fuga.
A alguna persona le entrarán escalofríos sólo de pensar en otro año de confinamiento, pero a la publicación no le parece que el expolítico galo vaya a atravesar un episodio de ansiedad por verse encerrado entre cuatro paredes y contactando a través de Zoom con el mundo exterior.
Lo de la “’dulce’ condena” es por la mansión que su mujer, la cantante y exmodelo, Carla Bruni, posee en el barrio parisino de Villa Montmorency, un palacete del siglo XIX valorado en tres millones de euros y ubicado en un barrio privado en el que han vivido el escritor Víctor Hugo o los actores Gérard Depardieu e Isabelle Adjani.
Pero, de momento, no sufre más restricciones que las impuestas por la pandemia sanitaria a toda la ciudadanía francesa -salvo cuando se toma un respiro en el Madrid sin fronteras de Isabel Díaz Ayuso-. Mientras su defensa apele y se revise la sentencia, y eso puede tardar años, continuará en la libertad que le procuran las ‘ataduras’ de su matrimonio. Porque, como recuerda Hola, Bruni dijo hace unos meses: “Pensaba que el matrimonio era una prisión, pero te da alas”. ¿Será la estrofa de una nueva canción inspirada por el ‘rebelde’ de ‘Sarko’?
A estas alturas de la película va a resultar que la plebeya Letizia, la que tanto ha tenido que aguantar a los monárquicos de cuna y alcurnia desde que apareciera en la vida de don Felipe, es un ejemplo de dignidad institucional para la realeza española. Empezando por su suegro Juan Carlos I, expatriado por fraude fiscal y otras presuntas irregularidades objeto de investigación en el Tribunal Supremo, y continuando por sus cuñadas las infantas Elena y Cristina, que han puesto la puntilla a un año de fatiga pandémica saltándose el turno de vacunación haciendo uso de sus privilegios en Abu Dabi.
Vestida con el sobrio estilo working woman que la acompaña desde que el Covid atravesara nuestras vidas, la reina acudía a la conmemoración del Día Mundial de las Enfermedades Raras para valorar a las personas afectadas como un ejemplo de valor y fuerza en medio de la pandemia sanitaria y su empeño por buscar recursos para investigación hasta “debajo de las piedras”.
Un día antes y en su despacho del Palacio de La Zarzuela, un espacio minimalista con amplias ventanas al jardín donde ya la habíamos visto celebrar reuniones telemáticas, presidía el acto de proclamación del Premio Fundación Princesa de Girona en la categoría de Artes y Letras, que este año ha recaído en la poetisa y activista de la cultura rural, María Sánchez Rodríguez. Desde allí moderó un encuentro con un grupo de premiados de ediciones anteriores, como la cantante Soleá Morente o el pintor Hugo Fontela. Y lo hizo tirando de expertise de la antigua periodista que fue, con tono, dicción y presencia de Telediario. Entonces era una profesional de la televisión. Ahora debe ser la profesional que, de forma imperiosa e inaplazable, necesita a su lado el jefe del Estado.