
El Acento/ Inmaculada Sánchez
Este 8 de Marzo llega con los rescoldos aún humeantes del primer incendio en el Gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos. Ambos partidos, pese a ser uno el ‘padre’ de las cuotas femeninas en nuestro país y de la Ley contra la Violencia de Género, y el otro el que ha llegado hasta a cambiar su nombre para impulsar el femenino genérico en el lenguaje, están siendo incapaces de ir de la mano en una lucha en la que, a priori, no deberían tener posiciones enfrentadas.
Sin embargo, además de la inevitable batalla por el liderazgo dentro de un Gobierno de varios socios y de los celos por quién lleva más alta la bandera de las mujeres, ha sido el agitado debate dentro del movimiento feminista el que ha estallado en el Consejo de Ministros y Ministras.

Feminismo “transversal”, feminismo “clásico”, feminismo “queer”… Y también feminismo “marciano”, “transfóbico” o “terf”… hasta pretende ser feminismo el “amazónico” de Cayetana Álvarez de Toledo. Demasiados apellidos para un 8-M que llega inesperadamente dividido cuando más daño hace
“Menos mal que tengo excusa para no ir”, asegura en privado el líder de una organización de izquierdas que otros 8-M no ha faltado a la masiva manifestación de Madrid, consciente de que en la marcha de este domingo se hará visible una división del feminismo que, hasta el año pasado, se mantenía larvado en los cenáculos de sus élites dirigentes. La cercanía al poder y su capacidad para legislar, de la mano del Ejecutivo Sánchez-Iglesias, parece haber ejercido de desafortunado catalizador para sacar a la luz las discrepancias.
La profundidad del debate exigiría muchas más explicaciones de las que puede ofrecer un artículo periodístico pero se está visibilizando, y lamentablemente simplificando, en la variedad de adjetivos con los que las feministas de las diferentes posiciones se apellidan a sí mismas o apellidan a las demás.
Las feministas “clásicas”, más asentadas en el PSOE y a las que no gusta que se las denomine así –“como si fuéramos antiguas, y no es cierto”, señalan- , se definen como el feminismo “serio”, frente al que descalifican como feminismo “marciano”.
Estas “marcianas”, por su parte, son las que abogan por un feminismo más diverso e incluyente en su lucha emancipadora, incorporando al universo LGTBIQ, y más acorde a los tiempos de ampliación de derechos que debe abanderar un país como el nuestro, explican. Orgullosamente autodenominado feminismo “trans” y con órbita alrededor de Unidas Podemos, descalifica a quien lo sitúa en Marte como un feminismo transfóbico o “TERF”, por sus siglas en inglés.
Apellidos al margen, tras ellos se ubican posiciones políticas tan enfrentadas como para, por ejemplo, abogar por regular o, por el contrario, prohibir la prostitución o los vientres de alquiler. Asuntos nada menores para las mujeres ni para una sociedad que persiga la igualdad.
Quizá sea demasiado pedir a este frágil Gobierno que sea capaz de dar una respuesta rápida, unitaria y eficaz a tan complejo debate, pero, al menos, que no permita a la derecha camuflarse en esta marejada de apellidos feministas tras su tan querido (y vacío) “transversal”, o el “amazónico” que acaba de darnos a conocer su portavoz en el Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo, y en el que se teoriza un auténtico negacionismo del propio feminismo.
Periodista y directora de El Siglo desde 2011, revista que contribuye a fundar, en 1991, formando parte de su primer equipo como jefa de la sección de Nacional. Anteriormente trabajó en las revistas Cambio 16 y El Nuevo Lunes y en la Cadena Ser. Actualmente también participa asiduamente en diferentes tertulias políticas de TVE y de Telemadrid.