¡Vaya gente! / Mara del Prado
Abandonaron el Reino Unido sin el supuesto amparo económico de la Familia Real británica dispuestos a hacer las Américas por todo lo alto y no sólo lo consiguieron, callándonos la boca a quienes dudamos de su capacidad para mantener el tren de vida de una estrella de Hollywood sin un trabajo conocido; han tardado menos de un año en firmar sendos contratos millonarios con Spotify y Netflix y un par de semanas en convertirse en los reyes de la televisión. La estadounidense y la de medio mundo.
Primero salieron a calentar con la amable y divertida aparición de Harry en el programa de su amigo James Corden. Fue ahí donde el público picó el anzuelo antes de que Oprah Winfrey tirara del sedal y se llevase consigo el gran botín. Nada menos que 17,1 millones de espectadores siguieron la entrevista a los duques de Sussex en la CBS con la afamada periodista y productora, que vive mansión con mansión de la pareja en Montecito (California).
Sólo la Super Bowl supera el récord de audiencia, todo un reconocimiento de los americanos hacia sus nuevos vecinos angelinos. Nada que ver con la reacción de los británicos. O mejor dicho de la prensa británica, que ha volcado descalificaciones superlativas contra la pareja en sus amarillentas portadas.
Sobre todo hacia Meghan Markle, quien le contó a su amiga -y han escuchado millones de personas en todo el mundo- que se sintió tan desprotegida por la Familia Real cuando los tabloides se ensañaron contra ella que llegó a tener pensamientos suicidas y que fue objeto de debate lo oscura que fuera a tener la piel el hijo que esperaba.
Coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer, la los tabloides atacaban con saña a la duquesa de Sussex por revelar experiencias traumáticas como éstas. En el Palacio de Buckingham guardaban silencio mientras Carlos de Inglaterra acudía a un centro de vacunación rodeado de hombres y mujeres negros en un gesto que a nadie ha resultado casual.
Porque no quisieron acusar con nombre y orden sucesorio a las personas preocupadas con el grado de negritud de Archie, pero sí aclararon que formaban parte de la Familia Real y no eran ni el duque de Edimburgo ni Isabel II, la única por cierto que se salva de los reproches de la americana y de su propio nieto.
A pesar del cariño con el que hablaron de la soberana, la bomba que los duques lanzaron sobre su coronada cabeza ha tenido tal alcance que ha impactado en la clase política. En el Reino Unido, el Partido Laborista quiere investigar las acusaciones de racimo en el seno de la monarquía británica. En Estados Unidos, la secretaria de prensa de Casa Blanca, Jen Psaki, ha elogiado el «coraje» de Meghan por hablar de sus problemas de salud mental.
Con un comunicado oficial en nombre de Isabel II hablando de una «familia entristecida» por las «desafiantes» y «preocupantes» acusaciones de racismo que analizarán «en privado» y sin que el premier, Boris Johnson, haya adoptado de momento una postura sobre la mayor crisis de la institución, el marcador va 2 a 1 a favor de los duques de Sussex. Pero aún queda mucho partido. Y la pelota está ahora en el campo de los Windsor.