Virginia Miranda.
Albert Rivera no pasó por La Moncloa pero quiere ser el ‘jarrón chino’ de Ciudadanos, como lo es José María Aznar para el PP y Felipe González para el PSOE. En plena tensión política por la negociación de los Presupuestos, los líderes de antaño estallan sin paños calientes renegando de sus sucesores. La excepción son José Luis Rodríguez Zapatero, que ha optado por conciliar, y Mariano Rajoy, que con la que está cayendo en la Audiencia Nacional prefiere guardar silencio.
Sólo Albert Rivera piensa que reúne las condiciones para ser un ‘jarrón chino’ en política, expresión acuñada por Felipe González para referirse a los expresidentes del Gobierno que, como él, son valiosos pero nadie sabe qué hacer con ellos.
El catalán lo dio por hecho en la rueda de prensa del 11 de noviembre de 2019, cuando anunció que abandonaba la presidencia de Ciudadanos tras perder 47 diputados prometiendo no ser un ‘jarrón chino’, volvía a hacerlo en la presentación de sus memorias el pasado septiembre renovando su compromiso y lo demostraba hace tan sólo unos días.
Esta vez, rompiendo su promesa un año y un día después de pronunciarla en rueda de prensa. Aprovechando un acto con directivos y ejecutivos en Aragón y sin mencionarlo, Rivera se refirió al partido en manos ahora de Inés Arrimadas y su papel en la negociación presupuestaria en términos muy duros. Llegando tan lejos como el ‘jarrón chino’ más insigne. “Uno puede ser flexible, laxo, puede tener cintura pero uno tiene que tener dignidad”, dijo, y añadió: “menos mal que dimití, porque si tengo que aguantar todo esto, es que tengo que ir escoltado pero frente a mis votantes”.
Rivera se ha colado en el grupo de González, azote de Zapatero y Sánchez, y de Aznar, que fue demoledor con Rajoy y empieza a enviar recados a Casado
Porque, con el tiempo, el ‘jarrón chino’ se ha convertido en ese elemento chillón que desentona en el conjunto decorativo y ha perdido valor, pero sirve para que las visitas critiquen a los anfitriones.
Acaba de pasarle a Rivera, aunque el mejor ejemplo sigue siendo Felipe González, que no se cansó de atacar a José Luis Rodríguez Zapatero y ahora se está empleando a fondo con Pedro Sánchez.
En un reciente foro organizado por el diario Expansión, el exsecretario general del PSOE dudó sobre el estado de alarma porque las competencias del Gobierno no son delegables a las comunidades autónomas. Incluso estuvo bromeando sobre la cogobernanza que tantos problemas políticos y sanitarios está provocando en el Gobierno.
En el mismo encuentro celebrado a finales de octubre calificaba el anteproyecto de Presupuestos de «disparate». «Tienen que hacer borrón y cuenta nueva», aseveró González. Según su «impresión», la «discusión» entre PSOE y Unidas Podemos se ha centrado «en cómo se cumplía el acuerdo de gobierno» previo al Covid y «nadie debería pensar que, después de la irrupción de la pandemia, el escenario que se encontraba era el que ya tenía previsto en sus respuestas y soluciones antes» de ella.
El otro ‘outsider’
Si se da por bueno a Albert Rivera como ‘jarrón chino’, Alfonso Guerra también merece un lugar de honor en el exclusivo grupo de ‘antecesores disidentes’. Acabó liderando una corriente crítica frente a González, pero el secretario de Organización y el secretario general del PSOE, el vicepresidente y el presidente del Gobierno, volvieron a confluir cuando ya no podían disputarse el poder.

José Luis Rodríguez Zapatero sufrió las embestidas que le propinaba Guerra desde la presidencia de la Comisión Constitucional del Congreso donde le colocó. Pero aquello no fue nada comparado con la que acaba de recibir Pedro Sánchez.
Cuando el hoy líder socialista presentó una moción de censura contra Mariano Rajoy, «hubiera preferido que Rajoy dimitiera y gobernara el PP», decía el otrora todopoderoso número dos del PSOE en una entrevista en La Hora de la 1 el pasado lunes. La ley Celaá y el acuerdo «despreciable» con Bildu parecen ser el motivo de este desgarro. «Es absurdo el tema de la Educación con la lengua catalana en Cataluña”, dijo, asegurando por otra parte que “hay muchos españoles y muchos socialistas que tienen un nudo en la garganta. Que están deseando gritarlo. ¡Con Bildu no!”.
Mientras González y Guerra se dejan caer por foros y televisiones, su eco reverbera en las palabras de antiguos colaboradores como el exdirigente socialista en Euskadi y presidente de la asociación ‘La España que Reúne’, Nicolás Redondo. «Cuando el Gobierno requiere la ayuda de Otegi para seguir gobernando, abjura de todo compromiso ético y nos devuelve a la España negra», sostiene en un comunicado.
Precisamente él y otros antiguos dirigentes del PSOE como el propio Guerra, José Luis Corcuera, Paco Vázquez o Juan Carlos Rodríguez Ibarra estarían tratando de poner en marcha una plataforma cívica para disputarle a Sánchez el monopolio de la socialdemocracia y reivindicar «la Constitución y los valores de la Transición», asegura Voz Populi, que también señala a Felipe González como pieza clave del grupo.
Vuelta a las andadas
Con José María Aznar parecía que el efecto del ‘jarrón chino’ empezó y terminó con Mariano Rajoy. Sin embargo, el expresidente del PP ha dejado de ser complaciente con el hoy líder conservador, que tras ganar en las primarias a Soraya Sáenz de Santamaría le rescató del rincón de FAES y que ahora quiere independizarse.
Entre decir en 2015 que “si alguna vez me tiene que renovar alguien, que sea Pablo Casado” a afirmar ahora que «ganarse los galones es responsabilidad de cada uno» apenas ha mediado un pequeño pero significativo contratiempo entre padre y ahijado político, el cese de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz del grupo parlamentario popular en el Congreso.
No sólo porque el aznarismo dejaba de ostentar uno de los puestos más importantes y estratégicos de la formación. También, y sobre todo, porque el mero hecho de hacerlo se había convertido en todo un símbolo. Sin efectos en el fondo del discurso popular, sin apenas trascendencia en las formas, pero ha sido un gesto de autoridad por parte de Casado del que aún está por ver el alcance de la respuesta de Aznar.
Los discretos
Al menos, a Sánchez y a Casado no se les acumulan los ‘jarrones chinos’ en la repisa del despacho. José Luis Rodríguez Zapatero, tras haber apoyado a Susana Díaz, es ahora defensor del Gobierno de PSOE y Unidas Podemos -«decían que no era posible la coalición, pero se ha hecho y funciona»- y de sus medidas. «Lo lógico es que la mayoría de la investidura sea la de los Presupuestos», contestaba el pasado lunes en Al rojo vivo de La Sexta preguntado por la controversia que genera la negociación con Bildu.
Zapatero defiende el Gobierno de coalición de Sánchez tras haber apoyado a Susana Díaz en primarias y Rajoy calla por convicción y por necesidad
Tuvo incluso respuesta sobre la aparente contradicción del presidente, que en 2015 dijo que no pactaría con la formación abertzale. «La formación de Gobierno es algo distinto a los Presupuestos», precisó como haría alguien al frente de la portavocía de Moncloa.
Mientras, Mariano Rajoy ha optado por guardar silencio. Por convicción y por necesidad. Su dimisión como presidente del PP fue la retirada más auténtica que conoce la política española. Y aunque tenía opinión, no dijo ni una palabra en las inminentes primarias que sucedieron su precipitado adiós a pesar de tener una clara favorita.
Su intervención pública más reciente fue en septiembre, en el Foro La Toja Vínculo Atlántico que dirige su amiga y exsecretaria de Estado de Comunicación, Carmen Martínez Castro, pero no hubo ningún recado para su sucesor. Salvo eso y el comunicado donde se daba por exonerado en la sentencia del Tribunal Supremo que confirma la condena de la Audiencia Nacional al PP por la responsabilidad civil a título lucrativo en el caso Gürtel, no se le ha oído hablar en público.
Otro caso, el de la operación kitchen, cerca a alguno de los más estrechos colaboradores de Rajoy y su nombre ha aparecido en la investigación. También se complica la pieza de los papeles de Bárcenas desde que la mujer del extesorero del partido ingresara en prisión y sus abogados decidieran reunirse con la Fiscalía.
Moviéndose entre la convicción y la prudencia, el expresidente conservador ha optado por no ser un ‘jarrón chino’. Al menos, él lo sabe bien, no hay nadie deseando abandonarle en el desván de la historia.