Felipe VI cumple el 19 de junio ocho años en el trono. Ocho años en los que un caso de corrupción, un cuñado en la cárcel, un discurso pasado de revoluciones, una pelea familiar a las puertas de una catedral, partidos republicanos, un padre investigado o un soberano corte de mangas a su autoridad han acabado por quitarle las ganas de celebrar aniversarios. Su proclamación vino precedida de tantos escándalos que se comprometió a alumbrar “una monarquía renovada para un tiempo nuevo”. Pero las crisis de índole personal, político e institucional han multiplicado los frentes y desbordado su capacidad de reacción. Una capacidad limitada y deliberadamente restringida con la colaboración de los partidos mayoritarios que, ante el miedo de ‘democratizar’ en exceso la Corona, están dejando que pierda lustre.
“La Corona debe buscar la cercanía con los ciudadanos, saber ganarse continuamente su aprecio, su respeto y su confianza; y para ello, velar por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente”, dijo Felipe VI en la sesión solemne de su proclamación.
Se celebró el 14 de junio de 2014, ante las Cortes Generales y en presencia de la reina Sofía y la infanta Elena. No estaban la infanta Cristina, pendiente de saber si acabaría sentándose en el banquillo por su posible responsabilidad en el caso Nóos, ni Juan Carlos I, que abdicaba días atrás para tratar de preservar a la monarquía del proceso judicial que investigaba a su yerno Urdangarin por corrupción y de una inoportuna cacería en Botsuana en plena crisis económica acompañado por una mujer que entonces se llamaba Corinna zu Sayn-Wittgenstein.
Cuando pronunció su discurso, el flamante rey podría pensar que no sería fácil cumplir su propósito. Pero no llegó a imaginar que, ocho años después, la realidad lo haría saltar por los aires y acabaría desdiciéndose de algunas de sus afirmaciones, como cuando hizo un guiño a los nacionalistas presentes en el Hemiciclo –acudieron el lehendakari Iñigo Urkullu y el president Artur Mas– diciendo que “unidad no es uniformidad” y que diferentes sentimientos y sensibilidades “deben convivir”, o cuando manifestó un deseo que no acaba de confirmar, asegurando que se sentía “orgulloso de los españoles y nada me honraría más que, con mi trabajo y esfuerzo diario, los españoles pudieran sentirse orgullosos de su nuevo rey”.
Hace ocho años se comprometió a preservar el prestigio de la Corona
A día de hoy, el CIS sigue sin preguntar a la ciudadanía sobre la Corona y Felipe VI sólo puede fiarse de lo que dicen las encuestas realizadas por casas demoscópicas que, en general, arrojan una valoración moderadamente positiva. A punto de conocer las que harán públicas con motivo de su octavo aniversario al frente de la jefatura del Estado y tomando como referencia las conocidas hace un año, la del instituto IMOP Insights para Vanitatis le daba una nota media de 6,4 puntos –sobre 10– y casi la mitad, un 49,5 por ciento, aprobaban su gestión de la monarquía. Más generosa era la de Metroscopia; el 66% consideraba que el monarca había actuado hasta entonces de forma adecuada.
A falta de un resultado más entusiasta para una institución para la que la popularidad lo es casi todo cabe recordar que, año tras año, Felipe VI ha tenido algún fuego que apagar y no siempre ha estado en su mano lograrlo. Alguno, incluso, se encargó él solo de prenderlo y aún sigue ardiendo.
Cuatro años de ‘martirio’
Cuando don Felipe fue proclamado rey, quedaba poco para conocer el auto del juez José Castro, donde podría volver a ser imputada su hermana Cristina y donde, con toda probabilidad, lo sería su cuñado, Iñaki Urdangarin. Finalmente, en enero de 2015 y antes de que se cumpliera el primer aniversario del reinado de su hermano, la infanta recurría la apertura de juicio oral que el instructor decretó en diciembre contra ella por dos presuntos delitos fiscales.
En marzo de 2016, año II de Felipe II, la hija de Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia se sentaba en el banquillo en calidad de cooperadora necesaria de su marido, principal acusado del caso Nóos. Ella, que sólo contestó a preguntas de su defensa y se dijo desconocedora de las prácticas de su entonces marido, fue condenada en febrero de 2017 –año III del reinado– a pagar una multa de 265.088 euros por su responsabilidad civil a título lucrativo de forma conjunta y solidaria con Urdangarin. Él, a seis años y tres meses de prisión por prevaricación, malversación, fraude, tráfico de influencia y dos delitos fiscales.
El 12 de junio de 2018 –finales del año IV–, el Tribunal Supremo rebajaba la pena a cinco años y diez meses de cárcel y el cuñado del rey ingresaba en el centro penitenciario de Brieva (Ávila) el día 18, la víspera del cuarto aniversario de la proclamación de Felipe VI.
La primera mitad de su reinado estuvo marcada por la evolución de un proceso judicial hasta entonces inédito, con su hermana declarando ante el tribunal de la Audiencia de Palma y el padre de cuatro de sus sobrinos entre rejas condenado por seis delitos de corrupción.
El 3-O
Tras el discurso del 3-O persiste el boicot a los Premios Princesa de Girona
Juan Carlos I abdicó para salvar a la Corona, pero condenó a Felipe VI a soportar el desgaste de una herencia envenenada. La del “martirio” del caso Nóos –así lo llamó el entonces jefe de la Casa Real, Rafael Spottorno– y la del calvario del emérito. Los dos grandes ausentes de la foto de la proclamación acabaron siendo los principales responsables de que la imagen del monarca se haya visto tan comprometida que el CIS no se atreve a publicar encuestas sobre la jefatura del Estado.
Aunque, además del juicio y la condena y antes de que el emérito volviera a entrar en escena con su incesante goteo de escándalos, hay que recordar que el monarca se ha visto envuelto en otras polémicas que aún hoy hacen mella en su reinado.
Dos días después de la consulta ilegal del 1-O convocada por Carles Puigdemont, Felipe VI se asomaba a las televisiones de todo el país –año IV del reinado– y, sin concesiones a la convivencia y la diversidad presentes hasta entonces en sus discursos en Cataluña y en catalán, se dirigía en castellano a los responsables de una “situación de extrema gravedad” y apelaba al papel del Estado para “asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones”.
Sus palabras provocaron la felicitación del PP, la sorpresa del PSOE y la condena de las fuerzas secesionistas y de izquierda republicana, un precedente que ha determinado su relación con los partidos políticos, con el Gobierno de la Generalitat y con el resto de Administraciones catalanas; días después de su discurso del 3-O, el Ayuntamiento de Girona le declaraba persona non grata y, desde entonces, la entrega de los Premios Princesa de Girona perdió su ubicación habitual en el auditorio de la ciudad y ha estado peregrinando por otras localizaciones. La próxima edición –recién iniciado el año IX de Felipe VI– será en Barcelona y ya ha caldeado el ambiente independentista llamando al boicot.
Y después llegó el calvario
Hay que remontarse al año V para advertir el primer síntoma de que la relación entre el rey y su padre empezaba a desmoronarse. Concretamente, a mayo de 2019, cuando el emérito anuncia que no participará en más actos oficiales a partir del 2 de junio, coincidiendo con el quinto aniversario de su abdicación. Hubo que esperar casi un año para saber qué había detrás de una decisión que pareció partir del exmonarca.
En marzo de 2020 comenzó el principio del fin del crédito institucional que le quedaba a Juan Carlos I; poco después de que Pedro Sánchez decretara el estado de alarma, El País reveló la existencia de dos fundaciones con sendas cuentas en bancos suizos, relacionadas con lo que la fiscalía helvética investigaba entonces como una presunta comisión a Juan Carlos I por la construcción del Ave a la Meca.
El juicio al emérito en Londres marcará el año IX del reinado de Felipe VI
La información remitía a una noticia del diario británico The Telegraph, donde se informaba que Felipe VI figuraba como segundo beneficiario de una de las fundaciones. La reacción del rey, coincidiendo con el estallido de la pandemia, fue la retirada de la asignación del emérito con cargo a los presupuestos de la Casa Real y la renuncia del monarca a su herencia. Sin embargo no pudo evitar que, días después y con todo el país confinado en casa, una cacerolada resonara en las calles de algunas ciudades españolas –sobre todo, en Cataluña– contra la monarquía.
Después llegó la explicación de lo ocurrido un año atrás; los abogados de Corinna Larsen habían comunicado a Zarzuela que Felipe VI era beneficiario de una sociedad offshore de su padre. Era marzo de 2019, dos meses antes del anuncio de la retirada del emérito de la vida pública.
El resto de adversidades, correspondientes a los años VI, VII y VIII, siguen un hilo argumental que llega a nuestros días: las tres investigaciones de la Fiscalía del Tribunal Supremo por los 100 millones de dólares saudíes, las tarjetas black y la cuenta en el paraíso fiscal de Jersey; el exilio en Abu Dabi; las regularizaciones ante el fisco; el archivo de las causas por presuntos delitos fiscales y blanqueo de dinero por razones de forma; y el provocador regreso a España de Juan Carlos I, desafiando la autoridad del rey sobre el resto de miembros de la Familia Real con un viaje de regatas y mariscadas que contravenía sus deseos de discreción y privacidad.
Las perspectivas del monarca para los próximos años no son muy halagüeñas. No sólo porque un juez pueda sentar en el banquillo a su padre y, en el peor de los casos, condenarle por acoso a una examante. Felipe VI ha de resolver el regreso del emérito a España antes de que su salud acabe por deteriorarse y, cuando llegue la hora, ha de decidir cómo ha de ser un funeral que, por exceso o por defecto, no gustará a casi nadie. También ha de aprender a sortear los halagos excluyentes de la derecha y a sobrellevar la petición de cuentas de la izquierda republicana. Y, en el camino, confiar en que la princesa Leonor no tenga que expiar los pecados de su abuelo que él mismo no haya podido purgar.
‘Los odiosos ocho’ primeros años del reinado de Felipe VI llegan a su fin, pero su infortunio no ha acabado. Suerte Majestad, la va a necesitar en sus próximos aniversarios.
La familia rota, gracias

En abril de 2018, año IV de Su Majestad el Rey, la imagen de unidad de la Familia Real quedaría seriamente comprometida. Su tradicional posado tras la Misa de Pascua en la catedral de Palma de Mallorca reveló, mejor que ninguna otra confidencia filtrada hasta la fecha, que la relación entre reyes y reinas, suegros y nuera, no es ni mucho menos idílica.
El video donde se ve a doña Letizia pasear delante de la emérita Sofía para evitar que los fotógrafos la retrataran con sus nietas, Leonor y Sofía, a la princesa zafándose del abrazo de su abuela, al rey Felipe tratando de reconvenir a su esposa y a Juan Carlos de Borbón dirigiéndose con gesto serio a su hijo, fueron diseccionadas durante días en la crónica social y en la prensa de información general y, en ningún caso, la reina salía bien parada.
El mejor apoyo y refuerzo institucional del jefe del Estado había tenido un gesto cruel con la persona más popular de la Familia Real, un error que se trató de subsanar con paseos de las dos reinas y las niñas por las calles de la capital mallorquina y con escenas de la princesa cogiendo de la mano a doña Sofía –el desaire de la joven es el único borrón en su impecable expediente de heredera–, posados que subrayan la percepción de las grietas que atraviesan la imagen de los Borbones.
A ello también han contribuido las revelaciones, incluidas las de un exdirector del CNI, sobre las amantes del emérito. Muy particularmente, sobre Corinna –ahora– Larsen. A ella entregó el exmonarca 100 millones de dólares saudíes que después le reclamó. Por eso, un juez de Londres pretende juzgar al exmonarca español, por un delito de acoso a su expareja para tratar de recuperar el dinero que, según ella, fue un regalo. Pero este capítulo no se resolverá hasta el año IX del reinado de Felipe VI.