
Sin Maldad / José García Abad
Ya está aquí Juan Carlos I, de visita. Lo habían pedido, pero con residencia definitiva, con distinta intención e intensidad, cuatro de los cinco presidentes vivos del gobierno de la nación, cuando el Emérito lleva tres años de exilio económico en Abu Dabi, capital de los Emiratos Árabes Unidos, adonde piensa trasladar sus cuentas fiscales, al refugio de una Hacienda amiga.
Todos lo pidieron menos el presidente vigente, Pedro Sánchez, quien no compartió el poder con Juan Carlos I, y que ahora, de común acuerdo con el Hijo, el rey vigente, prefirió que su augusto padre abandonara por el momento España, en beneficio de la monarquía parlamentaria.

En realidad, la compensación por los servicios prestados es la coartada habitual para las corrupciones de tantos cargos políticos de uno u otro partido. Es la explicación de la que se sirvió Marta Ferrusola, la esposa de Jordi Pujol, para justificar los contratos que ella consiguió por ser quien era y los ingresos espurios captados por su esposo. Y es la justificación que el propio monarca enarboló cuando se negó a aceptar la norma que preparaba el gobierno de Felipe González que prohibía la recepción de regalos por los altos cargos del Estado.
El más vehemente y el de más extensos argumentarios para el regreso del hijo pródigo ha sido Mariano Rajoy, mitad con Juan Carlos I y mitad con Felipe VI, quien sostiene en su libro ‘Política para adultos’: “Puede que el de Don Juan Carlos sea uno de los casos más injustos a los que hemos asistido en los últimos años, entre otras razones porque, sin haber sido acusado judicialmente de nada, se ha visto obligado a abandonar su país a una edad avanzada. Yo sigo sin entender a qué responde ese alejamiento ni qué ventajas aporta al conjunto de la sociedad. Desde un punto de vista puramente personal, creo que debería poder disfrutar de los últimos años de su vida en el país al que tanto sirvió. El día que se comunicó su salida de España, a principios de agosto del año 2020, tuve la oportunidad de hablar con él. A mí me había sorprendido muchísimo la noticia y quise interesarme personalmente por su situación. Le encontré como siempre, animoso, aunque dolido. Me explicó lo mismo que trasladó en su comunicado al conjunto de la sociedad: que se iba de España porque consideraba que era la mejor manera de ayudar a su hijo y evitarle problemas. Le dije que lo sentía mucho y desde luego, si todavía hubiera estado al frente del Gobierno, le hubiera desaconsejado rotundamente dejar el país. Don Juan Carlos me explicó que su decisión era temporal, que él creía que en unos meses la situación se habría calmado y podría regresar pronto a España”
Aznar, el más frío
El más frío ha sido José María Aznar, el único que no se había molestado en exceso en disimular que sabía de sus delitos, más allá de la presunción de inocencia y que el Rey sabía que lo sabía, lo que explica en parte el mal trato que aplicó durante su mandato el jefe del Ejecutivo al jefe del Estado.
“La ley está para cumplirla”, aseguró en el programa Lo de Évole de La Sexta. “Con la ley no se puede jugar”, añadió, advirtiendo que las sociedades “se rompen” y “terminan” cuando se “deslegitiman las instituciones”. “Si el que representa a la institución –agregó– no cree en la institución, ¿por qué la van a creer los demás? Si no la representa adecuadamente, ¿por qué se va a pedir respeto a los demás?”
Con Pedro J., ante una pregunta concreta sobre si sabía o no del comportamiento de Don Juan Carlos se salió por la tangente, una tangente acusadora: “A mí lo que me interesa es la continuidad de la Corona y de la Constitución y eso es lo que hay que fortalecer”.
Zapatero: “Eso lo llevaba Rubalcaba”
José Luis Rodríguez Zapatero, como todos los del club de los presidentes, no podía dejar de saberlo, pero lo negó en declaraciones a La Sexta: “En absoluto, no tuve ningún indicio de las posibles irregularidades del rey emérito”. Transfirió la culpa al muerto: “Eso lo llevaba Rubalcaba”, dijo a la Prensa y se quedó tan ancho.
Zapatero se amparó para no ir más lejos en la Ley de Secretos Oficiales y afirmó que “los servicios secretos están para proteger a las instituciones y hacen su tarea bien, siempre dentro de la ley”.
Y sobre el monarca: «Nos debe una explicación, pero como país debemos superarlo (…) El rey emérito debería hacer una comparecencia pública para explicar todo lo que ha ocurrido”.
«Yo –resaltó–, tenía gran confianza en el rey emérito. Siempre ayudando y apoyando”. Reconocía que se portó bien con él como presidente del Gobierno, especialmente en la cuestión etarra. «Nunca conocí algunas de las situaciones que luego se han ido conocido», destacó, añadiendo que tampoco conoció a Corinna, aunque sí le informaron de que «se había producido alguna situación».
Felipe y la parábola de las mochilas
Felipe González, presidente del Gobierno 14 años, buen amigo de Don Juan Carlos y quien mejor conocía sus debilidades, maestro en salir de los pasos comprometidos, desplegando su virtuosismo en el arte de solemnizar lo obvio, se amparó en el gran principio democrático de la presunción de inocencia que nadie discute.
Pero fue más allá al parafrasear, sin citarlo explícitamente, dejando en el aire de forma que los presentes recordaran el Evangelio sobre el anatema de Jesús: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Lo que sí citó explícitamente fue una parábola sobre las “mochilas de ambos”.
Éstas fueron sus palabras:: “Quiero que vuelva ya y que se respete su presunción de inocencia. Son anticonstitucionalistas los que no le aplican la presunción de inocencia. No se valora su legado y todos los que hemos ejercido responsabilidades llevamos mochila”.
Los presidentes del Gobierno, los presidentes del Rey, no podían desconocer las andanzas del monarca, pues para eso contaban con los jefes de los servicios de espionaje, entre los que se distinguió Emilio Alonso Manglano, quien ocupó también durante 14 años (de 1981 a 1995) la dirección del Centro Superior de Información de la Defensa.
“Eso de la ejemplaridad es una chorrada”
Juan Carlos tenía el asunto de sus negocietes muy racionalizado, como cuando le confesó a un asesor de mucha confianza: “Eso de la ejemplaridad es una chorrada. Es imposible ejercerla en estos tiempos en que todo se sabe, así que yo me dedico a ser ejemplar con mis viajes, ayudando a los empresarios en sus negocios y demás…” Un servicio valioso que sería más ejemplar si él no se lo hubiera cobrado con la percepción de comisiones.
Un personaje importante en el gobierno de la nación me reconocía que sí, el Rey cobraba, pero también cobraban otros personajes del máximo nivel de los que no se ha sabido nada y que no fueron tan efectivos al servicio público como Don Juan Carlos.
En realidad, la compensación por los servicios prestados es la coartada habitual para las corrupciones de tantos cargos políticos de uno u otro partido. Es la explicación de la que se sirvió Marta Ferrusola, la esposa de Jordi Pujol, para justificar los contratos que ella consiguió por ser quien era y los ingresos espurios captados por su esposo. Y es la justificación que el propio monarca enarboló cuando se negó a aceptar la norma que preparaba el gobierno de Felipe González que prohibía la recepción de regalos por los altos cargos del Estado.
En el fondo, tanto el Rey como la Reina estaban convencidos de que se lo merecían en razón de los servicios prestados al país. Juan Carlos, blindado constitucionalmente y con una prensa comprensiva, se fue animando en sus negocietes ilegales actuando cada vez con mayor descaro.
Lleva ejerciendo la profesión de periodista desde hace más de medio siglo. Ha trabajado en prensa, radio y televisión y ha sido presidente de la Asociación de Periodistas Económicos por tres periodos. Es fundador y presidente del Grupo Nuevo Lunes, que edita los semanarios El Nuevo Lunes, de economía y negocios y El Siglo, de información general.