El cambio estético de Pablo Iglesias tiene tantas lecturas como se quiera. El exvicepresidente segundo del Gobierno “renuncia a su cola de caballo, un símbolo político durante sus años de actividad pública”, explica Pedro Vallín en ‘La Vanguardia’, el periodista y el medio elegidos por el que fuera líder de Podemos para anunciar que ya no es ‘el coletas’ con unas imágenes incontestables tomadas por Dani Gago, fotógrafo de la formación morada.
El periodista habla de metáfora, dice que se ha cortado la coleta “en sentido figurado y en sentido literal”. Su salida de la política institucional y orgánica “ha venido acompañada de un ritual casi ancestral”, un cambio de imagen con el que emprenderá su regreso a la actividad docente y al periodismo crítico anunciado por el propio fundador del partido presente en el Gobierno de coalición.
Iglesias, que llevaba coleta desde los quince años e irrumpía en la política cargado de energía y vocación rebelde diciendo que la luciría mientras la alopecia se lo permitiera, ya se había cansado de ella. Si por él hubiera sido, le habría metido un tijeretazo hace un año. Pero sus asesores se lo desaconsejaron; aquél era un símbolo de su irrupción en las instituciones y no era el momento de prescindir de él. Por eso lo del moño, que tampoco era mal alegoría sobre la fortaleza y resistencia de los guerreros samuráis.
El 4 de mayo fue un mal día para Pablo Iglesias, el resultado de Unidas Podemos y, sobre todo, el de la derecha, le dejaron fuera de combate. ‘Al menos podré cortarme el pelo’, pensaría para relativizar en medio del drama. Y se lo ha cortado. Como metáfora y porque sí.
Pero porque sí no parece ser una opción. Por eso lo de las distintas lecturas. También entre sus haters, que no se han roto la cabeza para hacer referencias taurinas y bíblicas -cómo no- y convertir a su heroína, Isabel Díaz Ayuso, en la Dalila que arrebata su fuerza a Sansón.
A él ya poco le importa; el ruido durará unos días y él pasará el verano más fresquito con su nuevo look.