
Belén Hoyo
El populismo no es más que una forma de hacer política cuyo principal objetivo es encandilar al pueblo con acciones simples pero imposibles, mentiras cubiertas de una pequeña dosis de realismo político propio y grandes y duras palabras vacías de contenido. Es una forma de hacer política vacía de ideología, de ahí que podamos hablar de populismos en cualquier espectro ideológico, principalmente en los polos extremos opuestos que, como tradicionalmente se ha dicho, se atraen.
Una atracción necesaria para subsistir. Una retroalimentación que agranda la bestia haciendo un llamamiento a los sentimientos de la gente, a la necesidad, a la división, al alboroto, al enemigo creado. En definitiva, una política que atenta contra los cimientos del liberalismo clásico y sus principios fundamentales que, al fin y al cabo, son los que se recogen en nuestra Constitución y en las leyes de las naciones democráticas más antiguas y respetadas.

El virus populista que inoculó Podemos al sistema político español aprovechando la crisis económica ha traspasado siglas y se ha ido contagiando. Un contagio que empezó hace un año cuando se formó el primer gobierno de coalición
Desde la política real no se puede agrandar la brecha de una crisis de representación alimentada por aquellos que dicen servir al pueblo cuando en realidad son ellos los que se sirven del propio pueblo a través de los mecanismos de representación, ya sea un escaño en el Congreso o un Ministerio que gobiernos atrás era una simple Dirección General. El populismo toma raíces muy fácilmente cuando está dentro de las instituciones y eso constituye una verdadera amenaza para los sistemas democráticos.
Hemos visto cómo palabras que están repletas de odio cuando son pronunciadas por un presidente acaban llevando a que un energúmeno vestido de chamán indio asalte el lugar más sagrado para la democracia estadounidense como es el Capitolio. Hemos visto cómo tras el “apreteu, apreteu”, centenares de personas asaltaban infraestructuras, cortaban vías de comunicación o restringían las libertades de los ciudadanos de Cataluña mientras los populistas seguían vertiendo exabruptos en direcciones tan opuestas, pero a la vez tan encontradas, que acababan por converger tanto en la forma como en el fondo.
Parece que algunos pretendan convertir las democracias en una especie de competencia de populistas para ver quién obtiene el primer puesto o gana el premio gordo, véase el Gobierno. Y, por desgracia, en esto España no es una excepción. El virus populista que inoculó Podemos al sistema político español aprovechando la crisis económica ha traspasado siglas y se ha ido contagiando. Un contagio que empezó hace un año cuando se formó el primer gobierno de coalición. Las siglas del PSOE han quedado corroídas –parece que no absorbidas– por el populismo de Podemos y Pedro Sánchez lo ha consentido con su beneplácito sonriente.
Pero esto no queda ahí. No sólo de Podemos vive el populismo. ¿Qué necesita Podemos para afianzarse en sus actuaciones? ¿Cuál es el mejor argumento para que Iglesias y sus amigos defiendan la necesidad de un partido tan rancio ideológicamente como Podemos? Un enemigo convergente en el otro extremo del arco parlamentario que se encuentre en el mismo escalón populista que ellos, pero en la escalera de al lado. De ahí que el virus populista haya tomado forma política en algunos de los postulados de Vox, véase la fallida moción de censura o ciertas propuestas que no se fundamentan en otro manual ideológico más allá que el del populista. Populismo de almas gemelas.
Más allá de nuestras fronteras encontramos ejemplos de populismos en los cuatro años del gobierno Trump, en el Brexit, en la Venezuela de Maduro, el México de López Obrador o la Argentina de Kirchner. El populismo es sinónimo de ruina. Ruina política, social, económica e intelectual. E igual se representa en lazos amarillos, en asaltos a Parlamentos, en muros que separen, en carnés de la patria o en las cien mil ocurrencias que pueda tener un outsider profesional.
Desde aquí quiero hacer un llamamiento a la política real. Aquella que soluciona crisis, crea empleo, ayuda a los que lo necesitan y respeta los derechos individuales. El centro es la solución. Sólo con sentido común, verdad y trabajo seremos capaces de superar crisis como a la que nos estamos enfrentando. Vayamos a ello.
Diputada del Partido Popular por Valencia desde la X legislatura y actual coordinadora de Comisiones del Grupo Popular en el Congreso. Es Licenciada en Derecho, Ciencias Políticas y de la Administración y Estudios en Humanidades. Actualmente es Portavoz de la Comisión de Asuntos Exteriores, Vocal de la Comisión de Interior, Vocal de la Comisión de Educación y Deporte, Adscrita de la Comisión de Energía, Turismo y Agenda Digital, Adscrita de la Comisión Mixta Control Parlamentario de la Corporación RTVE y sus Sociedades. También es miembro Suplente de la Delegación española en la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, Vicesecretaria de Organización Nacional de Nuevas Generaciones del Partido Popular y Coordinadora General del Partido Popular de la Provincia de Valencia.