
- El Acento/ Inmaculada Sánchez.
Alberto Núñez Feijóo, ha empezado a desgranar las decisiones que se esconden tras su máxima de ‘derogar el sanchismo’ en una entrevista a Carlos Alsina en Onda Cero esta semana. Y, entre ellas, se encuentra eliminar el Ministerio de Igualdad. El departamento estrella de Unidas Podemos, dirigido por Irene Montero, ha sido desde el momento en que fue creado objeto de desprecio y virulentos ataques desde la derecha política y mediática. Sus continuas embestidas no pretenden, supuestamente, ir contra ‘la igualdad’, sino contra el ‘gasto innecesario’ que conllevan sus cargos, su estructura y sus prescindibles iniciativas. Y, por supuesto, contra sus ‘frívolas’ responsables.
La estructura de un gobierno y las diferentes carteras que lo conforman, en efecto, dice mucho de sus objetivos. Es por eso que el de Igualdad debía tener categoría de ministerio y no de simple dirección general, como pretende reubicarlo Feijóo si llega a gobernar, en el primer Ejecutivo de coalición progresista de nuestra historia reciente. Podrán discutirse los aciertos o errores de la ministra Montero, sus iniciativas legislativas, su capacidad de gestión y ejecución de las mismas pero la decisión política de que la agenda feminista tenga quien la ponga cada semana encima de la mesa del Consejo de Ministros tiene un alcance que supera al organigrama administrativo.

Contar con un ministerio de Igualdad como el que dirige Irene Montero, supone, al margen de las leyes o normas que promueva, que la agenda feminista tiene quien la defienda cada semana en el Consejo de Ministros y ello tiene un alcance político que supera al organigrama administrativo
Me lo comentaba hace años la primera ministra de Igualdad de nuestro país, la joven Bibiana Aído, cuando José Luis Rodríguez Zapatero osó elevar a categoría de ministerio las políticas igualitarias dentro de su Ejecutivo. «No se trata sólo de las normas, leyes o campañas que podamos impulsar desde el ministerio, sino de que en el Consejo de Ministros haya quien ponga en cuestión todo lo que no camine en el objetivo de la igualdad: si no eres ministra, no tienes la información ni la autoridad para hablar con el presidente de tú a tú ni para que tus propios compañeros de partido te hagan caso», solía explicar Aído.
Cuando Mariano Rajoy ganó las siguientes elecciones, eliminó el Ministerio de Igualdad y recortó los fondos dedicados a luchar contra la violencia de género. Ninguno de sus ministros tenía motivo propio para pelear por ellos dentro del Gabinete. Si la cartera hubiera seguido existiendo, un mínimo instinto de supervivencia política habría llevado a su titular a batallar por ellos. No todos los ministros pesan igual pero quien no lo es ni siquiera cuenta en la balanza.
Los protocolos del Estado nos ilustran claramente sobre qué ministros importan más y menos. El orden en que deben ser nombrados y ubicados está claramente estipulado por la antigüedad en que fueron creados los respectivos departamentos. Así, los cinco primeros se repiten invariablemente desde hace décadas: Asuntos Exteriores, Justicia, Defensa, Hacienda e Interior. Afortunadamente, se han ido abriendo paso otros como Transición Ecológica o Cultura. Los nombres, también importan. Por su parte, Igualdad está, dentro de la jerarquía administrativa del actual Gabinete, el tercero en la cola sólo por delante de Consumo y Universidades. Al menos, ya no es el último, como en tiempos de Aído.
Justo ahora que asistimos a la peligrosa expansión de mensajes negacionistas sobre la violencia machista con el aliento de Vox, un partido que aspira a ser decisivo para la formación del próximo gobierno, que ya es socio de los de Feijóo en Castilla y León y lo va a ser en muchos más ejecutivos autonómicos y locales en cuanto se fragüen los pactos post-28M es cuando más necesario resulta tener un Ministerio de Igualdad. El objetivo no es «ser ministro, aunque sea de Marina», como bromeaba la nomenclatura del franquismo en su época cada vez que se oían campanas de crisis desde El Pardo, sino de ser el ariete del gobierno contra la desigualdad, aunque para ello haya que ser ministro.
Periodista y directora de ‘El Siglo’ desde 2011, revista que contribuye a fundar, en 1991, formando parte de su primer equipo como jefa de la sección de Nacional. Anteriormente trabajó en las revistas ‘Cambio 16’ y ‘El Nuevo Lunes’ y en la Cadena Ser. Actualmente también participa asiduamente en diferentes tertulias políticas de TVE y de Telemadrid