
Sin Maldad / José García Abad.
A toro pasado es fácil profetizar que la decisión de Sánchez de ir a nuevas elecciones no ha sido un buen negocio. Incluso podría decirse que ha amasado un pan con unas hostias. Es, desde luego, un mal negocio sin paliativos para la salud democrática de este país por la tremenda ascensión de Vox, saludado con euforia por toda la extrema derecha europea.
La píldora más amarga ha sido el triunfo de Vox, que representa, más que una involución hacia el Movimiento Nacional de Franco, una contrarrevolución especialmente peligrosa en lo que se refiere a la causa feminista, para lo que cuenta con el apoyo de gente que mira con alivio a un partido fuerte que asume los valores machistas de toda la vida.

Si no imposible, más problemático sería un acuerdo con el Partido Popular.
Pablo Casado se arriesgaría a perder su primacía en la derecha en beneficio de Vox
Tampoco ha sido un buen negocio por las ganancias de los nacionalistas y la práctica desaparición de Ciudadanos, que no ha tenido tiempo de arrepentirse del abandono del centro.
No ha sido tampoco un buen negocio para el PSOE, aunque la caída podía haber sido mayor. Sigue siendo la fuerza más votada lo que le da a Sánchez la iniciativa política.
Para seguir residiendo en La Moncloa tendrá que saltar de la habilidad a la magia. Necesitaría, como Fausto y como Churchill, un pacto con el diablo. Frankestein se le queda corto.
Con un Ciudadanos triturado, por debajo de Esquerra, y con la goleada de Vox elevado a la tercera potencia, resulta inútil una coalición con el primero, la santa coalición reclamada por el mundo empresarial, y si no imposible más problemático, un acuerdo con el Partido Popular, que se arriesgaría a perder su primacía en la derecha en beneficio de Vox, que ya se flota las manos porque ha conseguido un ‘sorpasso’ ideológico.
No obstante, es de justicia reconocer que Pedro Sánchez no tuvo más remedio que optar por nuevas elecciones tras sus infructuosos intentos para evitarlas, por imperativo ético, por no tragar con lo intragable aunque me temo que ahora tendrá que tragar productos aún más indigestos. Asumió riesgos para él, para la izquierda y para el país y los riesgos se han convertido en hechos probando una vez más que las elecciones las carga el diablo, con el que ahora tendrá que negociar. Era fácil predecir cierta abstención de simpatizantes, algo que no suele ocurrir con la gente de derechas, cuyo objetivo supremo es, simple y llanamente, que no gobiernen las izquierdas.
El pueblo ha hablado, palabra de Dios que no ha seguido las indicaciones de Tezanos. No lo ha hundido como hiciera con Casado en los comicios de abril y ahora con Rivera pero le ha dado un toquecillo de advertencia, aunque no le ha negado su plato de lentejas, la primacía en la cosecha de votos. Los electores han partido prácticamente por la mitad el Parlamento, entre izquierdas y derechas, con ligera ventaja de las primeras.
Podemos dar por descartada la posibilidad de una llamada a las urnas que agravaría el desafecto de la ciudadanía respecto a sus representantes y constituiría un atentado de lesa democracia. Se impone, pues, un pacto, el acuerdo más difícil desde las primeras elecciones democráticas que dieron lugar a la Constitución que, a pesar de que desde 1978 son muchas las cosas que han cambiado en este país, es la más duradera de la historia de España.
Los constituyentes del ‘78 renunciaron a lo que proclamaban irrenunciable y acordaron unas reglas razonables para una convivencia más justa, después de una terrible guerra civil y una dictadura ominosa.
Ahora Sánchez tiene la responsabilidad histórica de conseguir un pacto parlamentario inclusivo, para lo que tendrá que hilar muy fino. Es muy difícil conseguirlo, sobre todo por el emponzoñamiento de la cuestión catalana, el gran problema para la convivencia en Cataluña y en el resto de España. Creo que cuenta con un amplio consenso de que merece la pena esforzarse en conseguirlo.
Su nueva victoria electoral lo obliga a enhebrar ese acuerdo que no sólo le permita continuar en La Moncloa, sino también gobernar, para lo que precisa un pacto leal del espectro más amplio posible.