Alfonso Vázquez Atochero
La teoría general de sistemas es quizás el modelo más neutral para explicar fenómenos en diferentes escalas. Sirve para comprender desde los modelos subatómicos hasta los movimientos estelares. ¿Cómo no podría aplicarse para comprender los fenómenos humanos? A fin de cuentas somos personas que nos relacionamos e interrelacionamos, lo que viene a ser una red de nodos de diferente intensidad en contacto por un sistema de enlaces que comunica a los nodos entre sí. Evidentemente hay nodos más influyentes que otros, y enlaces con más o menos consistencia.
Así, si la idea de los seis grados de separación soñada por Frigyes Karinthy y recuperada por Duncan Watts, se convierte en una hermosa utopía más allá del segundo grado. Tras el espejismo de autocomplacencia que nos pueda ofrecer el conocer a alguien que conoce a alguien que… y más lejos de los amigos de mis amigos son mis amigos, las redes de proximidad siguen mandando, independientemente de que un supernodo nos ponga a dos grados de un millón de personas.
En cualquier caso, las tecnologías digitales de la comunicación cambiaron, sin posibilidad de vuelta atrás excepto debacle planetaria, la forma de relacionarse. Con la trivialización de Internet y el uso de los dispositivos móviles como elementos de comunicación subsidiarios las sociedades y las formas de comunicación sufrieron una profunda transformación que sin duda marcó y condicionó las formas de comunicarse y de pensar.
Las agrupaciones políticas, consecuentes del alcance no quisieron dejar de lado esta revolución, y en los primeros años del siglo comenzaron ocupar los espacios digitales. No era extraño que partidos políticos tuvieran sus perfiles en aquellas primeras redes sociales, boceto de lo que hoy conocemos y vivimos. Como los escenarios virtuales comenzaron a tener adeptos, otros agentes sociales no podían quedarse fuera y así las empresas y agrupaciones políticas también entraron en el ciberespacio.
Desde ese anticipo de metaverso que se adelantó a su tiempo que es Second Life, hasta cuentas en blog, Twitter o Facebook. Era importante estar presente y parecer cercano. Hacer lo que se hacía en campaña electoral pero ahora también durante el resto de la legislatura. Al igual que la manera de relación con el votante cambió, esta tendencia inundó al marketing de cualquier tipo de empresa. Eran los tiempos 2.0 que resucitaban aquella hermosa idea del consumidor-productor, el ’prosumidor’ de Alvin Toffler.
«Estábamos entrando en la era del capitalismo de vigilancia, paradigma en el que unas pocas empresas de grandes dimensiones podían almacenar y procesar datos masivos de millones de usuarios»
La blogosfera, de moda en la primera década del siglo XXI, se convirtió en un hervidero de participación ciudadana, lo que hizo que algunos programas políticos en torno al año 2010 agradecieran a los blogueros haber participado en los debates con las personalidades por su contribución. A fin de cuentas, la red era un medio económico para absorber ideas anónimas. Después de ello vino el sueño de las asambleas ciudadanas y la horizontalidad que proponía la «nueva política». Comenzaron a imponerse los lenguajes multimodales y había un escenario híbrido virtual-físico que se complementaba. El escenario digital era cada vez más complejo y complicado pero más poderoso a la hora de modificar opiniones. El blog perdía fuelle, pero Facebook, Twitter, o Instagram para edades tempranas, tomaron el relevo y copaban el mercado del bit.
No quedaron exentos de polémicas casos como el escándalo Cambridge Analytica, que fue el más mediático, pero que no dejaba de ser uno más. Estábamos entrando en la era del capitalismo de vigilancia, paradigma en el que unas pocas empresas de grandes dimensiones podían almacenar y procesar datos masivos de millones de usuarios.
Y en éstas nos vemos, con una inteligencia cibernética capaz de perfilar personalidades para manipular las emociones de los usuarios a través de sus vulnerabilidades psicológicas. Como lo describen Ernesto Calvo y Natalia Aruguete en su libro ‘Fake news, trolls y otros encantos’, las redes sociales han dejado de ser ese ingenuo espejismo de libertad para convertirse en un voraz escenario en el que todo vale con tal de imponer la razón y manipular en beneficio propio. Un ingente ejército de ‘bots’, ‘haters’ (o ‘lovers’) trabaja para crear contenidos manipulados capaces de bendecir o flagelar hasta el exterminio a personas, guerras o crisis sociales.
Doctor en Comunicación audiovisual. Profesor de la Universidad de Extremadura