Alfonso Vázquez Atochero
¿Es cierto, como decía Martin Hilbert, que Facebook nos conoce mejor que nosotros mismos con analizar 250 ‘likes’? Los ‘smartphones’ actúan como una caja negra que registran nuestro historial de visitas e interacciones en el mundo digital pero también nuestros movimientos en el mundo convencional. A veces esta información se puede tratar para facilitar nuestra vida y la de aquellos que nos rodean, como los cálculos sobre trayectos que realiza Google Maps. Tratando de manera anónima los datos de navegación recibidos desde millones de teléfonos, la potente aplicación nos calcula los mejores itinerarios y nos muestra con asombrosa precisión los tiempos que tardaremos en realizarlos. El cálculo no se hace en base a una ecuación física que relacione tiempo y espacio, que sería tremendamente eficaz en condiciones de laboratorio pero bastante imprecisa en desplazamientos por la vía pública.
En este escenario es un algoritmo quien compara el desplazamiento de los dispositivos móviles que están cerca de la persona que hace la consulta. Es decir, Google Maps recoge los datos de todos los dispositivos móviles en nuestro entorno que tienen un desplazamiento similar al nuestro y nos da un cálculo bastante aproximado en base a los desplazamientos que se están haciendo en tiempo real y aquellos idénticos al nuestro y que han sido realizados previamente. Tan sencillo como aterrador: el Big Brother o Hall 9000 en su máxima expresión.
Los algoritmos que hacen minería de datos en el ‘big data’ sabrán quiénes somos, a dónde vamos y de dónde venimos
Con solo portar el móvil durante todo el día estamos transmitiendo una importante información que queda registrada ‘sine die’ y que una vez analizada pertinentemente permite monitorizar nuestros patrones de movimientos, los lugares donde pasamos más tiempo y aquellos en los que solemos repetir visitas. Si además de pasear el móvil lo utilizamos, como hace la mayoría de usuarios, para buscar cualquier contenido, consultar una información, leer noticias o intentar adquirir un objeto, estaremos ofreciendo gratuitamente un análisis completo de nuestra personalidad. Los algoritmos que hacen minería de datos en el ‘big data’ sabrán quiénes somos, a dónde vamos y de dónde venimos. Conocerán nuestros colores favoritos, nuestra música preferida, las películas que leemos y los libros que leemos. Conocerán a nuestras familias y amigos. Sabrán si tenemos una intención de voto más o menos clara o estamos en duda; sabrán qué queremos comprar y qué pueden vendernos.
Nuestro hedonismo digital será nuestra pérdida y a cambio de un servicio supuestamente gratuito entregaremos la más profunda esencia de nuestro ser. Google nos vigila y registra nuestras pesquisas digitales; y no sólo digitales, pues nuestro teléfono móvil es un su perfecto espía. Facebook recoge nuestras interacciones, nuestros gustos y nuestras tendencias, sin necesidad de espía, ya que el usuario regala este proceso a ritmo de ‘likes’ y ‘dislikes’. En ambos casos una estructura piramidal invertida dirigida por corporaciones mastodónticas que deja caer su peso sobre el usuario afectado, como un Gran Hermano que vigila qué hacemos al tiempo que sutilmente nos va sugiriendo qué hacer.
Con toda esta información en su poder, Google –o Facebook en menor medida– nos muestra el mundo que queremos, el mundo por el que estamos interesados. Una burbuja individual para cada uno de nosotros. Una burbuja comercial en las que se nos ofrece un universo de productos que no sabíamos que existen pero que pueden llegar a resultar interesantes. Y una vez cómodamente instalados en este plácido paraíso digital podemos ser fácilmente condicionados a votar a un candidato determinado, a comprar una marca determinada o apoyar o rechazar una demanda social determinada. Sin duda, si no somos críticos con la información que nos ofrece nuestra pantalla, nos encontraremos ante un futuro distópico en el que la libertad individual habrá desaparecido, dejando vía libre a una sociedad de control encubierto. Habremos hecho realidad ese sueño que los gobiernos gestaron tras la Segunda Guerra Mundial y que tan buenos resultados ha ido dando hasta ahora aplicando la colonización débil o gestión del pensamiento a través de mensajes difundidos por los medios masivos de manipulación. Sí, no lo olviden, Google nos ofrece nuestra pequeña burbuja de datos, la reinterpretación de la zona de confort en tiempos digitales –nuestro ‘small world’– , precisamente haciendo minería en la ‘big data’.
Antropólogo y doctor en Comunicación Audiovisual (UEx). Máster en Dirección Estratégica y Gestión de la Innovación (UAB). Profesor de la Universidad de Extremadura y en UNADE. Investigador en Nodo educativo.
Autor de Ciberantropología. Cultura 2.0 (UOC, 2008), texto pionero en lengua española en su campo, analiza diversos aspectos de la sociedad red: relaciones sapiens-máquina, dependencias, imagen y comunicación en entornos digitales y educación. www.alfonsovazquez.com @alfonso2punto0